
Corría un viento tremendo. Viento –casi- huracanado (exagerando). Era la final de la competencia de volantines, y había mucha gente y mucha expectación.
Estaba su propia familia, algunos amigos, los demás competidores, sus familias, etc.
Había muchas personas en este cerro, preparado especialmente para dicha actividad. Se tropezaban, los lienzos, los colores, varios stands de diferentes cosas, la publicidad, los promotores, etc.
No había sido fácil llegar hasta ese momento, que era único e importante para él. Le había costado. Se había preparado. Derrotó a muchos rivales fuertes, y ese día quedaban sólo diez. Diez finalistas que debían demostrar: Mejor diseño, mejor vuelo, mejores piruetas, y mayor tiempo de aguante en cierta posición que los jueces anunciarían minutos antes de empezar la competencia.
Había nerviosismo. Los muchos niños, pequeños acompañantes de los competidores, corrían por el cerro, sin siquiera pensar lo que pasaba por la dulce cabeza de mi sobrino Matías. Un posible futuro campeón. El premio: diseñar y vender su propio volantín auspiciado por la marca que organizaba el concurso.
Nervioso, ansioso, dispuesto, seguro, sonriente, extraño. Mariposas corrían por su estómago, y por el de nosotros también. Por otro lado, estaban los pelos de las madres de los competidores que volaban casi más que los futuros volantines. Peinados, totalmente despeinados eran titulares de la jornada.
Las faldas de las hermanas y pololas de algunos niños también se deslizaban locos por la fuerte brisa, y tenía contento a muchos, dejando entre ver la futura llegada del verano.
El sol estaba presente, y el viento no alejaba el calor suave que acompañaba a todos. El verde de la -aún presente- primavera se veía luminoso en las praderas, que habían sido escogidas para esta competencia. Todo esto a 40 minutos aproximadamente de Santiago.
A las 16:00 horas daban la esperada partida. Nos acercamos a él, minutos antes, a darle besos de ánimo y de confianza. Su sonrisa nerviosa delató todo lo que pasaba por su apretado corazón. Era un momento glorioso. Momento que todo deportista espera cuando se prepara para competir en lo que sea.
Este era un deporte diferente. Mezcla de arte y cualidades metódicas.
Había que ser minucioso, prolijo. Pero había que tener una tremenda imaginación también. Necesitaba de muchas habilidades, y destreza en diferentes áreas, y eso era hermoso para todos nosotros, todos los asistentes.
La competencia abarcaba a niños/as desde los trece a los dieciocho años. Todos competían en la misma categoría. Matías estaba en la mitad, con quince años.
Y dieron la largada, como en una carrera de cien metros. Sólo que nadie salió corriendo. Los nueve niños y una sola niña, empezaron a elevar sus bellos volantines.
Nos dio pena ver que rápidamente el diseño de uno se vino abajo. Las lágrimas, automáticamente brotaron de los ojos de un frustrado y destrozado competidor.
Las colas de los volantines eran llamativas y los jueces comenzaron a elevar cada vez más la vista, para evaluar los colores, las piruetas, el relajo de un brazo al mando de cada papel volador.
Era bello estar presente en un espectáculo así. Era como vivir un sueño en colores fuertes. Estábamos en verdad, vibrando con lo de Matías. Él gozando más que nadie. Él, ya olvidando que había jueces, que estábamos nosotros, que había un premio. Olvidó todo. Lo noté en su cara.
Eran él, su volantín, el viento y nadie más. Nadie alrededor. Nadie. Y pasó... su sueño... encumbrarlo en serio... dejarlo volar para que la magia fuera completa.
Ya cuando quedaban sólo cuatro volantines en competencia, y él, dentro de esos cuatro, se le ocurrió su idea. Lo tenía que hacer, no había como detenerlo.
Escuchamos su voz, que gritó: ¡Vuela!
Y soltó el cordel, que lo unía a este batallón de papel, empapado de luces y colores. Lo dejó libre. Libre y volando. Automáticamente, quedó fuera de la competencia.
Luego nos dijo, que el encumbrar termina en eso, en la libertad. Que no había otra salida. Sólo que no lo supo, hasta ese momento.
Sinónimos de encumbrar: Mejorar, progresar, alabar, realzar, alzar, elevar, elogiar, engrandecer, honrar, empinar, endiosar, levantar, subir, ascender.
No tuvimos palabras. Y claro, le dimos su celebración, y su merecido premio, en la casa.
Amanda Kiran