John Daly nunca calzó con los estándares del golf. Sus pantalones multicolores y una personalidad difícil de definir lo parecían poner siempre fuera de foco. Ganó dos majors y estuvo al fondo del barranco. Ha lidiado con los demonios de su infancia, con el alcohol, la ludopatía y ahora con el cáncer. Ya lo operaron de un tumor en la vejiga y tiene que empezar la quimioterapia.
Daly era un absoluto desconocido en el mundo del golf hasta que en 1991 lo invitaron como noveno suplente al PGA. Por ese entonces tenía 23 años y bebía una botella de whisky al día. Su entrenador le había dicho que tenía que bajar de peso y él respondió perdiendo alrededor de 30 kilos. Lo logró con una dieta que consistía en Jack Daniels y palomitas de maíz.
Terminó convirtiéndose en una de las sorpresas más grandes en la historia del deporte. Ganó el importante torneo. El nuevo héroe americano, un ídolo de masas, era un veinteañero de pelo rubio y bigote. Por sus potentes golpes lo comenzaron a llamar "El Salvaje". Pasaba a ser rico y famoso como en ninguno de sus sueños había podido imaginar.
"Mi vida cambió en cuatro días y yo no estaba preparado. Cuando tuve éxito, pensé que tenía el mundo cogido por las pelotas y dejé de golpear fuerte en el campo de golf. No me enseñaron a tener éxito", comentó en un documental de ESPN.
Daly bebía en exceso. Incluso en medio de un torneo, no le importaba. Si jugaba mal, se emborrachaba. Reconoce que, por lo mismo, muchas veces deseaba jugar mal.
Con dinero y mucho tiempo libre, se hizo cliente habitual de los casinos. Dilapidó una fortuna. Podía estar 14 horas seguidas apostando y cuando se quedó cortó de efectivo vendió sus lujosos autos para saciar su ludopatía.
"Gané unos 40 millones de dólares con el juego, pero perdí unos 93", contó en el libro Mi vida dentro y fuera del rough. La verdad más allá de toda la mierda que crees que sabes sobre mí.
Su vida personal le empezó a afectar en el campo. Se retiraba a mitad de los torneos sin razón aparente, llegaba con el rostro lleno de rasguños por peleas con sus esposas (se casó cuatro veces) y sus técnicos lo abandonaban. En el '92 ingresó a una clínica de desintoxicación luego de darle una golpiza a su pareja. Repetía los mismos patrones de su padre.
"Mi padre bebía mucho. Se volvía muy agresivo con mis hermanos y con mi madre. Volvíamos del colegio y nos daba una paliza. Cuando tu padre te apunta con una pistola en el ojo y no sabe quién eres porque está muy borracho, tiendes a alejarte de alguien así. Las mangueras de jardín y los enchufes no son objetos para usar contra un niño", expresó.
Estaba ahogado por las deudas en 1995. Le debía cuatro millones de dólares a los casinos. Con un pobre rendimiento y haciendo noticia por sus escándalos llegó al Abierto Británico. Tal como en el PGA, dio el golpe a la cátedra. En ese tiempo, estaba tratando de dejar el alcohol y consumía dulces para la ansiedad. Celebró tomando helado en chocolate en el trofeo de campeón.
Sin embargo, los problemas siguieron. Una vez le dijo al golfista Fuzzy Zoeller que por favor le pegara un tiro. En otra ocasión llamó a Thomas Henderson, una ex estrella de fútbol americano agobiada por problemas similiares. Estaba en su auto en lo alto de una colina y con el motor encendido: "Mañana no habrá más John Daly".
Se retiró en 2006, cansado de las "humillaciones", y siguió con un que otro lío. Pero encontró algo de paz bebiendo Coca Cola Light y fumando hasta más allá de los límites. Se dedicó a la música, vendía pantalones chillones y poleras con su imagen, vio cómo su hijo comenzaba a despuntar en el golf y hasta se permitió dar consejos para el coronavirus. En un video de la Trump Organization aseguró que había que beber vodka.
El cáncer es el nuevo enemigo. Probablemente no lo cambiará, nunca ha dicho que vaya a hacerlo, ni en sus peores momentos. "He vivido un infierno, pero hoy en mi vida hay cosas buenas. Después de todo, seguiré siendo John Daly, no cambiaré. Golpearé fuerte. Y luego beberé".