
La sangre es única. Hay diferentes tipos, pero -finalmente- es la misma.
Es aquella que transita por tus venas y te deja sentir y vibrar con cada cosa de la vida. Es tu bencina. Tu herramienta, tu lubricante. Es pura, debe estar limpia, no debe tener problemas…y no es azul, es Roja.
Esta es sólo una introducción. Una introducción para un final triste.
En nuestro equipo, y más que en nuestro equipo, en nuestro deporte, teníamos un hincha silencioso, pero que siempre estaba ahí. Fuera de las canchas, mirando, disfrutando, apoyando.
No todo el mundo sabía la pasión que le representaba a él nuestro deporte. Yo sí. Yo sí sabía.
Tenía claro, ya que me llamaba cada cierto tiempo, para saber cuándo jugábamos. Contra quién jugábamos. A que hora. Como íbamos en las posiciones, etc.
Los mejores abrazos de ánimo, antes de los partidos, los recuerdo de él. Siempre ahí, en las derrotas y en los triunfos. Siempre ahí.
Lo recuerdo mucho, con su gorro blanco, dando vueltas en los torneos, en las finales, en las liguillas, siempre. Gringo, elegante, caminando, conversando, derramando alegría. Generalmente muy bien acompañado. Siempre feliz.
Viudo además hace muchos años. Fiel a su vida, a sus amores, a su familia.
Como la vida es imperfecta, y además turbulenta, recibí otro llamado esa vez. Un llamado desalentador.
Existía la Leucemia, que significa, un grupo de enfermedades de la médula ósea que implican un aumento incontrolado de glóbulos blancos (leucocitos). Es uno de los tipos de cáncer que existen...
Una molestia que le quitaba a John la fuerza y el color, pero no las ganas de vivir. Mi misión, buscar sangre. Por todos lados. Por todo el equipo. Por todos los equipos.
Y la tuvo. Nadie me dijo que no, ni la anemia ni mis amigos ni mi equipo, nadie. No existió ni un solo problema para donar sangre. Nada. Fue momentáneo, y todas las personas a las que les pedí fueron de inmediato. Un agrado. Una respuesta inmediata.
Un don. Un mérito. De él, por supuesto.
Sobre las donaciones, sobre todo lo que clínicamente se pudo hacer y sobre sus presencias a nuestro estadio, tenemos -o tal vez tengo- los mejores y más calurosos recuerdos.
Recuerdo la última vez que fue a vernos jugar, ya mas enfermo. Recuerdo también cuando lo fui a visitar el día de mi donación, mientras se hacía su transfusión, y me contaba muy contento, la cantidad de amigos que quisieron donar de su sangre, para él, pero que fueron rechazados por viejos, por enfermos, o por delgados.
Eso le causaba mucha risa… y a mí también.
Recuerdo tantas cosas buenas del hincha. Recuerdo que su sangre era valiosa. Quizá demasiado única. Quizá ya extrañaba demasiado a su mujer. Quizá ya estaba todo hecho por acá.
Pero lo extrañé mucho este último diciembre, en el torneo de final de año. Extrañé sus paseos, su sonrisa, su aliento. Lo extraño a él, como muchos lo extrañamos. Más que nada, extraño su sangre cálida y única que corría sólo por sus venas.
Esa que pocos tienen. Esa que fue imposible de sustituir, por mas intentos que se hicieron.
Amanda Kiran