Romeo
y Julieta:
LO
QUE DESCUBRIÓ LA OSCURA NOCHE
Por
Juan Antonio Muñoz H.
La
sinfonía dramática ''Romeo y Julieta'', de Berlioz,
se debe
a Paganini y es por eso que le está dedicada. Fue el
violinista
del pacto con el diablo quien permitió, gracias a una
fuerte
ayuda económica, que Berlioz pudiera liberarse de la
obligación
del periodismo y de dar conciertos, y así dedicarse
a hacer música y a leer la traducción de Emile
Deschamps para
la tragedia de los niños amantes.
Era
una época que volvía a descubrir la obra de
William Shakespeare
y que renovaba el impulso de búsqueda de los románticos
al acecho, alertados porque Goethe mismo había escrito
que el inglés era carne de su carne. Como un ''pobre
pecador''
se sintió Goethe al acceder a Shakespeare y así
convirtió
a ''Will Power'' en uno de los catalizadores más importantes
del Romanticismo alemán.
Fueron ''Hamlet'' y ''Romeo y Julieta'' las piezas más
recurridas. La primera, por ser un ejemplo insuperable
de poesía dramática y porque los
caracteres de Ofelia y Hamlet parecían hechos para
el siglo XIX, y la segunda porque se refiere a
la fragilidad del amor y al mandato adolescente a seguir
el impulso sexual.
Los queridos Romeo y Julieta son exactamente lo opuesto a
los niños y niñas formales. Piden ser escuchados,
pero no quieren ser vistos. Son librepensadores
en bruto. Jóvenes de los cuales tienen que
cuidarse los padres y que están dispuestos a levantar
barricadas infranqueables y definitivas para defender
su integridad.
Ellos
responden ante la violencia del medio del mismo modo
que lo hacen Píramo y Tisbe, su antecedente remoto,
quienes
se encuentran en un breve relato de la ''Metamorfosis''
ovidiana y cuya historia repite circunstancias como la oposición
familiar a su unión y el suicidio de uno creyendo la
falsa muerte de la otra. No por nada Shakespeare, en la escena
de teatro dentro del teatro de ''Sueño de una noche
de
verano'', la comedia que cuestiona todos los tipos de amor,
incluye una representación de esta tragedia.
El
viaje
A
Ippolita Sforza, duquesa de Calabria, está dedicada
la colección
de cuentos ''Il Novellino'', de Masuccio Salernitano (1420?-1476),
donde se expone el caso de una joven sienesa llamada
Giannozza y su amado Mariotto, que inspiró a su vez
a Luigi da Porto (1485-1529) para su narración ''Julieta
y
Romeo''. Es a Da Porto, entonces, a quien se deben los nombres
inmortalizados por Shakespeare, quien nunca tuvo el
prurito de la novedad exclusiva a la hora de escoger sus historias.
Matteo
Bandello (1485-1561) siguió con el reguero al incluir
el caso entre sus novelas cortas, en las que intenta reconstruir
su mundo inmediato, casi con afán periodístico.
No
están solamente ahí las aventuras de Buondelmonte
o episodios
semihistóricos como el de Lucrecia y Tarquino (que
también inspirara a Shakespeare), sino detalles de
la vida
cotidiana de la Italia renacentista y de la gente nombrada
por
la gente. Hasta Isabel de Este fue inmortalizada por Bandello
con sus perros y sus músicos, mientras que Maquiavelo
aparece enfrentado a sus discretas teorías militares.
Y aún falta para que Capuletos y Montescos
lleguen a Shakespeare. Pocos saben que es a Lope de Vega (1562-1635)
a quien se debe la primera ''puesta en escena'' del caso.
En su obra, titulada "Castelvines y Monteses", los
amantes se llaman Julia y Roselo, y ella despierta de su sueño
mortal en brazos del jovencito.
