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El milagro chileno

28 de Mayo de 2004 | 18:00 | Amanda Kiran
A 100 Km/h... En mi Renault 5 del año 1980, en el año 1998. Velocidad pura.

Quería ver el clásico universitario por la televisión. Mis amigos me estaban esperando en mi casa… Dentro de ella, con las pizzas y la señal del cable lista. Era a las 20:00 y yo, para variar, iba tarde.

La verdad, mi auto tenía varios problemas. Uno de ellos era que A VECES frenaba y por eso le llamaban el milagro francés.

Francés porque ese era su origen, y milagro porque nunca me había dejado en pana ni había chocado en él. Ese apodo no duraría mucho más.

La verdad es que fui inconsciente, lo sé, pero el deporte logra eso, sacarte de tu consciente y llevarte a cualquier lugar. A mí me llevó a la velocidad límite para un auto tan pequeño como era mi Renault.

Era todo para mí. Una joya. Mi primer auto. El auto nacido del esfuerzo de muchos. Un orgullo, y dignidad en cuatro ruedas. En fin, todavía demasiado rápido para ir en él.

Sin poder frenar, veo un descapotable, lindo, rojo, brillante. Sin poder frenar veo un velo blanco que colgaba por detrás de él. Sin poder frenar veo a esta novia, con cara de terror, viendo su futuro destruido por culpa de esta barata azul y picante.

En escasos segundos, colapsamos. Yo alcancé a hacerle el quite. Pero el pomposo chofer -hermano menor de la novia- no alcanzó y siguió derechito a un poste. El calificativo de acordeón lo describe todo.

Ella se bajó furiosa retándolo a él… Luego a mí… Luego a su pobre padre que no tenía opinión alguna. Ella estaba histérica, y había mucha gente esperándola hace bastante rato.

La Iglesia quedaba a cinco cuadras del lugar. El chofer no paraba de llorar su estúpido (pero hermoso) auto. Y decidió esperar ahí a la grúa. Ella, en cambio, llamó a personas para que la auxiliaran, pero a esas alturas, el único celular enchufado era el de ella.

Yo y mi clásico Renault estábamos en problemas. Mi panorama se veía tremendamente amenazado por esta situación.

-Bueno, y tú niñita ¿cómo te llamas? Me dice ella.

Me molestó su tono, pero era novia, había que perdonarla.

-Me llamo Amanda, ¿y tú?
-Yo, yo, me llamo Lucía. Si vieras las páginas sociales sabrías quién soy.

Uuuuuhhhh, esa frase sí que me molestó. Pero por el bien de la humanidad, volví a callar. Tampoco mencioné el panorama que me estaba perdiendo por culpa del quite que le había hecho su decoroso hermano al signo Pare. Y continuamos el diálogo…

-Bueno Amanda, ¿qué propones?
-Propongo que nos apuremos, y te subas a mi auto para llegar a la Iglesia. Más de alguna persona te debe estar esperando.
-Sí, dijo el padrino… Tu mamá nos va a matar.

Ella contestó alarmada: -¿Yo? ¿Llegar en esta barata azul? Papá, ¿tú estás loco?
-Mira Lucía -dije en calma pero seria- soy tu única opción. Es sábado. Tus amigos están dentro de una Iglesia. La gente normal está viendo el fútbol, y nosotros estamos empantanados aquí. Es mi barata o una grúa. Decide luego o te dejo aquí.

Su padre hizo una mueca disimulada de sonrisa. Ella se indignó el doble, y furiosa subió su entero vestido a mi pobre Renault 5.

La verdad, no veía nada para ningún lado. Su modelito Luciano Brancolli no me dejaba ver. Su padre tuvo que subirse a mi lado, y su hermano quedó lloriqueando un montón de latas.

Llegamos a la Iglesia a las 20:30 aproximadamente. La gente ya estaba preocupada. ¿Cómo no? Llevaba una hora y cuarto de retraso. Lo más increíble fue que nadie pudo creer en lo que llegó.

Su Iglesia, en mitad de Santa María de Manquehue, no daba para mi Renault, pero como es el destino de travieso, que rompimos las reglas y marcamos la diferencia.

Ella, bien digna y con la ayuda de su padre, se bajó de mi auto como si se estuviera bajando de un Mercedes Benz último modelo. Yo observaba toda esta actuación, y me sonreía sola. Era un espectáculo.

La misa estuvo bella. El cura explicó la situación y alabó la llegada en mi auto. "Me gusta la demostración de austeridad", recalcó.

Fue una ceremonia realmente hermosa. Y mi milagro francés fue el heredero del trono en la ceremonia. Yo tuve que esperar. Mal que mal, era la chofer. Lo quisiera o no. Mínimo de educación.

Me quedé con el milagro afuera, esperándola. Ellos salieron súper sonrientes y felices.
Yo me acerqué a ella:

-Amanda, sé que me debes considerar una loca de patio…
-Sí -le respondí.
-Bueno, pero ¿me podrías llevar a la recepción?
-Cómo no…

Se subieron los dos atrás (no sé cómo) y los llevé hasta el cerro Santa Lucía, donde los esperaba una hermosa fiesta en Castillo Hidalgo.

No sé cómo subió mi auto ese cerro. Llegó apenas. Pero llegó. Se bajaron, y se fueron. Sólo dije adiós.

Llegué a mi casa. Tarde. Había perdido la U, y para más remate estaba todo sucio. Me acosté semifuriosa. A la mañana siguiente me encontré con doce rosas rojas. Y una tarjeta que decía:

"Gracias por hacer del día más bello de mi vida, perfecto".

Vieron, el milagro realmente logra milagros.


Amanda Kiran