El hecho que una mujer asuma como Jefa de Estado o Jefa de Gobierno no necesariamente cambia la condición de las mujeres en el país respectivo. Golda Meir, Margaret Thatcher e Indira Gandhi debieron enfrentar tareas y responsabilidades de gran envergadura en sus respectivos gobiernos: Meir luchó por la supervivencia de su nación, el liderazgo de Thatcher ayudó a imponer un determinado modelo político y económico en el mundo, Gandhi gobernó un país enfrentado a necesidades, divisiones internas y amenazas externas enormes. El desempeño de ellas fue brillante y sus nombres están inscritos en la historia mundial. Pero la condición de la mujer en sus respectivos países no cambió. No hubo una preocupación preferente por los asuntos que preocupan o afectan principalmente a las mujeres. Tampoco facilitaron el acceso de las mujeres a puestos de poder.

Pareciera que el ascenso de una mujer a la Presidencia en Chile será distinto: La Presidenta electa recibe un país en que no se perciben retos ni desafíos del tipo que debieron enfrentar estas líderes, lo que le dará espacio para dedicarse a temas de calidad de vida, de derechos de los ciudadanos, de equidad social. En este sentido, la designación de su gabinete ha dado una señal clara que ella aspira a una mayor igualdad en los derechos de ambos sexos.

La mayor presencia de mujeres ministras y subsecretarias tendrá inevitablemente un efecto cultural: ayudará a limitar el “techo de vidrio”. He hablado con muchas mujeres que se han destacado en sus respectivas áreas: sindicatos, empresas, academia, Poder Judicial, organizaciones sociales, partidos políticos. En todas estas conversaciones he percibido la frustración, la impotencia, la rabia o simplemente la resignación ante el hecho que las mujeres están prácticamente excluidas de las instancias de mayor poder. No hay ninguna norma que les impida llegar arriba, nadie reconoce que hay un veto, no es producto de políticas explícitas.