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Adiós anticipado

29 de Octubre de 2004 | 21:30 | El Mercurio en Internet
Esta columna tiene que ver con un montón de cosas.
Tiene que ver con la despedida de un ídolo, y de paso, mi ídolo.
Tiene que ver con el sentimiento de muchos, pero finalmente de solamente “algunos”.
Tiene que ver con una época en mi vida. Una época increíble, que pasó demasiado rápido.
Tiene que ver con una deuda, pero entre comillas.
Es por eso que se alarga, se lee, se goza o se descarta.
Es por eso que recibí ayuda, para escribirla, pero no para sentirla.
Es por eso que va aquí, en nuestro espacio, para el que la quiera leer.
Aprovechando la época, en que lo estamos despidiendo, y ¿por qué no? alentándolo a que tal vez algún día vuelva.


Se mató de la risa cuando le entró a Sampras a los 16. Inspiró respeto apenas llegado. Disfrutó jugando y puso su nombre en la vitrina de la grandes promesas. Apareció para quedarse en la retina. Vendió muy bien su imagen dentro de la cancha. Desde el principio y consistentemente. Más tarde, todo concluiría en un camino inevitable hasta la cima. El éxito y su estupenda forma de jugar convergerían causando gran admiración y respeto. Todo el mundo comenzaría a gozar del juego de Marcelo.

Sin embargo, a poco andar en lo más alto, su gran rendimiento empezaría a declinar. Problemas afuera y no dentro del campo, empezarían a afectar a Ríos. Fue detrás de las líneas donde él debió empezar a lidiar contra las críticas que tímidamente comenzaron a exaltar sus debilidades y errores. Con todo, a pesar de la amenaza que constituía ese factor negativo para su integridad como jugador, Marcelo nunca puso mayor interés. El ambiente externo comenzaría lentamente a corroer a nuestro nuevo genio.

La envidia y el negativismo que se conjuga en conformismo, tan propios de nuestra idiosincrasia, fueron portados por la voz de los medios alimentando los corazones de muchos chilenos. Los indecisos y la gente que simplemente tiende a sumarse a la mayoría fueron arrastrados en lo que finalmente pareció una campaña para degradar y magullar la carrera de Marcelo Ríos. Éstos al ver que Marcelo ya no les vendía ilusiones, se concentraron en todo lo que no tenía que ver con su tenis. Ante el discurso degenerativo, la opinión pública terminó por desencantarse. Le dio vuelta la espalda. Le perdió respeto a nuestro Rey, degradándose su estatura deportiva hasta ser derrocado primero afuera de la cancha, antes que dentro de ella. En este sentido, nos autogolpeamos.

Somos todos responsables.

Los que apoyaron la causa que llevó a la paulatina pérdida de apoyo y confianza de Marcelo y los que miramos absortos, pero no menos pasivos. Muchos nos mantuvimos inertes ante la forma en que las grandes cualidades del deportista más importante de este país fueron eclipsadas por completo y doblegadas por factores externos, que fueron realzados de manera totalmente desmedida. Las debilidades naturales de cualquier jugador, como las que tenía Ríos, fueron infladas y ocuparon la parte más importante de las noticias. Hicimos cenizas a nuestro propio genio.

Gran importancia tuvo el hecho de que el jugador no lograra aislar su vida privada. Se creó un ambiente en que cada conducta de Marcelo fue publicada y luego juzgada. Esto causó escozor en él y comenzó a debilitarlo hasta herirlo. El estrés que todo esto le producía fue encausándolo en su espalda. Esto, sumado a la gran carga física que ponía en su columna, llevó a que se constituyera en su lugar más crítico. Su lastre comenzó a ser su dorsal, que ya no respondía igual físicamente y que reunía además la carga negativa que le significaban todas las críticas que recibía.

Marcelo demolía adentro de la cancha al mismo tiempo que el descrédito crecía afuera por el clima engendrado.

Ríos, en su falta de apoyo, se fue metiendo cada vez más dentro de sí, aislándose. Empezó a alejarse del resto de los jugadores, aunque quizás nunca fue tan cercano a ninguno de ellos. Rompió sus relaciones estables con sus entrenadores, que a ojos del resto parecían exitosas. Se aisló de sus pocos amigos. Sus amores no lograron ser duraderos. Los viajes en solitario, la concentración que exige el circuito y el desapego hicieron que se fuera metiendo cada vez más dentro suyo. El único escape que tenía era en el campo de juego. Frente al rival podía masticar su enojo, su impotencia, la bronca que le significaba el enrarecido ambiente externo. Sin embargo, nunca se preocupó de su imagen, que fuera de la cancha, no hacía más que decaer. Y llegó el momento en que sus inigualables dotes ya no le hicieron sombra a lo que él vivía en el medio extradeportivo.

Se refugió en sí mismo y su estrés, en su soledad y su espalda endurecida, en su aislamiento y su dorso crispado.

Ahí quedó.

Y nosotros miramos absortos, perplejos. No comprendiendo tamaña injusticia, al mismo tiempo que estábamos siendo cómplices manteniéndonos como meros observadores sin siquiera intentar alzar la voz. No pusimos el hombro ni opusimos resistencia alguna. Nadie reclamó a nuestro Rey. Nadie dijo lo que realmente queríamos y en quien creíamos. Muchos podrán haberse sumado al efecto mediático, como sucede con una parte importante de nuestra gente, pero los que no, también callamos.

Ríos declaró no haberse retirado por su espalda, sino por estar cansado. Agregó que el hecho de haber tomado la decisión de irse fue como haberle dicho al cuerpo: "Tranquilo, ya pasó todo".

Qué cantidad de estrés hay contenida en esa frase. Qué impotencia. Qué soledad. Tenía enredada toda la podredumbre que le arreciaba desde afuera del rectángulo.

Los ataques y nuestro abandono ahogaron su carrera.

Recuerdo cuando Nicanor de alguna manera nos responsabilizó a todos los chilenos de deberle un hígado a nuestro genio de la nueva narrativa hispanoamericana, quien hace un poco mas de un año, repentinamente, nos dejó desde un hospital del mediterráneo al no poder revertir una deficiencia visceral. Bueno, es así como se interrumpe la savia creativa de un genio de las letras. Con la muerte o la pérdida de la razón.

Pero en el deporte es necesario estar dentro de la cancha para que un iluminado como Ríos no deje de existir. La vida de este tipo de genios es mucho más corta. Nos encontramos ante una carrera que parece haberse caído por el despeñadero ante nuestro atónito estado de observancia. No se trata de un hecho repentino y sin embargo, dejamos que otro genio se apague. Mi intuición me dice que estamos aún a tiempo de retomar su risa afuera del campo y su carcajada adentro. Sin embargo, los hechos hoy, dicen otra cosa.

Sea como sea, le debemos una espalda a Ríos.


Escríbele a Amanda Kiran