El
vínculo literario anterior más cercano a Shakespeare
se
encuentra en otro poeta inglés, a pesar de la influencia
italiana
de la historia. Es ''La trágica historia de Romeo y
Julieta''
(1562), de Arthur Brooke. Para llegar a Shakespeare hay
que esperar hasta 1597, cuando se publicaron las ediciones
pirata, o hasta 1599, de cuando data la primera versión
oficial
in folio: ''The most excellent and lamentable tragedy of
Romeo and Juliet'', fue el nombre.
La
muerta viva
Dicen
que un arquero veronés narró el cuento a Da
Porto: ''Os
contaré una historia de amor que será para vos
una distracción,
pero que probará que siempre las historias de amor
terminan mal''.
Rara
sentencia para unos hechos que hasta ahora se celebran,
a la vez, como ejemplos de amor inmortal e imposible. Es
más bien en esta última palabra donde radica
la esencia de
''Romeo y Julieta'', pero no tanto en la forma de una advertencia
respecto de la posibilidad del amor como sí de lo fútil
que es creer que el amor es posible. Shakespeare hace optar
a los amantes por la muerte y con ello restringe el estado
del enamoramiento y del amor a la adolescencia. Los adultos
casados no se llevan bien en sus obras, y la muerte de
sus amantes más adultos, como Antonio y Cleopatra,
no encuentra
sus móviles sólo en la pasión amorosa.
Es cuando Hamlet
sabe que definitivamente tiene que penetrar al mundo
corrupto de la corte, que le dice a Ofelia que es carroña
y que
mejor se vaya a un convento. No se trata, entonces, de un
amor imposible: es que el amor no es posible.
La
sentencia de muerte sobre Romeo y Julieta la dicta el propio
joven Montesco cuando, en sus primeras aproximaciones,
le dice a Julieta: ''Si yo profano con mi diestra indigna
esta urna santa, deberé expiarlo''. Shakespare usa
''holy shrine'',
que es tanto ''relicario'' como ''santo sepulcro''.
La
vocación necrofílica de Shakespeare es indudable
desde ''Romeo y Julieta''. Ya Matteo Bandello había
tocado el asunto de la muerta viva, pero el buen
William lo lleva a las alturas al metaforizar la escatología
y convertirla en algo sublime. Es curioso cómo este
asunto de la muerte simulada influyó luego
en la literatura y hasta en la música. Berlioz, por
ejemplo, se sirve de ello para realizar una marcha fúnebre
en estilo de fuga, instrumental en la primera mitad y vocal
en la segunda.
Hay
otras obras de Shakespeare que incorporan con algún
rebusque la situación. Está en ''Cuento de invierno'',
pero sobre todo en la comedia ''Mucho ruido y pocas nueces''.
Ahí, los escépticos Beatriz y Benedicto se convencen
de que su latente inclinación amorosa podría
llegar a resultar un buen matrimonio, y es un fraile
el que hace correr la voz de que la calumniada Hero ha muerto.
La farsa contempla hasta la simulación del
funeral. Todo termina con la muerta fingida que
resucita, ante el asombro de su enamorado.
''Mandadme ir a una reciente fosa y allí dejadme envuelta
en el sudario del muerto'', dice Julieta. Luego, fray Lorenzo
le receta el narcótico exacto, ella lo bebe y los románticos
le toman la palabra y la convierten en heroína
absoluta. A fines del siglo XVIII proliferaron muchas novelas
negras inspiradas por esta musa que no duda en ser enterrada
viva.
''Aquí
descansa alguien cuyo nombre se escribió con
agua'', dice sobre la tumba de John Keats (1795-1821), considerado
el más grande de los poetas románticos ingleses
y en cuya obra vive la angustia de amar las cosas que mueren.
Su ''Víspera de Santa Inés'' pone
en letra poética a Madeline y Porphyro,
también separados por odios familiares. Quizás
fuera Keats el que propiciara el salto hacia América,
donde Edgar Allan Poe (1809-1849) se aplica sobre el amor
infantil de ''Annabel Lee'', un poema en el cual la hermosa
niña es trasladada por un viento helado hasta el sepulcro.
