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De vuelta a la Granja

26 de Agosto de 2005 | 14:37 | Amanda Kiran
Después de casi 14 años, volví. Volví a entrar a los pasillos donde nunca pensé que volvería a pasear. No por algo muy personal, o algún tipo de rencor, no. Pero, por la sensación de que aquel lugar, era un ex pololo, al cual ya –por razones normales- no volverías a ver.

Una institución, que te cambió por alumnas más jóvenes, profesores menos desgastados, edificios más modernos, y tendencias que antes no se ocupaban.
Entonces, uno no siempre cae bien dentro de aquello, que ya no es tu presente. Así que, lo dejas atrás, y sigues caminando. Sin olvidar.

Lo otro difícil era visitarlo, por los horarios. Un horario donde el trabajo, los estudios o lo que sea, no te lo permiten. Pero, por razones de fuerza mayor, este miércoles recién pasado, volví a pasearme por mi único colegio. El que me educó por 13 años.

Nunca pensé que esta visita me traería tantas alegrías, buenos recuerdos y momentos increíbles a mi mañana. Fue como volver a sentirme de uniforme y creer reconocer en él, los momentos históricos que marcaron mi vida.

Caminamos, con mi amiga Sole, por los pasillos como si estuviéramos "capeando" clases. Ella, también ex alumna, algunos años mayor que yo, pero unidas por el deporte que este colegio nos inculcó. Las dos nos sentíamos extrañas y a gusto. Una rara combinación.

Empezamos a recorrer y visitar los pasillos que diariamente nos acompañaban. Vimos fotografías, paredes, trofeos, que casi nos querían hablar.

Hasta que en la búsqueda de la oficina del rector, nos encontramos con el eterno profesor de historia... el señor "chuleta Rivas". Así le decían, por las largas patillas que se dejaba siempre, y que ya (para mi pena) no mantenía.

Encontrarnos con él, fue como encontrarnos con un tío muy querido que estaba feliz de vernos. Nos tapó a piropos, y nos ayudó a encontrar a todas las personas y oficinas que buscábamos. Él, amo y señor del reinado.

Lo más divertido de la visita fue que él nos mencionó que ya casi no quedaban profesores que nosotras conociéramos, y que los años, y el tiempo, habían alejado a nuestros maestros.

Pero mientras caminábamos, apareció la Señorita Mónica, que nos rodeó con abrazos. Ella, la antigua y actual inspectora del colegio. Mas adelante, apareció el español pequeñín, un poco más canoso que cuando lo dejé.
El señor González. Mi profesor jefe en cuarto medio. Increíble. Ahí si que retrocedí como hipnotizada, en el tiempo, y me contó un poco de su actual vida. Según él "resucitado entre los muertos"

Después el profesor de deportes, Jovino; la profesora de gimnasia María; la alumna en práctica, que ahora era casi jefa del departamento de educación física; Claudia, y miles de personas que se alegraron de volver a vernos por aquellos pasillos, como revolviendo el pasado escondido, que cada colegio va dejando año a año atrás.

Tuvimos la suerte de tropezar con todos los que quedaban de nuestro tiempo. Buena suerte. Y es que un colegio es como una vida misma en miniatura.
Se vive año tras año, y el pasado, aunque sigue latente en los pasillos, no puede mantenerse en ellos, se puede sólo recordar, y hay que seguir mirando hacia adelante.

Es realmente tonto el contarlo así, porque suena obvio, pero uno, en el momento que sale, no lo cree tan obvio. Por que es demasiado tuyo como para dejarlo ir.
Para el final, lo mejor, lo que más queríamos ver, las canchas, nuestras canchas.

Las canchas que nos vieron crecer como deportistas, amantes de lo que hicimos durante tantos años, por el resto de nuestra vida, post colegio. Tanto la Sole como yo, le dedicamos tiempo completo –después del colegio- a los entrenamientos, a los viajes, a vestir la "roja", a la camiseta de algún club, a correr por un gol y divertirnos en equipo.

Entonces, fuimos a ver las clases de voleibol. También las de hockey césped. Algo de rugby, o de fútbol, y mirar a lo lejos el atletismo. Todo, partía ahí. Estuvo nuestro comienzo en ese lugar. Nuestra vocación y virtud. Y ahora, mirándolo a lo lejos, estábamos absolutamente agradecidas.

Cuando ya terminamos nuestra misión, íbamos de salida, y el señor Rivas se acercó a despedirse. Su frase "Un placer haber compartido con dos –tan destacadas- ex alumnas". Y se fue... Nos dejó sonriendo. En los años que estuve en el colegio, jamás me sentí así... nadie nunca me llamó destacada alumna.
Tal vez a la Sole sí, pero a mí, creo que nunca.

No sé si lo fui, tal vez no, pero esta visita llenó en mi corazón un ego pequeño del cual me siento hoy, 14 años después, bastante feliz y agradecida.

Sin saberlo, quién sabe... el empujón que necesitaba.

Amanda Kiran
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