
Me he dado cuenta que la fidelidad no existe.
Y no por que los hombres sean unos malditos, o las mujeres unas sueltas. No existe porque nadie respeta nada. Todas las muestras de valores y de respeto están perdidas. No se sabe ya a ciencia cierta qué está bien y qué está mal. O si se sabe, nos hacemos los lesos todos.
No se sabe si es bueno dejar que un entrenador termine su proceso por malo que sea. O si es mejor que vuelva uno, que aunque lo hizo medianamente bien, fue echado a patadas. Entonces no hay consenso ni tampoco orgullo… No hay fidelidad ante nada. Ni ante los contratos ni ante lo que dijimos ni ante lo que vamos a decir ni ante lo que opinamos.
Todos decimos, sin apoyar o desmerecer a nadie,
miti mota. Ni chicha ni limoná. Y entonces, en pacto de "no tanta agresión", nos sentimos con la naturalidad para jugar a nada. Literalmente como futbolistas chilenos. Que incluso para mi gusto no están jugando a nada.
Y así me llegó este ejemplo. Esta amiga que durante su juventud fue infiel. Se creía enamorada de dos.
Entonces se dio cuenta a quien en realidad quería y dejó botado al otro. Aquel otro fue en "yeso" a pelear por sus derechos, pero no tan decidido. Sólo tuvo la capacidad de llorar al hombro de ella, por este amor, a punto de ser olvidado. Luego, en la mitad de la teleserie, se sintió el timbre. Sólo él se dio cuenta que había llegado "el nuevo galán". Con yeso y todo se metió al baño. Escondido, detrás de la cortina, ¡dentro de la ducha! Por mutuo propio.
Nada logró con aquella visita. Imaginen un héroe así. Fondeado, por miedo. No es lo que uno busca a los 18 años. Ni a los 28. Ni a los 38. No tuvo la suficiente valentía para pelear por sus antiguos derechos.
Y reacciones como esa son las que te llevan a pensar que seguimos opinando o tratando sin realmente creer en nuestro objetivo. Sin realmente actuar tras nuestros pensamientos. Si estrechamos una mano hoy, no sabemos si lo haremos mañana otra vez. Algo puede pasar, algo puede cambiar, todo puede ocurrir, y esa estrecha relación entre diez dedos pasa a ser gotas en un río.
Así conozco cientos de infidelidades. Muchas más de las que quisiera. Y no tanto la de mi amiga, que supo sobreponerse, mal o bien, supo hacerlo a tiempo.
Todo pasa, por la falta de valores, de respeto, de creer de verdad en algo. Si creo, me la juego, y voy de frente a lo que sea, y soportando lo que eso pueda significar. Pero mojarse a medias, creo que no vale la pena. Esos somos los adultos de hoy, y eso ven los jóvenes. Una lástima.
Ahora, volviendo al fútbol chileno, ¿creemos realmente en que Chile puede clasificar a Alemania? Espero equivocarme porque adoraría volver a ver a mi país en el Mundial. Pero yo, personalmente, lo veo prácticamente imposible. Ojalá me equivoque, pero ni diez millones ni quinientos mil dólares ni todos los cambios del mundo a estas alturas serán capaces de generar con tanta facilidad que nos pasemos la pelota unos a otros, sin tantos errores, sin tantos egos, sin tantas faltas.
Pero nuestros valores, el valor del deporte, ¿están perdidos? Esperemos que no, y que aun jueguen al fútbol porque de verdad les gusta. Como lo aprendí yo, y como lo hacen cientos de deportistas esforzados y no remunerados que conozco. Todos de alto rendimiento. A veces la plata aniquila la magia y la fidelidad.
No siempre, y depende de las cantidades, pero mal administrada claro que se desboca la máquina. Entonces, si de aquí al Mundial de Alemania Mauricio Israel renuncia; si Chile llega a clasificar a Alemania; si todos los deportistas de alto rendimiento empiezan a recibir sueldos para ellos, para poder mejorar. Si todo eso pasa, yo estaré sumamente feliz.
Amanda Kiran