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Buena leche

23 de Enero de 2004 | 16:12 | Amanda Kiran
¡Llegó el lechero!
Mamá, mamá, llegó el lechero.

Lo que se escucha... mis gritos todos los miércoles a las 3 de la tarde en pleno Ñuñoa.
A esa hora llegaba el lechero, extraño horario, cuando el mito dice que los lecheros pasan a tempranas horas de la madrugada, y no se les ve ni el polvo. Sólo dejan sus botellas y luego se van.

Pues nuestro lechero, era diferente. Siempre llegaba, a las tres de la tarde, y yo con 5 casi 6 años corría a buscar las botellas.

Junto con eso, me subía a su carrito, le quitaba el gorro blanco, siempre impecable, y me reía con él un buen rato.

Normalmente llegaba con un jugo, y me lo tomaba mientras llegaba mi mamá a pagarle y ayudarme con las botellas de leche, que debían alcanzar hasta el próximo miércoles, lo que siempre fue una dura tarea.

Nuestro lechero era un antiguo atleta, uno renombrado en la época de los cincuenta. Ahora en los setentas, ya estaba dedicado a este trabajo, el de repartir leches y alimentar a los posibles “nuevos atletas” -así lo pensaba él-.

Su actividad, por eso años, era de triatleta.

Triatleta: significa que hace tres carreras en una. Es decir, que dentro de una competencia, hay tres disciplinas con una sola meta. Sus pruebas eran, nadar, correr y andar en bicicleta.

Cada una de las pruebas requerían una gran demanda física. Por lo mismo, su cuerpo se mantenía muy bien, pese a los años. Para él, manejar este carro era juego de niños.

Esa tarde hacía mucho calor. Mientras mi mamá entraba a la casa con las botellas, don Marcelo (lechero) le gritó a mi mamá que daríamos una vuelta. Ella no escuchó nada y nos mandó una sonrisa tierna mientras entraba con las leches a la casa.

Pues, nosotros dos –tomamos la sonrisa como un sí-. Y partimos a dar unas vueltas.

Delante de su bicicleta había arreglado un espacio para mí. Muy cómodo. Lo acompañé a repartir bebidas a toda la cuadra.

Conocí la "vieja Lucía" como le llamaban mis hermanos a una solterona de cincuenta años, que vivía sola, muy dulce señora.

Después a los Tagle, una familia, donde había unos trillizos y dos hermanos más. Salió la madre con cara de agotada, sin esbozar sonrisa alguna, hasta que le pasé la leche, ahí se recuperó un poco.

Luego donde los "tatas" la pareja con mas edad de la cuadra. Un par de viejitos de casi ochenta años, canosos, y con olor a naftalina.

La siguiente casa, la de los Rodríguez, donde nunca había nadie, solo la asesora de la casa, con su delantal impecable blanco, y un niño tomado de su mano, impecable también.

Y así, seguimos, hasta terminar el turno del día.

Cuando llegamos a la casa, había un auto de carabineros y a su lado mi mamá, descompuesta llorando.

Yo no entendía que pasaba, qué tragedia había ocurrido en unos minutos de ausencia mía. Don Marcelo se asustó, pero comprendió de inmediato el malentendido.

Mi mamá me vio y se le iluminó la cara, fue como ver a un ángel. Y yo, sonreí ante tanta manifestación de amor.

Para mi sorpresa, la tragedia era yo, mi desaparición por casi dos horas. Yo ni me percaté del tiempo.
-Pero mamá -dije tranquila, con voz de niña-, si te avisamos que repartiríamos algunas leches.
-Ay Amanda!, que susto me diste.

El pobre Marcelo se deshacía en explicaciones, tanto con los carabineros, como con mi madre, aun histérica.

Fue una bella, tarde, y se arruinó por malos entendidos.

Yo tenía pena de haberlo hecho sentir mal, a él, de haber asustado a mi madre, y de haber provocado este desorden. Finalmente, todo terminó en buenos términos y él se pudo ir a la casa en paz.

Cuando recuerdo esta historia, pienso en todo lo que pasa en las noticias hoy, la bisexualidad tanto en los jóvenes como en los adultos, la pedofilia constante en los noticieros, los programas de la Mercedes Ducci y de la Andrea Molina, que muestran, sólo –y sin exagerar- la realidad dura y cruel de los mundos ajenos al propio.

Recuerdo esa tarde y miro, veinte años después, esa tarde llena de magia, empañada hoy, en la actualidad brutal. Una tarde que ni siquiera una niña de 6 años hoy se puede dar. Por que esos personajes ya no existen. Y si existen no se puede confiar en ellos.

Hoy, mirando hacia atrás, sólo puedo entender la angustia de mi pobre madre. Angustia que en el minuto me pareció exagerada.

Pues hoy, no lo es tanto. Sólo un ojo biónico apuntando este –extraño, pero nuestro- siglo XXI.


Amanda Kiran
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