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Relájate

15 de Abril de 2005 | 11:38 | Amanda Kiran
No sabría por donde empezar con lo raro de ese día.

Era todo como fuera de lugar. Fuera de estado. Fuera de contexto. Nada salió como estaba planificado. Es que las cosas nunca resultan como uno las sueña.

Por eso, no siempre es bueno planificar todo tanto ni tan perfectamente. Y partí subiéndome al avión equivocado. Todos habían salido a Punta del Este el miércoles.

Por trabajo, yo no podía, así que partí sola el viernes. Eso ya estuvo mal, pero el deber manda. De todas formas, no tenía por que haber problema con eso.

Nadie más de mis compañeras tuvo dificultades, entonces, viajaría sola. No acostumbro a hacerlo. A viajar sola, digo. Pero no quedaba otra. Cuando el deporte llama, llama.

Y partí. Tarde, un viernes, sola, sin ayuda y desorientada. Me equivoqué. Seguí a Buenos Aires en una mala conexión que para más remate nadie notó. Y ahí quedó el enredo. La noche y yo, sola en Buenos Aires. No conocía a mucha gente ahí. La verdad, nadie a quien me atreviería a llamar.

El siguiente vuelo era a las 20 horas del día siguiente. Los de la línea aérea sólo podían devolverme a Punta del Este, pero nada más. Lo molesto era que mi entrenador me pasaría a buscar al terminal, a la mañana siguiente, y yo en Buenos Aires.

Así que me decidí a buscar ayuda. No quería preocuparlo. Recordé un club al que habíamos ido hace un par de años. Tal vez ahí me podían ayudar a contactarlos en Punta del Este para que no se preocuparan. Así que partí mi odisea. Tomé un bus que me llevaría al centro de la cuidad. Ahí era cosa de preguntar dónde quedaba el Rowing club.

Llegué al centro y me botaron última. El chofer no ubicaba mi club. Y luego recordé que Buenos Aires es demasiado grande. Al parecer este club quedaba en las afueras. Me bajó la angustia, y la desubicación. No sabía qué hacer. Y en el enredo empecé a caminar. Me encontré con un lote enorme de gente. Fue como una mole de personas, que me subieron a un bus.

Sin darme cuenta caí en una fiesta animada a lo argentino, en grande. A lo muy grande. Yo, tímida y medio asustada, caí en un bus lleno de mujeres con kilómetros de personalidad y hombres peores aún. La "chilena", o sea yo, era la entretención. Miles de preguntas de ambos bandos.

En eso llegamos a una casa preparada especialmente para el cumpleaños número 29 de una de las mujeres dentro del bus. No lo podía creer. Para ellos los 29 años son más importantes que los treinta. Eran la despedida de algo. El adiós de una etapa.

Entramos a esta casa enorme, ambientada en los años sesenta. Un bar abierto, con un barman, de película. Una mesa llena de comida, tipo buffet, con diferentes panes, jamones, quesos, patés, frutas, postres... De todo.

Los integrantes de esta fiesta eran aproximadamente 30 personas. Todos habían puesto una cuota (grande), algo que hacían siempre, solo para los 29 años de cada uno. Y yo en la mitad. Y se vivía mi noche. Sin entender mucho. No sabía a donde ir. Qué hacer. Quería esperar la mañana en medio de la música, bailes, licor, comida, alegría, luces, fiesta argentina.

Todas mis cosas estaban en el aeropuerto. Sólo andaba con unos jeans, un polerón, zapatillas, una polera y unos dólares. El resto de mi plata se la había llevado nuestro entrenador. Finalmente, todos estaban arriba de la pelota, menos yo. Agarrándome para el hueveo durante horas, y sin recibir ayuda alguna.

Estaban celebrando los 29 y yo era un cacho para ellos. Entonces, me animé a salir de ahí. Al mismo tiempo, el encargado de la cocina partía también. Ya eran las cinco de la mañana. Yo estaba agotada, sin saber qué hacer, y nos fuimos caminando juntos. Al final el había trabajado en Rowing Club, y como un angelito me explicó como llegar. Tomé otro bus, que ya estaba trabajando de mañana, y el chofer me avisó donde bajarme para tomar los otros dos que me faltaban.

Hasta que a las siete de la mañana logré llegar. Esperé hasta las ocho, y entré a preguntar por el señor Alfredo, quien era la persona que podía ayudarme. El vivía ahí, así que me dieron los datos y le fui a tocar la puerta. Tipo nueve y media logramos dar con el club de Maldonado, en Punta del Este. Ahí se demoraron bastante en dar con las habitaciones de la delegación chilena.

Mi entrenador ya debería estar en el aeropuerto, pero de todas formas quería avisar, que no se preocuparan. Y que mi llegada era en la noche de ese día. Para mi sorpresa me atiende el teléfono él:

-¿Aló? ¿Quién habla?
-Aló Roberto, soy yo Amanda.
-¿Amanda? ¿Y dónde estás?
-Roberto, tuve unos problemas, y llegaré en la noche. ¿Pero por qué no estás en el aeropuerto buscándome?, pregunté tímida.
-¿Hoy? No Amanda, relájate, si tu llegas mañana.


Amanda Kiran