Fue la encarnación del sueño americano y la figura inicial de una cultura -la revolución cultural de los 60- que horrorizaba a su alma conservadora. Cuando se conmemoran tres décadas de la muerte del Rey del rock, el mundo recuerda su impacto y trascendencia, mientras su país sigue en la eterna discusión: ¿Cómo recordar a Elvis Presley?
Por Francisco Aravena F.
Cuando en 1992 el Servicio Postal de Estados Unidos anunció que lanzaría estampillas con la imagen de Elvis Presley, la pregunta reventó. ¿Qué Elvis? ¿El joven demasiado-audaz-para-su-época que revolucionó la historia de la música popular a mediados de los 50? ¿O el gordo generoso en sudoración que se presentaba enfundado blanco sintético en Las Vegas poco antes de exiliarse en su mansión de Graceland, donde murió en 1977? La respuesta estuvo disponible en cartas y colecciones filatélicas a partir del 8 de enero de 1993, y la cara del joven Elvis se transformó en la estampilla conmemorativa más vendida de la historia de ese país: 500 millones de fans no podían estar equivocados.
Para los estadounidenses era importante decidir qué parte de Elvis recordar, porque Elvis Presley es su espejo: cada vez que lo miran ven algo de su propia historia. Y prefieren ver las partes buenas. Ahora que se conmemoran 30 años de su muerte, el mundo -y su país- están mirando otra vez al hombre y la figura, tratando de distinguir una de otra, si tal distinción es posible.
No hay que ser fanático para establecerlo como hecho indiscutible. Elvis Presley no sólo cambió la historia de la música popular, sino que se transformó en una figura eterna y omnipresente. Si Elvis inventó o no el rock and roll es materia de discusión, pero desde luego inventó el rock and roll que el resto del mundo llegó a conocer. El éxito del jovencito blanco de Memphis que superó la pobreza con una guitarra en mano mezclando en su coctelera las influencias del blues negro, la música country, el rockabilly e incluso el gospel, abrió las puertas para una generación de artistas inquietos y -sin quererlo- estableció las bases para que los años 60 llegaran con toda su revolución cultural a cuestas. "Sin Elvis no lo habríamos logrado", dijo Buddy Holly. "Antes de Elvis no había nada", dijo John Lennon, un genio de quien el rey del rock no guardaba similar aprecio.
Pero la historia de Elvis se cuenta y se seguirá contando -y fotografiando, y filmando, e imitando- no por su indudable marca en la historia de la música y de la cultura pop, sino porque Presley es la encarnación del manido "sueño americano". No es la única historia que se ajusta a esa narrativa, por supuesto, pero es la favorita: la del joven pobre -pero blanco- de Memphis, que no se resignó a lo que el destino le ofrecía -conducir camiones-, siguió su sueño -ser músico-, se hizo millonario, famoso en todo el mundo -una de las tres exportaciones principales de Estados Unidos, junto a la Coca Cola y el ratón Mickey- y venerado hasta nuestros días. Un hombre que siempre quiso a su mamá, al punto de que su primera grabación, la que lo lanzó a la fama en 1954, fue el disco que hizo para su madre, "That's all right mama", cuando tenía 19 años. Entonces él era un hijo que quería agradar a su mamá.
Elvis revolucionó su época, pero fue también hijo de ella. Cuando en septiembre de 1956 se presentó en el Show de Ed Sullivan ya era una figura que pintaba para estrella en la escena musical y cinematográfica -ya había filmado la película Love me tender-, pero su presentación en televisión hizo historia por lo que no se vio -y lo que hoy más se recuerda-: su movimiento de caderas. La decisión del director de la transmisión de enfocarlo desde el tronco para arriba, para no mostrar su pelvis en acción, fue la última oportunidad de la vieja guardia de frenar lo que se venía encima. La histeria que se desató en el país fue "una respuesta visceral y democrática de las masas", como escribió el recientemente fallecido periodista David Halberstam. "Fue también un momento crucial para toda la sociedad".
Fue una revolución sin querer. Elvis sólo quería hacer música y ser estrella, no tenía interés en liderar movimientos sociales ni mucho menos. Ni tampoco desafiar al establishment. Su servicio militar -en la comodidad de las bases estadounidenses en Alemania- en 1958 y 1959 sirvió para dejar eso en claro, por si alguien tenía dudas.
Se dice con razón que sin Elvis los años 60 no habrían sido como fueron -con liberación sexual, Beatles, Rebelde sin causa, movimientos sociales-, pero está claro que si de él hubiera dependido, las cosas no habrían resultado como resultaron.
Considérese la carta que le escribió al presidente Richard Nixon en diciembre de 1970 en la que le pedía ser nombrado agente federal para ayudar al país -como encubierto- en la lucha contra el comunismo, y le expresaba su preocupación por cómo estaba el país. "La cultura de las drogas, los elementos hippies, la SDS (el movimiento estudiantil Students for a Democratic Society), los Black Panthers (el movimiento de reivindicación afroamericano), etc. No me consideran su enemigo o, como lo llaman ellos, del establishment. Yo la llamo América y la amo. Señor, puedo y voy a estar al servicio para ayudar al país", dice. Luego, Elvis le explica a Nixon que teniendo formalmente un puesto como agente federal puede ser mucho más útil, para despedirse pidiéndole una entrevista personal y solicitándole que todo se mantuviera en secreto. Sólo en 1986, cuando los archivos nacionales liberaron documentos de la era Nixon, se conoció la fotografía. La historia la había revelado tres años antes el periodista Jack Anderson.
Elvis estaba preocupado por su país, pero nunca consideró necesario correr el riesgo de perjudicar su imagen con opiniones políticas.
La reunión se llevó a cabo -de ahí la mítica foto de Elvis y Nixon estrechándose las manos-, y Presley aprovechó de advertirle al Presidente que pusiera un ojo sobre los Beatles, unos "anti-americanos" cuya influencia él consideraba peligrosa para el país y a quienes había recibido en su mansión de Bel Air seis años antes. Elvis -que había regresado tras una larga pausa a los escenarios en 1968 en Las Vegas probablemente estaba muy ocupado como para enterarse de que los Beatles estaban en pleno proceso de su disolución definitiva. Como para ponerle una guinda al pastel del absurdo, Nixon ordenó enseguida que le entregaran una placa federal en calidad de "asistente especial de la oficina de narcóticos y drogas peligrosas".
"Elvis no cambió simplemente la historia de la música, aunque por supuesto que lo hizo", escribió Greil Marcus, quizás el crítico de música pop más importante de las últimas décadas. "Cambió la historia como tal, y al hacerlo se transformó en historia", continuó, en su libro Dead Elvis, de 2001. "Y debe agregarse que cambiar la historia es hacer algo que no se puede graficar o delimitar con exactitud. Es crear y prolongar un misterio".
Elvis Presley nunca se ha ido castigado a los libros de historia. Sus canciones siguen sonando, su nombre sigue siendo evocado como un cliché, sus imitadores siguen proliferando en todo el mundo y su nombre sigue apareciendo en biografías y referencias de cualquier estrella musical medianamente agradecida de su herencia.
A Presley lo encontraron muerto tirado en el baño de su mítica mansión de Graceland el 16 de agosto de 1977. Había entrado horas antes con un ejemplar de la revista The scientific search for Jesus ("La búsqueda científica de Jesús"). Si el Rey del rock lo encontró ese día, ya es un asunto de fe. Pero es de suponer que tantos millones de fieles no pueden estar equivocados.