Jean-Luc Godard, el niño terrible del cine francés y uno de los puntales de la Nueva Ola francesa - el movimiento galo que cambió la cara del cine de la mano de realizadores como Francois Truffaut y Louis Malle- sigue en una permanente búsqueda formal y ahora, con más de 70 años en el cuerpo, este abuelo del cine luce más joven y chascón que muchos realizadores novatos.
"Nuestra música", su más reciente filme y un esperado aunque tardío estreno en Chile, es la prueba de un intelectual inquieto, reflexivo y curioso de las posibilidades del lenguaje cinematográfico. Godard divide su propuesta en tres capítulos que hacen referencia a la obra de Dante. En la primera parte, "Infierno", revive el horror de la guerra utilizando un montaje que se nutre de imágenes provenientes de filmes clásicos (de Eisenstein, Griffith) hasta documentales. Hay retoques digitales, deformaciones intencionales que se acomodan a la idea madre: la guerra es lo que parece, una demencia. En el segundo acto, "El purgatorio", Godard pone las cosas in situ: usando de excusa un congreso de escritores en Sarajevo - y en donde Godard hace de sí mismo- , el cineasta reflexiona a través de su exigente propuesta formal (diálogos estáticos, monólogos de claro tono intelectual) sobre la guerra y sus alcances. Entre registros de huellas de balas en las paredes de la ciudad y enciclopédicas referencias, resuenan estridentes las líneas del escritor español Juan Goytisolo: "Cuando alguien mata por defender unas ideas, no se está defendiendo una idea; se está matando a un hombre". "Nuestra música" es una tremenda película porque es el mejor ejemplo de un realizador que ha hecho de todo y que aún cree en el cine como medio vivo, lejos del anquilosamiento del relato tradicional. Es un filme no para iniciados, sino para quienes buscan algo más que entretención y evasión. Acá hay ideas e, incluso, cuotas de ironía como se ve en el último segmento, "El paraíso", con marines americanos custodiando un paradisíaco bosque que se lee como una especie de Edén.