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El partido

07 de Agosto de 2004 | 20:43 | Amanda Kiran
Era una película de Daniel Day Lewis, de amor, dramática.

El, un boxeador; ella, sólo una mujer importante en su vida. La actriz, Emily Watson. Buena película, muy buena.

Durante la función, el Rafa me tiraba papeles –como cabro chico- desde dos filas más atrás. El cine era el Alameda.

Yo andaba sola -todavía me acuerdo- y me encontré con ellos en lo oscuro de la sala. Se veían enamorados, y salieron rayando la papa con la película. Se sentían los protagonistas.

Esa noche comimos, y sentí el futuro en unas horas. Finalmente, después de conocerse hace muchos miles de años y de haberse separado, luego de un largo pololeo que se inició a los quince, hoy se volvieron a unir.

Ya treintones, ella con un hijo de su primer matrimonio y él con un recuerdo de la alemana que se fue a Europa luego de siete largos años de noviazgo sin final.

Estos ex pololos se casaron, felices y enamorados al año de esa película. Lo que venía después era la pelea de ambos padres por compartir el hijo. Que absurdo que por tanto amor, sufran los niños.

Había desacuerdos, peleas, estadías frustradas, y el Rafa, sin poder hacer mucho. Impotencia de parte de mi amigo que tampoco podía invadir ese territorio, que era y no era de él.

Un día cualquiera, una cancha los unió a ambos sin la mujer cerca. Era un partido de fútbol de Felipe. Esos “dos padres” al borde de la cancha tuvieron que encontrarse.
Estaba destinado así.

-Rafael -dijo Rodrigo (el padre natural)- la Magdalena no me dijo que vendrías.
-Bueno, ella tampoco mencionó que tú lo harías -contestó el Rafa.

Lo divertido es que ella no lo sabía. Les informó a los dos, y se le olvidó a quien le había dicho.

Finalmente dos padres aleteando para el mismo lado es significativo y emocionante, sobre todo para Felipe.

Había niños que estaban solos, llegaban y se marchaban solos. Eso es más tremendo que dos seres queriéndote al mismo tiempo. A mí me parecía pintoresco, por decir lo menos.

En fin, la pichanga empezó. Y como en mitad del estadio, empezó el debate entre padre y padrastro.

-¡¡¡Dale Felipe!!!
-¡Por la línea hombre!
-Felipe, por acá, da el pase.
-Mira adelante, Felipe, sigue tu marca.

Uno tras otro, se peleaban las frases y se atropellaban por dar el apoyo. El partido estaba bastante parejo, y quedaba poco para el término. El cero a cero era pobre, pero era mejor que perder. Y empezaron de nuevo…

-No descuides mucho el arco Felipe.
-¡Si! Gritaba el otro, no descuides tu marca y busca las líneas.
-Desmárcate.

Lo más cómico de este otro asunto era que Felipe sólo oía a su entrenador, el resto del mundo para él, en ese momento, de verdad, no existía.

Ya quedaban pocos minutos. El árbitro pegó esa ojeada al reloj…

Esa mirada que odiamos cuando Chile va uno a cero en un partido clasificatorio. Esa mirada que se congela, con la cabeza gacha del señor de negro sobre su muñeca.

En eso Felipe se va por la línea, se arranca, lo espera Luis al medio del área.

-¡Felipe! Por acá -gritaba Luis.

Rafael y Rodrigo, histéricos al borde, gritando -ya a esa altura- cualquier cosa.

Felipe mira y, amagando el pase, centra atrás donde apareció Javier.

Sin titubear, casi al borde del área, de un solo puntapié, Javier manda la pelota a la esquina inferior derecha.

¡¡¡Goooooooooooooooooooooooooo!!!, gritan ambos padres. Y sin pensar, se dan ese abrazo… Como un abrazo de año nuevo. (A mí que me encantan los abrazos).

Yo me encontraba al otro lado de la cancha y de verdad, más que el gol, el abrazo me provocó total emoción. Recordé el cine, los problemas y el momento lúdico que estábamos viviendo. Grité el gol también.

Luego del abrazo, se miran. Se ponen serios, y se tocan el hombro.

-Te felicito.
-Si, igualmente.

En forma fría y divertida. Pero yo me pegunto. ¿Hay algo que el fútbol no pueda unir? No lo creo.


Amanda Kiran