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Siempre sale el sol

21 de Mayo de 2004 | 17:43 | Amanda Kiran
Llovía. Llovía muchísimo, no paraba de llover.

Llovía toda la semana, desde el martes, sin parar, y ya era jueves. Es que en el sur es así. Llueve y llueve, sin detenerse.

Pero para una niña de 13 años que viaja a Santiago el sábado a un torneo de atletismo, la lluvia no es gracia. La Sofía sufría día a día en silencio. Entrenaba en el gimnasio sus 400 metros planos. Se tomaba su micro, a las ocho de la noche, cuando ya está muy oscuro, en su tierra, la X región.

Ella era peor y más matea que un adulto de alto rendimiento. Quería destacar. Demostrarle a todos que era mejor que cualquier atleta de Santiago, por muy de Santiago que fuera. Entonces entrenaba el doble. Si sus compañeros se quedaban hasta las seis, ella seguía hasta las ocho.

Su entrenador no siempre podía acompañarla todo el tiempo. Pero a ella no le importaba. Seguía sola. Luego llegaba a su casa, a comer y dormir. Su familia no entendía esta pasión. Pero lo más molesto, para su familia, era su mal humor.

Entre el cansancio y el nerviosismo, la pobre estaba imposible. No sabía si con toda esa lluvia ella podría viajar. Eso no la dejaba en paz. Era pequeña, y no saber le parecía más sano. No preguntar. No hablar con nadie y no perder las esperanzas.

El campeonato lo estábamos organizando con mi universidad. La idea era crear un torneo donde participara gente que nunca había pisado Santiago. Cubrir todo el evento. Invitarlos, hospedarlos, seleccionarlos, premiarlos y mandarlos de vuelta al final del día domingo.

Con todo esto, no sabía que el destino me tenía de regalo a Sofía.

La mañana del viernes se las pelaba lloviendo en Puerto Montt. En Santiago nada. Ya estaba todo listo y dispuesto para la mañana del sábado. Teníamos los buses esperando por las diferentes delegaciones en cada lugar. Las reservas de los hoteles hechas. Las colaciones esperando, los trofeos listos, todo estaba andando.

Nos sentíamos organizando unos Juegos Olímpicos. Y la intensidad de todo lo que hacíamos, lo hacían más grande.

Las llamadas no paraban de entrar, a los dos teléfonos dispuestos para informaciones. Y mis compañeras estaban angustiadas con tanto despliegue.

Ya eran casi las siete de la tarde. La mayoría de los buses saldrían tipo nueve de la noche de sus lugares de origen para llegar temprano a Santiago, y alcanzar a descansar un poco antes de las carreras y de las competencias.

Estaba por cerrar la oficina asignada para nosotros, para organizar todo, cuando suena el teléfono. Debo admitir que estuve por dejarlo sonar –nada puede ser tan importante- pensé.
Pero luego el angelito bueno junto a mi hombro me obligó a abrir la puerta y contestar la llamada.
La última llamada.

–Aló?
–Aló....señorita...buenas tardes....habla Sofía, soy corredora de 400 metros planos.
-¿Sí? Hola Sofía, soy Amanda. Y organizo el evento de mañana.
-Sí señorita...llevo toda la semana angustiada, porque mi entrenador me dijo que si llovía no hay campeonato. El bus debería salir en dos horas, y ya no paró de llover (comentó entre sollozos)
–Ah, pero Sofía no te sientas triste (me atropellé en hablar). Corre rápido a arreglar tus cosas. Porque el campeonato es en Santiago, y por acá hay un sol radiante sólo esperando por ti.

Como buena sureña, pequeña, y sin nunca haber tomado un bus fuera de su perímetro, me gritó fuerte:
-¡Ah! Señorita Amanda, ¿allá no está lloviendo? Uuuuy, me tengo que apurar entonces. Me voy. Y nos vemos mañana.
-Sí, alcancé a responderme a mí misma, nos vemos mañana.

Cerré la puerta detrás de mí con una sonrisa más grande que la de Sofía. A la mañana siguiente me tocaba recibir el bus de Temuco, pero pedí cambio, y fui a esperar el de Puerto Montt. La vi desde la ventana, y ella a mí.

Se bajó corriendo del bus y me abrazó. Le dije al oído "Sofía, espero entregarte la copa a ti mañana".

-Lo haré señorita Amanda, se lo aseguro. Por la lluvia que voy a ganar.


Amanda Kiran
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