Llegando a Zaire ambos tomaron opciones diferentes. Mientras Foreman decidió encerrarse en un palacio, Alí se hospedó en un barrio popular y todos los días salía a correr por las calles buscando el contacto con la gente que no dudaba en acompañar a aquel héroe que los trataba como iguales.
Así llegó el 30 de octubre y la pelea comenzó con un Alí bailando frente a su enemigo, pero luego cambió su estrategia parándose sobre las cuerdas sólo soportando el castigo de un furibundo Foreman en lo que parecía un suicidio por parte del ex campeón.
Angelo Dundee, su técnico, le gritaba desesperado que comenzara a pelear como lo habían planificado, pero Alí seguía recibiendo golpes mientras los comentaristas auguraban un combate breve, a diferencia de los sesenta mil espectadores que comenzaron a apoyar a su ídolo gritando con todas sus fuerzas “¡Alí, bomayé!, ¡Alí, bomayé!” (Alí, mátalo).
Mientras tanto Foreman seguía aplicando golpes ante un Alí que sólo aguantaba y esperaba en guardia y tambaleándose de atrás para adelante, moviendo los hombros de vez en cuando y tratando de lanzar tibios puñetazos inofensivos.
Lo que para muchos en un principio parecía incomprensible con el correr de los minutos empezaba a hacerse evidente. La estrategia de Alí cobraba sentido propinando golpes en el hígado y riñones para debilitar lentamente al iracundo Foreman, quien ya no podía contener su cansancio y que además debió soportar las muecas irónicas de pánico que le hacía el ex campeón olímpico y que además acompañaba de citas como “¡golpeas como una niña!”.
Hasta que llegaron al octavo asalto y Alí consiguió lo que estaba buscando. Un impecable intercambio de golpes contra una esquina terminó con una derecha que mandó a Foreman directo a la lona en el más famoso K.O. de todos los tiempos.
La leyenda seguía escribiendo su propia historia.