Los hermanos Hans y Sophie Scholl fueron los líderes de La Rosa Blanca, un grupo de resistencia antinazista, pacífico, que nació en la universidad de Munich. Entre 1942 y 1943, se las apañaron para imprimir decenas de miles de copias de seis panfletos, y repartirlos en diversas ciudades del sur de Alemania, luego de lo cual fueron capturados por la Gestapo, juzgados por el "Tribunal del pueblo" y condenados a la decapitación. Hoy Sophie, Hans y el resto de La Rosa Blanca son héroes nacionales y calles llevan sus nombres a lo largo de Alemania. Especialmente admirada es Sophie, que a los 21 años resistió los interrogatorios y la condena a muerte con estoicismo. Sin ir más lejos, ésta es la tercera cinta que se hace sobre Sophie o La Rosa Blanca. Con estos antecedentes, no es extraño que una película llamada "Sophie Scholl: los días finales" no pueda ser menos que respetuosa con su protagonista, admirativa en su enfoque, correcta en su forma, predecible en su resultado. La cinta, que cuenta los últimos cuatro días de Sophie (la convincente y sutil Julia Jentsch), no en vano fue nominada al último Oscar como mejor película extranjera. Todo en ella huele, al decir de Truffaut, a película de calidad: la iluminación es impecable; la reproducción de época, admirable; el relato, cuidadosamente armado; el montaje, sin sorpresas, útil para mostrar lo que corresponde mostrar, como es útil el montaje en una teleserie brasileña. La cinta, por supuesto, abunda en momentos discursivos, en que Sophie exclama sus valores humanistas, al tiempo que es atacada por la policía o el juez (nunca golpeada, lo que no deja de ser sospechoso). Son discusiones sin interés, ya que hay muy poco en juego: sabemos bien lo correcta que estaba Sophie y lo equivocados que estaban los nazis. En corto, cargada al sentimentalismo, con poco espacio al gris, a los matices, "Sophie Scholl" es un cine donde no se vislumbra rastro alguno de la renovación cinematográfica que Alemania conoció en los setenta. En su gran producción y en su actitud moderada, en cambio, parece otro esfuerzo oficial, correcto, casi institucional por limpiar la culpa que, no es de extrañar, parece aún perseguir a cierta parte de Alemania.
Ernesto Ayala