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El Gran Truco

31 de Octubre de 2006 | 19:13 | Ernesto Ayala, El Mercurio
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Warner
Cuesta creer que un cineasta tan hábil para la narración y el montaje como el británico Christopher Nolan ("Memento", "Batman inicia") no trabaje, al mismo tiempo, en la búsqueda de algo - un tema, alguna obsesión, un ideario político- más amplio, más profundo o simplemente distinto de la pura forma.

Los críticos estamos acostumbrados a ensalzar a directores que lo hacen naturalmente - Hawks, Ford, Eastwood, Mann- y nos extraña cuando una y otra cosa no van de la mano. Muchas veces la extrañeza es tanta que buscamos temas, obsesiones o profundidades donde no las hay ni se pretenden.

La última cinta de Nolan, "El gran truco", viene a probar que hay pocos directores de la industria que dominen los tiras y aflojas del relato cinematográfico con tanta autoridad y precisión. Para contar la historia de dos ilusionistas rivales (Hugh Jackman y Christian Bale), en el Londres de finales del siglo XIX, utiliza en paralelo al menos tres planos temporales, dos voces en off, múltiples cambios en el punto de vista y un montaje barroco.

Con todo, la película no se siente compleja y se deja ver con gusto, tensión y placer. Administrando la información con una astucia casi enervante, "El gran truco" es un festival de la ilusión, donde lo aparente, tal como en la magia, se modifica una y otra vez. El problema viene cuando vemos que tanto virtuosismo es algo vano, hueco, vacío de sentido. Vista en la perspectiva de sus películas anteriores, aquí Nolan vuelve a concebir la identidad como una argamasa indefinida, hecha de resentimiento, rencores y simulaciones, pero nunca se siente realmente interesado a atacar el problema, no parece dispuesto, como sí hace repetir a sus personajes, a ensuciarse las manos.

En corto, juguetea pero no convence. Finalmente prefiere entregarse a las necesidades del gran divertimiento, donde, cuesta dudarlo, se siente cómodo. En ese sentido, Nolan tiene más de un punto en común con Alejandro Amenábar ("Tesis", "Los otros"), otro europeo aficionado a las vueltas de tuerca. Ambos pertenecen a la clase de cineastas que, dotados para la forma, no saben qué hacer con el fondo.