
Mi madre a la derecha; mi compadre a la izquierda. Un balcón rojo, casi presidencial. Música por todos lados. Una voz cálida. Un vestido rojo. Víctor Jara y John Lennon por los poros uniendo lentejuelas, vestidos, pantalones, lanas, olores, corbatas, edades, estilos, etnias, mundos. Todo bajo un mar de lágrimas lleno de luces que mantenían al Municipal de pie.
Hace años que no iba. Demasiados años, como para recordarlo tan igual. Me escapé del entrenamiento sin avisar. Valía la pena en esta ocasión. Siempre me pierdo todas las obras y la buena música por que de 20:00 a 22:00 horas estoy en la cancha, transpirando y corriendo en busca de mi pasión.
Pero el arte también necesita oídos. Y mis oídos necesitan del arte aun más. El deportista puede ser artista también. Necesita serlo.
Somos artistas jugando y repartiendo luces dentro de una cancha, llevamos dentro la beta musical, teatral, actoral e intelectual. Y aunque no me encontré con ningún futbolista ni tampoco un tenista, sé que en ese mar de gente había más amantes del deporte como yo.
Amantes del deporte que dejaron de jugar a algo por estar ahí junto a ella, a su misión y a su jazz. Gracias a los genes que lleva mi madre y su pasión por la buena música, levantó este día con un cambio hermoso. Ella motivó este escape a lo bueno.
Fue una noche diferente. Como aquellas que solía mantener en la época donde el estudiante no pagaba nada y entraba a todo. Recordé cómo con un carné veía obras de teatros, recitales, películas y mucho más, con sólo una sonrisa para entrar. Pero el esfuerzo por este ingreso valió la pena.
Salieron talentos chilenos y extranjeros al rescate de dos horas inéditas y únicas. Se dio escape a los dedos de un piano, a la locura chascona de un chelo, al clarinete júnior, con el tímido saxofón corriendo junto a una guitarra, que era alegrada por la batería, y todo en generosa compañía paciente de la voz.
Lo disfrutamos a concho. Lo más probable es que todo esto me signifique partir en la banca este domingo. Pero cada nota, cada canto, cada palabra que escuché, valió la pena y sigue en mis oídos como perfume pegado de primavera. (Así de siútico y rico se siente).
Entonces, me deleito contando mi experiencia de esa tan buena noche. Me contento –totalmente- con la decisión que no perjudicó a nadie. A veces reencontrarse en la NO rutina hace bien. Fuimos tres mortales felices comentando todo lo que veíamos y oíamos junto a los arreglos y la buena música que nos regaló la Claudia Acuña. Una deportista en el jazz.
Amanda Kiran