Irak es Saddam
Hussein. Fue él quien se alzó en el poder después
de sucesivos golpes de estado que terminaron con la monarquía
de la primera mitad del Siglo XX. Fue él quien llevó
a este país petrolero a las peores guerras de la zona, que
costaron millones de vidas y donde enfrentó, incluso, a una
coalición internacional sin precedentes. Es él quien
es ratificado en el poder sin recibir un solo voto en contra, aunque
ya prepara un sucesor, su más temido hijo.
El que confronta
Saddam
Hussein, cuyo nombre significa "el que confronta", nació
en la localidad de Al-Ajwa, al norte de Bagdad, el 28 de abril de
1937. Existen versiones contradictorias con respecto a su padre,
Hussein al-Majid, de quien no se sabe si murió antes que
Saddam naciera o si simplemente lo abandonó cuando cumplió
los dos meses.
Lo cierto es que su
madre, Subha Tulfah, conoció a Ibrahim Asan, quien trató
con mucha crueldad a su hijastro. Además de pegarle, insultarlo
o hacerlo trabajar a pleno sol, también lo mandaba a robar
ovejas y gallinas, y le impedía ir a al escuela.
A los 10 años,
Saddam dejó a su madre para vivir con su tío Khairallah
Tulfah, ex teniente segundo del Ejército iraquí, con
quien partió a la capital: Bagdad. Allá se educó
en el odio a los ingleses, quienes a principios del Siglo XX tenían
a Irak como una de sus colonias.
Fue Tulfah quien instó
a Hussein a integrarse al Partido de Renacimiento Árabe Socialista
(Baath) y fue allí donde el joven Saddam comenzó a
gestar una vida llena de odio y sangre, pero que finalmente lo llevaría
al máximo puesto político y militar de Irak.
Junto a su primo Ahmad
Hassan Al Bakr, un oficial nacionalista que pronto se transformó
en su protector, Hussein participó de los intentos de golpe
contra el rey Faisal II, en 1956 y 1958, donde el general Andul
Karim Quassim tomó el poder. Su tío lo instó
entonces a cometer su primer crimen político. Saddam viajó
a su pueblo natal y asesinó a un prominente partidario comunista
del Primer Ministro Quassim. Desde ese momento, su fama de hombre
duro y despiadado creció dentro de las filas del Baath.
Pronto fue seleccionado
para formar parte de un grupo de diez hombres encargados de asesinar
al Primer Ministro. El 7 de octubre de 1959, el comando de Hussein
ametralló en una emboscada el vehículo de Quassim.
Sin embargo, el general salvó con vida.
Además de ser
herido en una pierna, Saddam debió disfrazarse mujer y cruzar
el río Tigris contra la corriente para escapar a Siria, ya
que en Irak fue condenado a muerte.
De Siria pasó
a Egipto, donde el Presidente Nasser lo ayudó a ingresar
a la Universidad de El Cairo a estudiar derecho. Estuvo exiliado
en ese país hasta 1963, cuando un golpe militar derrocó
y ejecutó al Primer Ministro Quassim, e instaló en
el poder a una coalición política encabezada por el
Baath.
De regreso en Irak,
fue nombrado miembro de la oficina del Presidente. Ahí supervisó
las torturas de comunistas, socialistas, kurdos y aliados del destituido
Kassem, miembro del mismo partido de los nuevos líderes.
"Debemos matar
a quienes conspiran contra nosotros", declaraba Hussein por
esos días. Por si acaso, fueron asesinados los que podrían
conspirar y algunos parientes de ellos, para evitar así que
el poder se les escapara de las manos.
Sin embargo, Hussein
fue acusado de conspirar contra el Gobierno y estuvo preso hasta
que logró escapar en 1966. Desde la clandestinidad organizó
milicias que participaron activamente en un nuevo golpe de Estado
en 1968. Ese año, con Bakr en la Presidencia de Irak, el
ascenso al poder total estaba al alcance de sus manos.
A los 31 años
Hussein se convirtió en diputado y modeló el aparato
represivo iraquí, inspirado en la KGB soviética y
la Stasi de Alemania Oriental. Cuatro años más tarde,
como vicepresidente del Consejo, comenzó su control total
del país.
Fácilmente incorporó
a familiares en altos rangos, y fue nombrado teniente general del
Ejército, sin siquiera haber hecho una carrera militar. Tal
era su control, que pronto se ascendió a sí mismo
a Mariscal de Campo.
"Los largos
días"
Desde que en julio
de 1979 Saddam Hussein, con 42 años, reemplazó a Hassan
al-Bakr en el poder, son muchas las historias y mitos que surgieron
en torno al carismático líder.
