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Las dos horas del Mundial

30 de Junio de 2006 | 18:55 | Amanda Kiran
Me tocaba ir al supermercado a mí esa semana. Cuando dejas la soltería, llegan los niños y va creciendo la familia, pasa eso; hay que ir al supermercado prácticamente todas las semanas. Sobre todo para comprar las frutas y verduras. Hay que tener de todo y fresco siempre.

Por lo mismo –por la poca costumbre de ir tan a menudo- vamos alternando semana a semana quien hace ese cacho. Para mi mala suerte, me tocó esa semana, en plenos cuartos de final del Mundial.

Tenía sólo dos horas para comprar todo. Las mismas dos horas que duraba el partido de las once de la mañana del viernes. Además de lo clásico que tenía que comprar, teníamos unos invitados el sábado, así que la lista se me había alargado un poco.

Entonces, las marcas exclusivas que gustaban, el encargo del tipo de pan, el aliño especial, la cerveza con característica "bock" y así una lista de nombres enredados que tenía que buscar detalladamente en dos horas.
Insisto: las mismas dos horas que duraba el partido de las once de la mañana.

Y ¿qué pasó? Ocurrió lo que tenía que pasar. No sólo estaba la sección de televisores (con todos ellos prendidos) con la señal del mundial. También tenían pantalla gigante en varios pasillos, para ver los cuartos de final.

Imagínenme. Yo en la mitad de eso. Distracciones por todos lados. Y mi carro vacío. Completamente vacío. Entonces, traté rápidamente de buscar de todo. Verduras, unos picoteos raros, unas marraquetas, frutas y una carne molida. En verdad, nada. Eso lo hice en diez minutos. (Suelo demorarme al menos dos horas en el supermercado).

Y después, digna, mi carro y yo parados frente a la pantalla más grande que encontré en el supermercado. No me lo podía perder. Tenía que estar viéndolo. No podía seguir paseándome por ahí comprando, a sabiendas que se jugaba un tremendo partido a mis espaladas. Y lo vi.

Alrededor de un par de reponedores, dos señores de la tercera edad, un joven que se estaba haciendo la cimarra, un cesante a cargo de las compras y una niña de quince, que amaba el fútbol y esperaba que su mamá terminara de comprar. Ella fue mi partner de estadio.

Terminé de sufrir con el pitazo final. Completito. Uno sufre, sea quien sea que esté jugando, porque sin quererlo igual tomas partido por algún país.

Me doy vuelta. Y mi carro, esquelético. Tiempo ya no me quedaba. Debía correr al trabajo. Al pasar por la caja me mandaron a la "expreso". Menos de 15 unidades en el carro. La cuenta. Fantástica. La cuenta más económica que he obtenido en meses.

Y el regaño en la casa. Completo. Se me olvidaron como doce ítems. Entre ellos, la cerveza "bock".

El castigo: tuve que ir, a la peor hora, a repetirme el plato y comprar lo que faltaba. Y lo más malo de todo... No me arrepiento.


Amanda Kiran
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