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Testimonios

Prefiere llamarse Carolina porque a los 40 años, esta ingeniera comercial, separada, no quiere que el hacer pública su experiencia afecte a sus pequeñas hijas de 12 y 9 años.

Su historia podría ser la crónica de un gran error anunciado y por eso, es admirable que hoy la haya asumido en forma positiva, quedándose con las cosas buenas de una amarga situación.

Se inició sexualmente a los 17 años y “siempre fui muy tranquila, en realidad. Tuve pocas parejas y pololos por años; me casé a los 24 años después de 5 años de pololeo”.

Desarrolló su vida en forma normal, estudió, se recibió, se puso a trabajar y tuvo a sus dos hijas. Y también se hacía sus controles de Papanicolau con regularidad, casi siempre una vez al año después de su último embarazo.

Tiene claro que la intensa vida que realizaba tuvo que ver en su enfermedad: “El stress es un factor gatillante del cáncer, te baja el sistema inmunológico y hace que este tipo de cosas te pueda suceder”, dice convencida.

Pero también tiene conciencia de que no todo se llevó bien en su caso. En octubre de 2001, a los 35 años, se hizo el PAP y éste salió malo y con la recomendación de repetirlo a los tres meses; su médico le dijo que no se preocupara y después de repetirse el examen no le hizo ninguna advertencia. “Él fue poco claro, no me dijo que había algo alterado”, señala.

“Pasó diciembre, Año Nuevo, vacaciones y un día me puse a sangrar, sangrar y sangrar. Pensé que se me había adelantado la regla; el doctor me vio y me dijo que había algo raro, que había que sacarme una muestra. Después de eso, me sentó al frente y me contó que tenía cáncer y… bueno, ahí se te cae el mundo”, cuenta.

Su reacción fue la obvia. “No lo podía creer, me preguntaba por qué a mí”.

Cuando aún no asumía el impacto de la noticia, el doctor le aseguró que tenía que hacerse radioterapia a lo que ella le contestó que iba a consultar otra opinión. “Tenía claro que su evaluación no había sido la correcta”, explica.

En marzo de 2002 llegó a la Clínica Alemana de Santiago donde le hicieron un sinnúmero de exámenes para determinar la magnitud de su problema y un equipo multidisciplinario concluyó que “gracias a Dios, el grado de avance del cáncer no era alto porque no había llegado a los ganglios. Estaba in situ, en el cuello del útero”.

Buscando una explicación, recién ahí se enteró que los PAP anteriores que se había hecho habían dado la alerta, pero no habían sido atendidos. “Ya no sacaba nada con ver para atrás, había que actuar rápidamente”.

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