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The Clinic

03 de Septiembre de 2004 | 18:30 | Amanda Kiran
Supuestamente la vejez es dulce, tierna, llena de nietos, años de haber regado cientos de amistades y seres queridos.

Pero todos sabemos, en lo más profundo de nuestro corazón, el respeto que existe –miedo que existe- en esta palabra. En verdad es una época compleja, donde ya los sentidos no te responden igual.

Debes aprender a leer los labios, a acercarte más a la gente para no andar cayéndote. Donde el deporte se limita a ser observado por la televisión, y nulo en acción. Donde la mayor parte del tiempo estás recordando lo bello que fue aquel tiempo, lo que hacías, donde competías, como nadabas, como corrías, como vivías.

Ahora (en la vejez) es todo más difícil.

Todo te cuesta el doble, los amigos van desapareciendo y los familiares se van enfermando. Es todo tangencialmente distinto.

A Ramón le pasaba esto, según lo que conversamos esa tarde.

Nos encontramos en un hospital. Se ayudaba de un bastón y de un audífono, que no funcionaba muy bien. Caminaba hacia mí, pero sin mirarme mucho. Al verme sintió que yo no sería de ayuda y siguió hacia una enfermera, que con poco tiempo trató de orientarlo un poco.

Él andaba en busca de su hermana. Ella, su hermana, había entrado de urgencia y no sabía en qué parte del hospital se encontraba. Le dijeron que estaba en la sala 2 de Urgencia…

Yo sabía donde quedaba ese lugar, llevaba dos días urgueteando y conquistando cada esquina del hospital aquel, así que podría ayudarlo.

Lo observé, mientras se alejaba, por la ventana para ver si las indicaciones de la enfermera le habían servido, pero claramente sus pasos apuntaron para el extremo opuesto, así que salí corriendo a su encuentro.

Yo andaba de jeans, pero con una chomba blanca. Lo que seguramente le hizo creer que yo era otra enfermera… (Eso me preguntó).

Llegué corriendo a su lado, y medio que lo asusté.

-Yo lo acompaño.
-Bueno, gracias, respondió sin preguntar mucho más.

Y caminamos juntos hacia el lugar. Nos corrieron de un y otro lado. Su hermana no aparecía por ninguna parte. Hasta que finalmente dimos con la bruja más pesada que contaba con la mayor información (que mala suerte).

-Estamos buscando a Loreto Urqueta Gálvez, ¿usted sabe dónde está?
-Déjeme ver… Sí, ella está hospitalizada desde anoche pero las visitas se acabaron a las 15:30. (El reloj marcaba las 15:50).
-Señorita -le intenté explicar yo- don Ramón…
-¿Quién es don Ramón?, interrumpió…
-Este caballero está aquí desde las 14:45, le han dicho que su hermana está en todos lados, menos donde realmente está… Lleva horas buscándola por todo el hospital, y durante esa búsqueda perdió la hora de visita.
-Eso a mí no me importa –respondió-, no lo puedo dejar pasar.
-Pero señorita- insistí-. El viene de Lampa, pagó mucho por un taxi que lo dejó a diez cuadras del hospital, luego logró dar con él, y ahora usted no nos va a ayudar para que vea a su hermana?
-Le repito -dijo la bruja- a mi eso no me incumbe.

Entonces (tontamente) quise entrar por el lado sentimental del ser humano…

-Pero señorita, hoy es viernes… Tratemos de ser más comprensivos y de ayudarlo.

Y comenzó el rosario…

-Qué me importa a mí que sea viernes, ¡yo trabajo sábado y domingo!... También festivos, yo no conozco de viernes y #$%&/()=…

Pero entre medio del rosario, no sé qué se apoderó de ella y dijo:

-Bueno, está bien, iré a hablar con algún doctor, a ver si lo pueden hacer pasar…

Mientras esperábamos, Ramón y yo hablamos de todo. Me contó de su época de nadador, de su casa en Lampa, de su hermana y su marido, y me preguntó que hacía yo ahí. Jamás me preguntó el nombre. Me imagino que no se le ocurrió.

Durante la espera recordé que tenía que hacer una llamada telefónica, y lo dejé esperando a él mientras esperábamos a brujilda.

Me di vuelta a llamar, estuve en el teléfono público cuarenta segundos, a dos pasos de él. Cuando me volví a dar vuelta, él (Ramón) ya no estaba.

No lo podía creer, la bruja tampoco. No sé si no me vio o pensó que lo abandoné o se aburrió o encontró a su hermana o se lo raptaron… Me di vuelta y ya se había ido.

Sentí que mi labor quedaba inconclusa. Sentí como un vacío. Sentí, por un instante, lo ingrata de la vejez. Me di vuelta y desapareció.

No me voy a volver a dar vuelta, quiero ver todo lo que pasa a mi alrededor, para que cuando llegue a esa edad tenga historias que relatar. Y todas de frente.


Amanda Kiran
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