EMOLTV

El antidisfraz

30 de Julio de 2004 | 17:19 | Amanda Kiran
Este pañuelo blanco; no, mejor esta chomba verde; o este pantalón azul intenso... Tal vez la polera amarilla, no, esa no le viene…

-¿Qué color puede ser? ¿Qué nos ponemos?
-Qué sé yo Amanda, tu me dijiste que fuéramos a esta fiesta, yo ni tengo ganas.
-Ah, negra, no seas tan aguafiestas (valga la redundancia). Es sólo una reunión donde habrá gente en disfraces.
-Sí, pero me siento estúpida…
-Bueno, si allá van a estar todos como nosotros, una estúpida más, una menos… Da lo mismo.
-No es el punto -seguía discutiendo-. Entiendo ir si tienes qué ponerte, pero no tener nada e ir mal disfrazado es patético.

"Ya sé -exclamé rápidamente (antes que siguiera aguando más el momento)-. Mi hermano bucea, vamos de mujeres buzos".
-¡¡¡Qué!!! Ahora si que te volviste loca -replicó furiosa-.
-Cómo de buzos. Así, con aletas, traje de agua, hasta tanque si quieres…
-No, qué incomodo! Eso si que va a ser vergonzoso.

Entre alegato y alegato, la convencí (no se como). La empecé a vestir a tirones, con este tremendo traje de agua del año uno. Viejo, duro, con unos cierres gigantes y caluroso a rabiar.

Parecíamos unas escafandras andantes. Estúpidas a más no poder. Pero disfrazadas, bien disfrazadas.

Subirnos al auto fue realmente difícil; manejar, aún peor. Pero lejos lo más terrible fue cuando llegamos, y tuvimos que caminar por la calle hacia la casa de la fiesta.

Imagínate, caminando por cemento, con un traje negro, apretado, con gorro de goma, snorkel y aletas. Era una misión realmente imposible.

La “Negra” casi aterriza, y para esas alturas, nuestra amistad corría serio peligro de extinción. Me miraba con cara de odio, en cada paso que daba.

Entonces se me ocurrió la brillante idea. De la única vez que buceé, me quedó esto en la memoria…

-Pero Negrita, estamos puro hueviando, hay que caminar hacia atrás, así lo largo de las aletas no entorpece tanto el andar. Así se hace mírame…
-Tú realmente me quieres volver loca, seguía alegando.

Yo la dejaba, entre risas y preocupación. Risas, por razones obvias (dos mujeres vestidas de “hombre rana” en la mitad de una calle caminando hacia atrás) y preocupación por ser una de mis amigas con menos (por no decir nula) afición a los deportes. Me daba miedo que se fuera a lastimar algo.

Al llegar a la esperada puerta, se sentían los gritos, la música, los vidrios de los vasos en los “salud”, y cientos de inimaginables sonidos que sólo una fiesta de disfraces puede ocultar.

Nosotros, de tanto caminar para atrás, prácticamente teníamos ya ojos en las espaldas. Realmente llegamos al borde del colapso. Transpiradas como si hubiésemos corrido una hora bajo el sol del país más caribeño y cálido. E incómodas. Sólo necesitábamos un vaso de agua…

Y como si Dios hubiese escuchado nuestras plegarias, sin querer, al darme vuelta, sentí que algo entorpecía más aún mi camino. Resbalé y caí sobre una tubería. Tubería que dominaba toda el agua potable de la casa. Chorros de agua nos llegaron a la “Negra” y a mí, por montones. Sin exagerar, realmente por montones, como si un chistosito nos estuviera tirando agua en baldes.

Yo pedía -entre risas- que pararan, pensando que era una broma. La “Negra” a esa altura sólo lloraba. A gritos. Estábamos haciendo la mejor obra de teatro. La más ridícula. Esa que no saca risas.

No logramos entrar a la fiesta. Es más, la colapsamos. Se quedaron sin agua para el resto de la noche. Eso significó no poder lavar, no poder ocupar los baños, no poder tomar agua de la llave, ni siquiera hacer hielo. Fue un desastre. Nuestro desastre. Mi desastre.

Asumo mi culpa. Las ganas de bailar vestida de negro, acercándome lo más posible al traje soñado de Gatubela, quedaron ahí. En la cañería. Lejano a las luces, a la fiesta, a la fama.

Las caras de odio y de desilusión eran notables, y arrancar veloz de ahí no era tarea fácil. Mil disculpas, millones de ésas y de vuelta al auto, humillada y avergonzada. Feroz pastel.

Lo peor de todo fue tener que irme hacia el auto, mirando las caras de molestia de los dueños de casa, todo el rato. ¿Cómo no? Si tuve que devolverme caminando hacia atrás.


Amanda Kiran