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La Corporación

La muerte de un cesante

02 de Octubre de 2006 | 17:42 | Antonio Martínez
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El Mercurio

Bruno Davert (José García), el gerente de una fábrica de papeles tiene los bienes de un profesional de mediana edad: esposa, hijos, una casa en los suburbios elegantes, posibilidades de ascender en la empresa y un futuro promisorio. La última película del director Constantin Costa-Gavras, sin embargo, se inicia con otro Davert: las imágenes de un desesperado que guarda una pistola en la guantera de un auto, con el que apenas puede, enfila y atropella a un segundo hombre.

En "La corporación" la visión de mundo del director no tiene tantas certezas ni seguridades como en otras de sus películas: "Z" (1969), "La confesión" (1970), "Missing" (1982) o "Amén" (2002). Películas donde el aparato del Estado dominado por el totalitarismo ahogaba la libertad, asesinaba a las personas y no respetaba ningún derecho humano. Películas plagadas de policías políticas y desaparecidos por golpes de Estado o dictaduras: la Grecia de los coroneles, la Praga comunista de 1952 o el Chile de mediados de los 70.

En "La corporación", en cambio, el escenario es la Europa moderna, satisfecha y actual, según la democracia y bajo los sistemas de libertad, competencia y mercado.

Este es el mundo de Bruno Davert y el protagonista no tiene el estigma de la represión o la revolución, su drama es íntimo, desolador y silencioso: es un cesante. Un expulsado del sistema después de una reducción de personal, alguien sin trabajo ni oficina ni mando y que lentamente se convierte en una especie de depredador.

Davert es empujado a una condición animal y su aspiración, después de enviar currículum en vano y soportar entrevistas inútiles, es postular a una corporación papelera que se llama Arcadia, por lo demás el nombre literario de un lugar imaginario, un sitio poblado de pastores, paz y felicidad. Un reino de la poesía, pero no de este mundo. El plan de Davert es eliminar a todos sus hipotéticos competidores y para lograrlo consigue sus direcciones y la mayoría está en su condición: también son gerentes cesantes, aunque algunos trabajan en un bar y otros en tiendas de ropas. Sin apenas saber disparar, pero con una voluntad criminal a toda prueba, se dispone a lograr sus propósitos.

La película tiene un humor negro y una crueldad mayúscula, que es una vertiente poco desarrollada en Costa-Gavras, pero la mirada lo aproxima al talante de Claude Chabrol, que en las verdes planicies y cómodos condominios de la burguesía francesa siempre encontró las peores cosas, que de eso se trata "La corporación".

Cosas como la envidia, el crimen, la mentira, secretos ocultos bajo el sol y al fondo de ese pozo desencantado, ya no están sólo los sistemas políticos o económicos, tarde o temprano pasajeros, sino algo más profundo, y por eso Costa-Gavras no tiene las seguridades y certezas de antaño, porque ahora es la naturaleza humana y sus destellos de maldad.

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