A pesar de contar con
un sofisticado contingente de guardaespaldas que lo protegen, vive
con el constante temor a ser asesinado.
Nunca duerme en el
mismo lugar ni tampoco en sus 80 palacios y residencias oficiales.
Tras unas horas de descanso, se muda de sitio. Temeroso de que lo
contaminen, se baña dos veces al día y exige una ducha
previa a cualquiera que pretenda entrevistarse con él.
Tiene decenas de cocineros
que le preparan su comida y siempre alguno de ellos la prueba antes
que él a fin de evitar el envenenamiento. Se dice también
que donde va lleva su propia silla para prevenir que un enemigo
encaje en su asiento una tachuela envenenada.
Cuenta, además,
con un número no precisado de dobles, que se asemejan a él
en todo sentido: el corte y color de pelo, sus vestimentas, su bigote
y su forma de caminar, con una leve cojera que trata de disimular.
Incluso, hay quienes
aseguran que los dobles se ven sometidos a estrictos entrenamientos
para imitar el modo de hablar del líder iraquí y hasta
igualar su peso. Si Hussein sube algunos kilos, los dobles deben
esforzarse por igualarlo.
Dentro
de sus actividades favoritas, practica natación diariamente
y acude, junto a sus guardaespaldas, a "ver agua" a algún
riachuelo, cascada o fuente, porque es lo único que lo relaja.
En todas sus dependencias se escucha el ruido de fondo del agua
corriendo.
A ciertas horas, no
importa con quien esté, se levanta, se postra en el suelo
y empieza a rezar. Ha confesado que le encanta el chocolate Nestlé
y en su tiempo libre le gusta leer y escribir versos y poemas. Uno
de sus autores favoritos es Khalil Gibrán. Hussein es autor
de dos romances muy populares en Irak. Hace poco más de un
año habría escrito la novela épica 'Zabibah
y el rey', cuya adaptación teatral fue puesta en escena este
año en el Teatro Nacional Iraquí. La otra obra que
se le atribuye es 'El castillo fortificado', que describe una batalla
entre el bien y el mal.
Recientemente salió
a la luz pública una griega de 54 años, Parisoula
Lampsos, quien asegura haber sido una de sus cinco amantes. En sus
revelaciones a la prensa occidental, la rubia actualmente exiliada,
asegura que a su ex novio le gusta mucho el cine, en especial la
serie 'El Padrino', y que disfruta bailando 'Extraños en
la noche', interpretada por Sinatra. La mujer también ha
dicho que el líder iraquí consume viagra para mantener
su potencia sexual.
La admiración
que siente el pueblo iraquí por su líder es otro hecho
que no se puede obviar. Más allá de que lo han ratificado
en el cargo con una cuestionable pero aplastante elección,
los ciudadanos de Irak reconocen en Hussein un símbolo de
lucha contra lo que ellos denominan "intrusos de Occidente".
La serie de televisión
"Los largos días" era una biografía de seis
horas que elevaba los pasajes de su vida a niveles de mitología.
Él, por supuesto, se convertía en el héroe
absoluto de la mayoría de las revueltas que terminaron con
la monarquía iraquí fuera del país o degollada,
y que llevaron a la cima al partido Baath.
Desde los inicios de
su mandato, el rostro de Hussein se pintó en casi todas las
paredes de Irak, sus fotos se colgaron en casas y oficinas, y las
leyendas sobre sus hazañas pasaron a ser parte de la vida
cotidiana. Incluso, el presumido Presidente hizo su propia versión
del Arco del Triunfo, claro que en vez de columnas, los dos brazos
de Hussein son los que se levantan cuarenta metros hacia el cielo
para cruzarse en dos gigantescas espadas.
A sangre fría
Su
autoridad y frialdad quedaron de manifiesto en muchas ocasiones.
A sólo una semana de asumir como Presidente, mandó
a asesinar a 22 líderes políticos de su partido y
a miembros del Consejo Revolucionario.
Tampoco tuvo piedad
con dos de sus yernos, luego de que en 1995 éstos se marcharan
con sus hijos y esposas a Jordania, y anunciaran a la prensa sus
intenciones de derrocarlo. Hussein no tardó en ofrecerles
el regreso y perdón: un gesto nunca antes visto en Saddam.
Los yernos regresaron,
pero apenas cruzaron la frontera fueron separados de sus esposas
e hijos. A los pocos días, los medios anunciaron que habían
aparecido muertos en un enfrentamiento.
En otra ocasión,
cuando planificaba una invasión a Irán, en 1980, un
general iraquí le advirtió de las consecuencias de
la guerra y del alto costo en vidas humanas. Hussein lo invitó
a continuar en privado la conversación. Le disparó
seis tiros, guardó su pistola, miró el mapa iraní
y siguió con sus planes.
