
El otro día en un programa de la mañana hablaban del terremoto del '85. Y fue gracioso –para mí- que hablaran de un acontecimiento tan lejano y del cual me acuerdo tan bien.
Generalmente se hablaba de terremotos que se remontaban a los años sesenta y así como el Mundial del '62, o el "Ballet Azul", para uno no existían ni cabían en la memoria. Sólo en la imaginación y en el mito de las palabras de los adultos.
Pero este último tema está completamente impregnado en mi piel. Y con estas palabras me hizo reír Iván Valenzuela... Entre los de mi época, las tres preguntas claves cuando conoces a alguien son... ¿En qué colegio estuviste? ¿A qué te dedicas? ¿Dónde estuviste para el terremoto de 1985? Me dio risa esa trilogía. Nunca me ha pasado, no tan así. Pero sí, me ha pasado estar en varias, muchas reuniones y que aparezca el tema, una y otra vez. Y escuchar que estaba haciendo cada persona en ese momento.
Las más divertidas. Un amigo sentado en el taza del baño sin saber si terminar o correr. Mi hermano andando en bicicleta, mientras cientos de perros se le lanzaban encima, y él, sintiéndose en un verdadero holocausto, peleando contra la adversidad.
Una amiga, intrépida, a los diez años, derrotada por la rama de un árbol, que no se la pudo para sujetarla y la dejó caer a varios metros. Ilesa.
Dos primos en el cine. Corriendo tras el tumulto, sin entender mucho que ocurría. Una siesta interrumpida, e inconsciente que siguió así durante lo que duró el movimiento. Una ducha, sin pudor alguno, capaz de dejarte escapar totalmente empelota a la mitad de la calle (lo peor... nadie se dio cuenta).
Un dedo ingresando en ese mismo momento al timbre de una casa, reacción: ¡Mierda me estoy electrocutando!
La mamá de una amiga, rezando en la mitad de una vereda, con su hija al lado. Ambas hincadas, y viendo como se ondeaba el cemento -lo más parecido a un tobogán-. Ambas, pareciendo verdaderas pregoneras.
Y así un millar de diferentes actividades en las cuales fuimos descubiertos miles de chilenos, un domingo al atardecer del 3 de marzo de 1985. Exactamente veinte años atrás.
Y esperé muerta de susto, diez años después, el siguiente terremoto. Después de las temibles replicas. Después de la frase de consuelo, "tranquila, el próximo no es hasta diez años más". Después de sentir que hace mucho calor... y pensar que viene. Después de escuchar a los perros ladrando... y creer que ahora si que viene. Después de esperar que cada temblor se transformara en un terremoto, y que no sea así. Llevamos dos décadas esperando. Yo llevo esas dos décadas esperando.
La última idiotez que hice respecto a este tema, fue bajar todos los floreros, porque un "numeralista" advirtió que ahora sí venía el terremoto. Así que tomé las precauciones, que me humillaron al volver a mi departamento y tener que levantar cada cosa que había bajado.
El tema es que no sabemos cuando vendrá otro terremoto. ¿Cómo saberlo? Imposible. Hay que esperar que la naturaleza mande. Y si no vuelve nunca, no me voy a enojar. Tendría que repetir o innovar en una de estas actividades que nombré anteriormente.
Claramente yo estaba en una de aquellas situaciones, pero con veinte años menos. Así que habría que adivinar cual fui yo. Ni me acuerdo. O prefiero no acordarme. Fue menos histórico de lo que me habría gustado. No quedé como heroína, sólo tuve que vivir unos instantes totalmente nuevos e inesperados, sin susto, por lo desconocido que era. El susto lo conocí después. Y por ahora... se ha hecho esperar.
Amanda Kiran