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Cabeza de chorlito

05 de Marzo de 2004 | 18:32 | Amanda Kiran
Estuve pensándolo mucho rato. Pensándolo demasiado después de ver una película de motos.

Llamé al Seba y le pedí ayuda. El Seba es mi amigo, un amigo “Harley”. (Chico Hurley es el típico amante de las motos). Ese que se junta con treinta guatones más los fines de semana a admirar sus motos, a decir lo lindas que son, a dar paseos en patota, con la mina rubia atrás -aunque sea prestada- (la mina por supuesto, jamás la moto).

“Seba, quiero correr en moto. Vi una película y me motivé”, le dije.

“Yaaa, Amanda -me contestó él con voz burlona-. Eso te faltaba”.

“Seba en serio, quiero entrenar, correr, no ganar, pero correr, sentir la velocidad”, le repliqué.

“Amanda, empecemos por lo básico, ¿sabes manejar una moto?”.

“Claro que sí, manejé mucho una moto enduro en el campo de una amiga”.

“¿Por cuánto tiempo y hace cuánto tiempo?”, me preguntó.

“Durante varios veranos y hace muchos veranos”.

“Bueno, algo es algo… Y ahora, ¿tienes carné para moto?”, se apuró en preguntar.

“Mmmm….”, fue mi escueta respuesta. Ahí se empezó a complicar la pista. Pero de inmediato le dije “¡para eso necesito tu ayuda!”.

Al día siguiente fui a la bodega de la casa de mi papá y destapé la moto que estaba botada desde el negocio inconcluso de “comida a domicilio” que lo único que dejó fue deudas y la protagonista de esta columna, mi moto.

Una moto penca, motor 100 cc, charcha, pero que igual servía. Entonces retomé mis antiguos veranos y me subí. Ya era enero, y Santiago, con menos gente, se desvestía de personas, autos y me hacía la pega más fácil.

Sebastián me dio algunas indicaciones, y solita empecé. El nerviosismo en mí era evidente, porque salir de una carcasa y subirse a un asiento al aire libre, a toda velocidad, se sentía bastante raro.

A toda velocidad es tanto 10 km/h como 80 km/h. Sobre una moto, todo es velocidad. Eran segundos rápidos en los que el auto de al lado hacía que tu adrenalina subiera a mil y luego bajase nuevamente.

Así estuve durante una semana: entrenando como para la carrera más importante de la historia. Y llegó el día, el día del examen. La hora ya estaba pedida, y había que partir a la municipalidad de La Reina.

Nerviosa y distraída, preferí ir en mi auto y al lado mío, pero sobre mi picante moto el Seba, muerto de la vergüenza esperando que no lo viera NADIE conocido.

Entonces llegamos. El instructor que toma los exámenes me estaba esperando.

-Bueno, usted debe ser la señorita Amanda.

“Así es, soy yo”, respondí tiritona.

-Bueno súbase y vamos a lo nuestro.
“Estoy lista”, respondí con felicidad entre los dientes. Me subí a la moto, y cuando estaba por partir mi examen, el instructor me para.

-¡¡¡Señorita Amanda, le falta ponerse su casco!!!... No puedo tomarle el examen sin casco, pues.

Fue ahí cuando el “cabezón” del Seba me pasó su tremendo casco. Me quedaba volando, enorme, gigante. “Seba, no veo nada”, le dije despacio.

“Aperra nada más”, respondió.

Me subí a la moto y empezó el movimiento de este artefacto sobre mi cabeza. No me dejaba ver nada, me tapaba los ojos de lo inmenso que quedaba. Casi choco tres veces con dos autos estacionados. Casi me caigo otras dos veces por tratar de arreglármelo sobre la cabeza.

Era terrible de incómodo, y mi examen bien parecía una payasada. Se movía como una campana sobre mi cuello erguido. Y todo lo que sabía de manejar una moto era nulo en comparación a este casco.

Dentro de él (casco) era como un submundo. Sólo estábamos mi respiración y yo. Fue entonces cuando escucho al instructor, gritando (al parecer llevaba un buen rato gesticulando para que detuviera la moto).

-¡¡Señorita, por favor, no siga, no siga!!

Sebastián, estaba casi desmayado de la risa. Y yo derrotada.

De esa tarde, lo único que logré sacar nuevo y en limpio fue el apodo del Seba: Cabezón.

Para mí siempre será el maldito cabezón. Con cariño.


Amanda Kiran
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