
Este sí era un sábado. Sábado un poco aburrido. Sin tanta vida.
Me subí a un recorrido cualquiera. No sabía hacia donde quería ir ni que quería hacer. Tomé cualquier micro. Pagué mi boleto normal. Ya no tengo pinta de escolar. Nada de malas caras. Hasta ahí todo iba bien.
Estaba un poco deprimida. ¡Qué palabra más estúpida! ¿De qué puedes estar deprimida a los veinte y siete años? Con trabajo, familia, amigos, deporte, salud, hogar, comida. Todo.
Igual, a veces el cuerpo manda y no sé por qué razón, amaneces un poco llorona, sintiéndote sola, sin ganas de ver a nadie. Mal.
Es penoso sentirse así y perder el tiempo bueno, de mala manera, pero pasa y hay que vivirlo de todas maneras. Así que sin molestar a nadie, tomé este recorrido.
El día estaba más bien frío, nublado, sin lluvia sin sol. Empezó el viaje para mí. El chofer ya llevaba varias vueltas, y también la señora entradita en carne que estaba sentada a su lado ayudando con los boletos.
Su cuerpo, mitad metido en un fierro que dividía la parte delantera de la nuestra, se compartía para interpretar una chilena sexy con varios kilos de más coqueteando constantemente a un chofer desconcentrado por el tráfico y las luces.
Sábado, más tranquilo, sin tanto stress, lo que la dejaba a ella pasear y a él disfrutar de un trabajo más liviano y en compañía. Ambos mataban dos pájaros de un tiro. Su historia, nadie la sabe.
Su amante, su novia, su señora, su tía. ¡Qué importa! Ambos cumplen su labor de lo más bien. Pero a la siguiente esquina, empezó el show.
Un par de payasos. Bien pintados, bien payasos, se subieron al bus. Uno de amarillo, otro de azul. Colores fuertes y contrastantes, entre ambos. Empezaron con gritos fuertes.
¡Hola amigos! Somos Dani y Frani, los payasos del recorrido 434. No queremos molestar, sólo contar unos chistecitos para amenizar. (Trataron de empezar una historia-cómica).
El chofer ya no oía a la pareja, estaba conversando de otras cosas. Los pasajeros, atendían al show. Los chistes eran malos, nadie se reía. Ni siquiera sonreían. Pero siguieron un poco más, hasta que se les agotó la paciencia.
-Uno, el de azul, empezó. ¿Ustedes creen que es divertido? Si, ustedes. A los pasajeros les hablo. Esto de subir a una micro, contar chistes, intentar hacer reír, y que nadie haga nada
-Tranquilo, le decía su compañero.
-¿Cómo voy a tranquilizarme?
-Si estoy aquí, tratando de ganar mi sueldo para llevarle pan a mis hijos, y nadie se ríe de mis chistes.
En eso estaba cuando se lanza con sollozos, llantos, quejas.
-Y aquí estoy, rodeado por mortales que ni observan mi show. Mis ganas. Lo que soy.
Mientras lloraba, su compañero le sujetaba la mano. Luego lo abrazó. Abrazo como el que recibió Marcelo Ríos una vez, de su preparador físico, frente a todo Chile por la televisión abierta. Una ridiculez de abrazo.
De todas formas, este tenía un poco más de sentimiento. Pero era extraño ver a un payaso consolando a otro, por culpa de un descontrol sentimental. Más encima con el movimiento de una micro. En otro contexto, habría pensado que era una obra teatral.
Sin darnos cuenta, todas las personas en la micro comenzaron a abrir sus bolsos. Sacaron hasta monedas de $500. Al menos, en este viaje se fueron con dos mil pesos. Que no era poco. Yo también di. Todos dimos.
Logramos sacar una sonrisa de ambos payasos, que ya tenían corrida la pintura de tanta emoción. Cuando se bajaron no se dieron cuenta, pero me bajé en la misma esquina. Era mi parada. Y mi ánimo, después de este incidente, estaba mejor.
Siempre hay alguien peor que uno, pensé ahí. Cuando pasé por el lado de ellos, sin reconocerme, comenzaron a hablar.
-Oye Lucho, ¿no te sobreactuaste un poco?
-¡Cómo Pancho! Mira todas las lucas que sacamos en este recorrido.
-Sí, pero para el otro viaje llora un poco menos poh!
-Bueno, tal vez deba gritar menos. Voy a trabajarlo en la próxima actuación. Es que no terminé bien el taller de teatro.
-Bueno, igual salimos bien.
Y se rieron, parando el dedo nuevamente al bus que venía detrás.
Yo quedé impactada. Eran actores, no payasos. Una deshonra para el gremio de los Tony´s. Al menos eso creo yo, no sé que pensaran los señores payasos. Al subir a la siguiente micro, comenzaron igual: ¡Hola amigos!
Yo seguí mi camino a pie. Pensando. Dándole vueltas al incidente.
¿Cuánto de estafa tiene un episodio como ese? ¿Cuánto de estafa existe para ganarse la vida? Todos a veces mentimos un poco para salir adelante. No se debe, pero pasa. Sólo que hay niveles para ello.
Lo único que me dio pena fue que no pudieran hacer teatro, en vez de mentir. Debe estar malo el rubro. Es más fácil engañarnos arriba de una micro que montar una verdadera obra de teatro. Es más fácil obtener público así.
Pero, sin duda alguna, eran unos muy buenos actores. Eso quedó claro.
Amanda Kiran