Dame plata para esto, por favor; dame plata para esto otro, por favor.
Todo lo que sabíaa hacer en esa época era pedir plata. Siempre, claro, con la palabra por favor. Ahora, viéndolo desde la adultez, con o sin por favor, era demasiado. Tenía que hacer algo.
Así que ese año decidí buscar la forma de ahorrar o, más bien, la forma de conseguir dinero para poder ingresar al taller de verano que tanto quería. Era un taller de fútbol.
Ahora se usa. El fútbol está de moda.
Se juega en los colegios, en las universidades. Hay ligas femeninas, etc.
Se organizan campeonatos y es más normal. Pero en "mi época" nadie me habría pagado un taller de fútbol. Sonaba y era una locura.
Así que debía buscar por mis propios medios la forma de financiarlo. Pensé en las miles de cosas que podía hacer y entre ellas apareció la brillante idea. Me decidí a animar cumpleaños para niños. Eso sonaba como una excelente idea. Tenía por donde encontrar los contactos necesarios para hacerlo. Sólo tomé el teléfono esa tarde y comencé a llamar.
Entonces empezó el desafío. Al principio mi voz estaba temblorosa y dudosa, por lo que nadie me dio mucha esperanza. Pero a la décima llamada, ya sabia más que decir. Ya tenía una idea de las preguntas que me harían, y por lo tanto manejaba la situación bastante mejor.
Cada vez sonaba más segura, y así fue como entonces las diferentes mamás escuchaban cada vez con mayor atención. Fue entonces cuando saltó una.
-¿Amanda? ¿Amanda me dijiste que era tu nombre?
-Sí, respondí.
-Bueno Amanda, Nicolás, mi hijo de siete años, celebra su cumpleaños el viernes a las 16 horas en el Estadio Italiano.
-¿Está bien eso para ti?
-Sí, claro -respondí segura-. Para mí está perfecto.
-Nos vemos entonces -me dijo-, me caíste del cielo. No tenía a quién recurrir para que me ayudara con los niños.
Corté el teléfono, sonriente, lo estaba logrando.
Así fue como conseguí mi primer trabajo. De pura patúa. Cero experiencia, un poco de imaginación, mucha personalidad y con bastante nervio, partí ese día. Llegué a la hora señalada. Los niños aún no llegaban.
Saludé a la dueña de casa y comencé a ordenarme para ver como haría las cosas. Había inventado unos juegos, además llevaba pintura (robada a mi santa madre) para rayarles la cara, y jugar con ellos. Además corté unas cortinas viejas para poder disfrazarlos, y así comencé mi labor.
Ellos empezaron a llegar a goteo. Los niños invitados, en su mayoría hombres, se fueron directo a la cancha de fútbol. No los culpo.
Niñas había sólo dos. Casi ni me hablaron, es más, a penas me miraron. Querían sólo disfrutar con sus nuevas barbies (muñeca que nunca he entendido). Vestirlas, desvestirlas, pintarlas, etc.
Mi trabajo les parecía poco sofisticado. Ellas habían traído sus propias herramientas. Y luego estaba esa solitaria niña: Samantha. Jamás voy a olvidar su nombre. La ví mientras jugaba entre los columpios del estadio.
Tenía que hacer mi trabajo, así es que me esmeré con ella. La pinté. Logré hacerla sonreír con las estúpidas conversaciones que sosteníamos entre las dos. La disfracé -a lo más novicia rebelde- con las cortinas viejas de mi casa. Luego corrimos mucho hasta que nos llamaron para la torta.
Justo cuando estabámos por entrar al salón para cantar “cumpleaños feliz” ella se separa de mí corriendo. La ví volar hacia los brazos de su madre, que la estaba llamando. Mientras su mamá la tomaba en brazos, observé su sonrisa como agradeciendo lo feliz que estaba su hija, mientras las veo alejándose.
Fue entonces cuando decidí correr tras ellas.
-Señora, no se vayan, es ahora que le van a cantar a Nicolás "cumpleaños feliz".
-¿Nicolás? -me responde la madre-, ¿quién es Nicolás?... No, no. Si Samantha no está invitada al cumpleaños, sólo me estaba esperando mientras yo hacia mis ejercicios.
-Lo siento, pero gracias de todas formas. Adiós.
Y se fueron. Me puse roja. Todo mi trabajo, toda la intención.
Cuando entré al salón, sólo fui a despedirme de la dueña de casa. Me disculpé, y me fui. No cobré ni un peso, no tenía cara. Sólo quería desaparecer.
El final no es tan patético. Me llamaron tres días después para un campamento de verano en el Estadio Italiano. Tres semanas durante el verano. Estuve varios veranos ahí. Al parecer la madre de Samantha hablo de mí.
Así empezó mi vida laboral, pasando vergüenzas. Así finalmente logré pagarme mi taller. Así logré pagarme muchas cosas más.
Amanda Kiran