Una nueva insistencia, entonces, sobre el castigo a la belleza
y al amor que parece perfecto.
Poe -para quien la pasión amorosa es un deseo de poder
sobre el otro que termina en la muerte- se haría cargo
de
continuar atormentando a sus lectores con el asunto. En ''El
corazón delator'' el asesino confiesa su delito al
escuchar el
latido de su víctima ya bajo tierra. Si su ''Leonora''
es un canto
al vampirismo, morigerado por una inclinación enfermiza
a la unión con la naturaleza (ecos de ''Werther'',
por cierto),
en ''La caja ovalada'' un hombre traslada el cuerpo muerto
de su esposa y con ella se hunde en el mar durante una
tempestad. ''A una en el paraíso'', ''La Durmiente''
-la morbosa
esperanza en un sepulcro en el bosque donde Irene durmiera
su sueño terminal- y ''Gusano victorioso'' se suman
a esta convergencia de belleza, amor, muerte y corrupción.
...
Pues yace aquí Julieta, y su belleza torna esta cripta
en alcázar
de luz resplandeciente (...) ¡Aquí me quedaré,
con los
gusanos que son tus doncellas!
Todos
evitan algo
La
tragedia fue atractiva desde el inicio, al punto de que incluso
una tal Mrs. Hornby, quien entre 1793 y 1820 fue guía
en
la casa donde nació Shakespeare, no resistió
lucir entre sus
piezas de época el farol con el cual Fray Lorenzo descubrió
a Romeo y Julieta en la tumba.
Aunque no era necesario que lo hiciera, Berlioz confesó
en sus memorias que su sinfonía dramática
se parecía muy poco a la tragedia de Shakespeare
y que, debido a la sublimidad de la historia, es muy peligroso
para un compositor tratar de describirla. Cierto,
pero a pesar de eso, música no ha faltado
para ''Romeo y Julieta'', lo que confirman compositores como
Tchaikovsky, Bellini, Gounod, Prokofiev, Zandonai y Bernstein,
entre muchos otros. Todos, sin embargo, eluden
algo. Bellini y su libretista Felice Romani, quizás
porque su Romeo debe ser cantado por una mezzosoprano,
esquivan el sexo y ni siquiera permiten que Julieta
se suicide con la daga, sino que inventan un repentino desvanecimiento
sobre el cuerpo del amado. Las Julietas de Gounod (quien
también inventa personajes y circunstancias) y Shakespeare,
en cambio, se parecen algo más, porque ambas están
excitadas con el descubrimiento del placer y encuentran en
la muerte una nueva manera de alcanzarlo. ¡Pronto acabo!
¡Oh, dulce daga! Esta es tu vaina, entra y toma herrumbre...
En
''La gente de Seldwyla'', una colección de cuentos
del suizo Gottfried Keller (1819-1880), uno de
ellos se titula ''Romeo y Julieta de la aldea''
y Sali y Vrenchen se dejan arrastrar por la corriente y mueren
ahogados. Un cambio radical, sin duda, pero jamás tanto
como el llamado ''final de Garrick'', que se mantuvo
en algunos escenarios del siglo XIX, de acuerdo al cual los
amantes son testigos de sus propias muertes en el panteón.
Finalmente,
mucho más allá llegó el compositor Jiří
Antonín
Benda (1722-1795), considerado el más importante de
una familia de compositores bohemios de origen
hebreo. Su ópera ''Romeo und Julie'', cuyo
libreto es de Friedrich Wilhelm Gotter, se permite
cosas como iniciar la acción en la habitación
de Julieta, con ella ya enamorada del joven Montesco; agregar
personajes como Laura, una amiga de la chica, y terminar el
espectáculo con una canción entonada por los
amantes. No hay suicidio, en suma: ''Meine Kinder!'' (¡Mis
niños!), exclama un arrepentido papá Capuleto
cuando Julie le anuncia que Romeo es la mitad de su vida.