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No te pares

25 de Mayo de 2007 | 19:24 | Amanda Kiran
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Agencias

Se me paró el reloj. Iba camino a hacer clases. Camino al colegio. Al estacionarme noté algo extraño. Todo, junto con mi reloj sin funcionar estancado en las 15:15 horas.


La clase era a las 15.30.


Todo extraño. No había uniformes. Mis alumnas de ayer ya no estaban. No estaban ya en el colegio. Ni en ninguna parte. En el medio del grupo de niñas desconocidas que había esperando por mi en la mitad del prado verde, me pareció reconocer una cara familiar.


Era la Esperanza. El jueves pasado la había dejado en pre kinder en la escuelita formativa. No sé como ya estaba en cuarto medio. Más desafiante, más patuda, más transgresora que como la dejé. De una semana a otra.


Todos los alumnos fumaban. Todos abiertamente. Yo no tenía como detenerlos, ni como mostrar mi autoridad para que no lo hicieran. Ya las reglas estaban en otra parte. Y yo en ese lugar sin ellas.


Los alumnos uniformados ya no existían, y cada uno vestía como se le antojaba. El lindo azul, blanco y verde con que los dejé la semana pasada ya no estaba. Y tenía que observar y callar.


El director había desaparecido hace años, y ahora la administración era sociedad anónima. De todos, pero a la vez de nadie.


Lo más terrible vino en ese momento. El momento del saludo. Repentinamente siento que me tocan la espalda, de forma cariñosa y tierna. No reconocí todo en él. Sólo sus ojos, que aún tenían muy pocos años.


"Hola mamá", escuché.


Ya con dieciocho años, mi hijo estaba parado frente a mí, con voz, pelo y estilo cambiado. No me perdí sólo su niñez, sino que su adolescencia, su formación y los mejores años de su vida. Me perdí a mi hijo, sólo porque se me paró el reloj.


Desapareció corriendo, como si nada. Me tuve que controlar para no gritar y correr tras de él. Seguí revisando los momentos que me tenían ahí, y reconocí que ya no estaba mi compañera de trabajo. Se había cambiado a vivir al extranjero. ¿Sola?, pregunté. No, con sus tres hijas persiguiendo su sueño.


¿Y que pasó conmigo entonces? Mi sueldo seguía igual, mi jefe más canoso y mis avances, nulos. Estaba donde mismo. Un segundero me seguía marcando la rabia, lo que me había perdido y lo que había elegido.


En un momento habían pasado casi 20 años, y yo seguía donde mismo y sin recordar nada. Traté de conmemorar, con ese segundero, mis momentos. Los felices, los no tanto. Mis errores. Pero ni eso me daba. Este momento no me daba nada.


Plena tarde, a ciegas. Perdida.


Ya tocaba la hora de mi clase, y tenía terror de estar obsoleta mostrando algo que no correspondiera. En rigor, mi momento ya había pasado.


Esa tarde, ni frío ni calor. Sí un aire nefasto. Lo más cotidiano: los pósters del calentamiento global y sus significados, pegados en todas las paredes de la institución. Eso sobre nuestras espaldas. Inminente. Incontrolable.


Seguía en estado de schock. Parada en la mitad de mi clase. A mi lado, una mujer que nunca había visto, gritando en forma histérica a unas fumadoras que vivían su pucho, sólo para desafiar. Observando, listas y dispuestas a criticar lo que este día le aportaríamos en su tarde deportiva.


Salí de ahí. Tuve que hacerlo. Salí a mirarme al espejo. A reconocer. No me encontré. No estaba ahí. No pude verme. No había un reflejo claro. Salí de vuelta, y estaba sola. La cancha vacía. Vino el momento mágico. Mi reloj, marcaba las 15:21 y estaba avanzando nuevamente. En eso llega mi querida alumna matea, esa que siempre es la primera en vestirse y salir a saludar.


"Hola Amanda, ¿cómo estamos hoy para jugar?", lanzó.


Me largué a reír y acepté su invitación al juego. No sé qué fue. Realidad. Tortura. Vida. Muerte. ¡Qué importa!


No cerrar los ojos, al ver pasar nuestra vida. Un aviso que por favor no se nos pare el reloj. Que no se nos detenga nunca. Y que no olvidemos de cargar sus pilas a diario.

Amanda Kiran
akiran@mercurio.cl

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