
Y con el nuevo año, me dio por cambiarme de casa.
¿Quién se cambia de casa en año nuevo? Yo nomás, nadie más. Creo. Y así sucedió. Todo repentino.
Me salió el departamento con el que había soñado. Suelo de parquet, pocos pisos, piezas grandes y cálidas, mucha ventana, murallas altas, verde por donde se mire. Un sin fin de características positivas.
Entonces, tuve que dejar corriendo (y peleando) un departamento que no era nada de malo, y que me dio muchas alegrías. Pero me esperaba éste, que prometía aún más. Y no es que siempre quiera más, es sólo que siempre quise algo así. Un sueño personal.
Por eso la repentina decisión. Empezar a embalar todo, junto con hacer regalos, paquetes, preparar el año nuevo. Fue una locura. ¿Y qué me faltaba? La ayuda de un hombre. Alguien que me cambiara, materialmente. Alguien que moviera los muebles. Así que me dieron el dato.
La persona se llamaba Francisco, Francisco Álvarez. Y la empresa, "El Hombre". Justo lo que necesitaba.
Esta empresa era de transportes. Te cambiaban todo lo que necesitaras llevar, y a buen precio. Justo para mí.
Entonces, después de varias
conversas por teléfono, llegó el día. El día en que conocería al "hombre". Sonó el timbre, y yo rodeada de cajas. Casi no me veía, pero yo si lo vi a él.
Entró por mi puerta como una estrella de cine. Era enorme, alto, con una sonrisa gigante y con unos músculos tremendos. Y una polera negra que decía "EL HOMBRE".
Solo levantó tres cajas para poder pasar y presentarse. Yo quedé atónita.
Era bastante alto y grandioso. Los fisicoculturistas quedaban chicos. Detrás de él entró otro gigante. Bastante más divertido. Parecían hermanos, pero no lo eran. Como ellos mismos se definieron, uno era el jefe y el otro el trabajador. Sólo que hacían lo mismo.
Ambos aperraban igual, y no existía diferencia en su trabajo. El segundo, Javier, era más cómico. Tenía unos anteojos negros grandes y fantásticos, que según él no se quebraban nunca. Pero los millones de parches parecían obvios amantes de los marcos.
Su pelo gris, pese a su físico joven, y su cara parecida a la de Cosmo Kramer, personaje de la serie llamada "Seinfield", eran un todo general perfecto para que este cambio fuera diferente. Y lo fue.
Logramos cambiar todo en un día. Impresionante ver cómo este par de mastodontes se subían camas encima del hombro, como quien levanta a una guagua chica. Subían y bajaban escaleras. Comentaban, con risas, los miles de cambios que llevaban esa semana y agradecían tener tanto trabajo. Yo, en cambio, agobiada por el calor intentando ayudarlos.
Y sin siquiera poder ofrecerles algo helado porque el refrigerador llevaba algún tiempo desconectado.
Así terminó una tarde totalmente diferente, que parecía una película hecha en un día. Película en dibujos animados. Y en blanco y negro.
Cuando ya cerré la puerta de mi nuevo hogar no me sentí tan bien. Era todo demasiado grande, había harto polvo, estaba todo en cajas y me sentí sola y angustiada. Dicen que hay que limpiar los espacios nuevos cuando uno llega al lugar. Impregnarlo de buenas vibras y más que eso, de tus vibras, que pueden ser diferente a las anteriores.
Así que de inmediato abrí la puerta y partí a la tienda más cercana. Lo primero para mi nueva casa, y no me tilden de supersticiosa: Incienso.
Amanda Kiran