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Huevitos de Pascua

15 de Abril de 2006 | 15:32 | Amanda Kiran
Y si esperábamos con las mismas ánsias esa mañana a cómo esperábamos la Navidad, era por que nos habían enseñado que eran cosas parecidas. Uno, era el nacimiento, otro, era la resurrección. Ambas de la misma persona. Entonces, la enseñanza contemplaba alegría, regalos y sorpresas.

Esa mañana, como si nos estuviéramos levantando a jugar un partido, citados entre muchos y elegidos como pocos, no nos aguantábamos de despertar luego, levantarnos y empezar a buscar.

Era la noche de insomnio y desvelo total. La noche larga que ninguno de nosotros soportaba. Soñábamos con despertar. Abríamos los ojos y seguía de noche. Y así durante horas eternas de dormirnos, despertarnos, y volver a dormir, hasta que viéramos un rayito de sol que nos avisara la llegada del conejo.

Entonces fueron las siete de la mañana y yo fui la primera en abrir un ojo.
Corrí a la cama de mis papás y estaban durmiendo, totalmente. Corrí entonces a despertar a mis hermanos.

- Amanda ¿Qué pasa?
- Ya llegó el conejo... ¡vamos!

Y como buenos cómplices se levantaron conmigo, tomaron su canastita preparada la noche anterior y salimos a buscar.

En ésa época vivíamos muy cerca de la cordillera. En una casa muy pequeña, pero con un interminable jardín, que se unía a la casa de la arrendataria, que también vivía ahí.

Nos arrendaba su mini casa, y ella compartía el jardín tremendo con nosotros.
El lugar estaba a pasos del cerro, de los árboles y de la cordillera.

Entonces corrimos todos, con el rocío enorme de esa mañana, junto a las montañas. El frío, no nos detenía, al contrario, nos hacía más grande y entretenida la misión. Con el humo saliendo de nuestras bocas, en la búsqueda sin fin de los huevos de pascua.

Los pijamas a rayas se veían divertidos, bajo el primer buzo que apareció dentro del clóset. Se salían por debajo de las bastas, y se mojaban con las hierbas del pasto eterno, nunca cortado por la dueña de casa, la misma arrendataria, que tenía enormes cantidades de pastos sin arreglar hace tiempo, que le daban el toque misterioso a la mañana.

Fue entonces cuando vimos la mala novedad. La casa no tenía uno ni dos, si no que cuatro perros para cuidar este enorme lugar. La señora era bastantea asustadiza y cuidadosa de sus cosas, es por eso que tenía esta cantidad de animales.

El conejito no pensó en eso cuando dejó sus cientos (según mi imaginación) de huevos de colores. Entonces, como buenos guardianes, se hicieron cargo de hacer desaparecer nuestra ilusión de búsqueda y de gozo. Se habían alimentado, toda la noche, de nuestros huevitos, con papel y todo.

Se los habían comido en cuestión de minutos, sin siquiera saborearlos (Qué sabrían esos tontos perros de sabor). El Black, la Yoya, el Simón y el Walter. Así se llamaba cada uno. Todos enormes perros guardianes. Jamás los voy a olvidar. Siempre fueron mis amigos, pero en ese minuto los odié.

Se habían comido mis huevos y mi ilusión. Todo el día perdido, sin poder disfrutar con esta tradición que se apoderaba un domingo al año, de mí.
También me enojé con el conejo. ¿Cómo no pensar en que los perros se podrían comer mis huevos? Pero era sólo un conejo. Y la verdad no era su culpa.

Fuimos corriendo a contarles a nuestros papás. Mis hermanos y yo. Alarmados.
Sus caras al vernos tristes, fue evidentemente de tristeza también. Fue cuando salió mi hermano mayor. En ésa época la iglesia y su vida estaban próximos. Casi tan cerca como para pensar que se podría convertir en uno de ellos. Cosa, que mas adelante no sucedió. Y empezó el speech.

- Amanda... ¿Tú sabes por qué el conejo te trae huevos de pascua llenos de colores?
- No, ¿por qué?
- El origen de esta costumbre viene de los antiguos egipcios, quienes acostumbraban regalarse en ocasiones especiales, huevos decorados por ellos mismos. Los decoraban con pinturas que sacaban de las plantas y el mejor regalo era el huevo que estuviera mejor pintado. Ellos los ponían como adornos en sus casas.
Cuando Jesús se fue al cielo después de resucitar, los primeros cristianos fijaron una época del año, la Cuaresma, cuarenta días antes de la fiesta de Pascua, en la que todos los cristianos debían hacer sacrificios para limpiar su alma. Uno de estos sacrificios era no comer huevo durante la Cuaresma. Entonces, el día de Pascua, salían de sus casas con canastas de huevos para regalar a los demás cristianos. Todos se ponían muy contentos, pues con los huevos recordaban que estaban festejando la Pascua, la Resurrección de Jesús.

Uno de estos primeros cristianos, se acordó un día de Pascua, de lo que hacían los egipcios y se le ocurrió pintar los huevos que iba a regalar. A los demás cristianos les encantó la idea y la imitaron. Desde entonces, se regalan huevos de colores en Pascua para recordar que Jesús resucitó. Poco a poco, otros cristianos tuvieron nuevas ideas, como hacer huevos de chocolate y de dulce para regalar en Pascua. Son esos los que regalamos hoy en día.

Terminó su tremendo bla bla... y después de algunos minutos de pausa y pensamiento le dije:

- Querido hermano: ¿Y dónde aparece el conejo en todo este cuento?

Fue la última pascua de resurrección que busqué huevos... se imaginarán por qué.

Feliz Semana Santa

Amanda Kiran
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