Las guerras que vinieron
en las décadas posteriores también son el reflejo
del carácter fuerte y prepotente del líder. Ocho años
de duros y sangrientos enfrentamientos contra Irán, con un
costo de un millón de vidas, no dieron espacio a la misericordia
en el corazón de Saddam Hussein. Al finalizar la guerra sin
vencedor, el líder iraquí quiso demostrar que era
el más poderoso. Entonces decidió atacar en su propio
país a los rebeldes kurdos que habían apoyado a las
tropas iraníes. Para aniquilarlos usó armas químicas
prohibidas. En mayo de ese año, lanzó un terrible
ataque con gas mostaza y gas sarín sobre la ciudad de Halabja
con un efecto devastador: más de 700 civiles, entre ellos
mujeres y niños, murieron en una forma horrible.
Un Ejército
desgastado, miles de vidas perdidas y un país cansado de
casi una década de guerra, no fueron pretextos suficientes
para evitar que Hussein decidiera invadir Kuwait en agosto de 1990,
proclamándola como la decimonovena provincia iraquí.
No le importaron las resoluciones de las Naciones Unidas que lo
obligaban a retirarse del emirato ni la conformación de la
alianza militar más poderosa desde la Segunda Guerra Mundial.
Hussein prometió
a su pueblo que ésa sería "la madre de todas
las batallas", pero no pudo contra el poderoso Ejército
aliado. La Operación Tormenta del Desierto, en enero de 1991,
devastó Bagdad y le dobló la mano al líder
iraquí, quien vio cómo sus generales ordenaban la
retirada de Kuwait, sólo un mes y medio después de
comenzado el ataque.
Sin embargo, hasta
hoy, Hussein asegura a su pueblo que "la madre de todas las
batallas" concluyó con una victoria para Irak. No parece
estar muy lejos de la verdad, porque para él la Guerra del
Golfo no fue más que otro episodio de sangre derramada.
Lo importante para
Hussein es que esa sangre no era la suya.
Siendo un dictador
que no teme más que por su propia vida, que ha arriesgado
la existencia de millones de personas atreviéndose a pelear
dos guerras sin conseguir victoria, y que no ha dudado en matar
a quien crea que es una amenaza, incluyendo a miembros de su familia,
cuesta entender el respaldo popular que lo mantienen aún
en el poder.
Saddam
Hussein sigue vivo, y aunque es un gran dolor de cabeza para muchos,
es también un gran símbolo de lucha para otros.
El pasado 15 de octubre,
el líder iraquí recibió quizás la muestra
de apoyo más elocuente, y el mundo debió aceptar un
golpe duro. Ese día, once millones de votos a favor y ninguno
en contra, le permitieron la reelección como Presidente,
aún cuando el mundo entero, bajo el ala de Estados Unidos,
aboga por el término de su régimen.
Siete años más
para un hombre que completa ya más de dos décadas
en el poder. Arregladas o no, esas elecciones no sólo constataron
que la oposición iraquí no es lo suficientemente fuerte
para liderar una acción contra el régimen de Hussein,
sino también, que el resultado de 100 por ciento a cero es
una muestra de que en Irak el dictador "no tiene oposición".
Eso dificulta, sin
lugar a dudas, la caída de Hussein, porque su eventual derrumbe
no asegura la instauración de un régimen democrático,
como pretende Estados Unidos, sino una revuelta y posible ascenso
de Qussai, el menor de los cinco hijos del líder iraquí,
menos conocido pero más temido que su padre.
Actualmente, Qussai
es el hombre a cargo de todo el aparato de las fuerzas militares,
los servicios de seguridad y los grupos de inteligencia de Irak.
Según desertores iraquíes, él sería
quien guíe a la milicia y ordene la utilización de
las armas de destrucción masiva que posee el régimen
de Bagdad, en caso de que su padre muera o sea derribado.
El propio Qussai sería
quien sucedería a Saddam, aunque, en realidad, pocos iraquíes
podrían reconocerlo si lo vieran en la calle. Los diarios
casi no lo mencionan y nunca sale en la televisión ni da
entrevistas. Se dice que es tartamudo, de carácter terco,
pequeña estatura y gruesos bigotes.
Con
36 años, el hijo menor de Saddam Hussein destronó
incluso a su hermano Udai, el primogénito del líder
iraquí, quien le habría delegado la autoridad con
la que contaba sobre el supuesto arsenal de armas químicas
y biológicas. Qussai habría eclipsado a su hermano
como el hombre más fuerte y confiable de Irak, y presunto
heredero de Saddam.
Qussai es, en definitiva,
el siguiente dolor de cabeza de Estados Unidos, si consigue sacar
del poder al actual dictador iraquí.
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