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Guardando la compostura

10 de Noviembre de 2006 | 18:09 | Amanda Kiran
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El Mercurio

La hincha más rabiosa y dura de la UC era una de mis mejores amigas. El “era” (en pasado) no es por su fanatismo a la  UC, sino porque ya poco la veo. Caminos distintos. Lejanías concretas con el paso del tiempo.


Tengo, en todo caso, muy buenos recuerdos de ella, de su familia y de los miles de ratos que compartimos. Muchos miles de esos ratos fueron en el estadio. Ella y toda su familia eran hinchas de la UC, de Pellegrini, de San Carlos y de ir duro y parejo al estadio.


Yo iba feliz porque no me importaba compartir esa pasión, siempre y cuando no se cruzara con la mía. Pero claramente llegó ese día.


Esta familia tenía bastante influencia, y muy buenos contactos, por lo que los palcos VIP estaban reservados para nosotros ese sábado a las 16 horas en el Nacional. Yo me sentía local.


Sus padres, sus hermanos, algún pololo de turno y yo. Siempre ahí. Colada. En la fila. En la lista de invitados. Esta vez era su equipo contra el mío. Todos sabían eso, pero no se comentaba. Tanto cariño me tenían, que respetaban mis gustos.


Llegamos al Nacional y nos estacionamos adentro. (Mi costumbre era la micro y caminar). Subimos en ascensor hasta nuestro lugar. (Mi costumbre era correr y pelear por un buen puesto en galucha). Nos ofrecieron bebida, pisco sour, piscola y hasta canapé. (Mi costumbre era comprar los ricos maníes tostados y la bebida caliente sin gas). En fin, una tarde diferente. Pero un mismo fin. Ver un clásico.


Y partió la cosa. Como todo clásico, fue apretado, nadie se soltaba en la cancha. Los jugadores no hacían muchos lujos y teníamos que esperar para ver algo diferente y llamativo. En eso, penal a favor de la UC.


Sin recordar bien quien lo tiró, se le fue muy afuera. Lejos del arco. Lejos del miedo. Cara larga en 6 de los 7 integrantes del palco.


Después de un rato lo olvidaron. Siguieron con el trámite del partido. Caídas, tarjetas, gritos de la hinchada. Garabatos de parte de ellos al árbitro. Y yo, manteniendo la compostura. No podía hacer nada. No podía hablar, apoyar, ni gritar.


Sentía que era una falta de respeto porque mi equipo estaba demoliendo en jugadas al de ellos. Finalmente me sentía incómoda porque la entrada, las bebidas, los sanguches, todo, había sido invitación de ellos. Ellos sufrían y yo sonreía.


No estaba cómoda, pero mantuve el respeto siempre. Finalmente y al minuto 87 llegó el gol. Golazo tras una buena jugada colectiva. Desde el lateral, pasando por el mediocampo y llegando en altura a la delantera.


Menos mal. (Me relajé un poco). Fue hermoso. Me paré de la alegría, pero recordé donde estaba. Entonces, aproveché el impulso y pedí permiso para el ir al baño. No quedaba mucho de partido. Corrí al más cercano, que estaba muy limpio.
Casi de hotel. (Recordé donde estaba). Cerré la puerta tras de mí y grité. Gol. Gool. Gol, gol. Goool.


Muerta de felicidad. Salté sola. Abrí la puerta, me peiné un poco y volví a juntarme con ellos. Seria y con cara de nada, volví a guardar la compostura.


Ambas (mi amiga y yo) entendimos que eso no lo podíamos volver a hacer. Asistir juntas a "ese clásico" mejor que no.


La amistad siguió por varios años. Hasta que la casa, los niños, la distancia nos alejó definitivamente. Ella debe seguir yendo a palco. Yo cuando puedo voy a galucha. Ese día, mi buena educación fue honesta. Puro respeto. Pero mi alegría y afonía también.


akiran@mercurio.cl

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