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Todos querrán escuchar y ver el extraordinario "Otello" de Jonas Kaufmann

El 21 de junio el tenor alemán debutó en Londres el rol del Moro de Venecia, uno de los más arduos y complejos del repertorio. Este miércoles 28 de junio, la puesta en escena se transmite en directo a todos los cines de Europa y América del Norte.

27 de Junio de 2017 | 13:01 | Juan Antonio Muñoz H. Desde Londres, Reino Unido.
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Royal Opera House, Catherine Ashmore.
SANTIAGO.- La palabra "extraordinario" representa bien lo que el gran tenor alemán Jonas Kaufmann consigue con este rol tremendo, de tantas exigencias vocales y dramáticas. Sucede raras veces que un artista es capaz de hacer algo tan propio, que no se parece a nada conocido y que, por lo mismo, se vuelve incomparable. No hay ni hubo otro Otello como el de Jonas Kaufmann, así de simple y de sorprendente.

Su Otello es, primero, mucho más un amante y un hombre fácilmente manipulable que un héroe guerrero feroz. Tal condición de general triunfante comienza y termina con su "Esultate!", pues desde entonces Jonas Kaufmann desarrolla un personaje dubitativo hasta la debilidad, incómodo en el ejercicio del mando político y en la sociedad de los soldados. Se diría que proyecta al moro como un hombre que teme incluso no cumplir sexualmente con su mujer, una idea que termina por hacer más comprensible su furia asesina posterior, con el matrimonio ya consumado.

La famosa "gloria de Otello" es un triunfo externo que no tiene correlato con lo que el moro cree o siente de sí mismo, un menoscabo quizás social o de origen —¿racial?— que le tiene quebrada la mente y el alma. A eso se suma esa insistencia tan rara de que Desdémona lo ama a él por sus desventuras y que él la ama a ella por su piedad: en efecto, curiosos principios para basar una relación amorosa.

La tormenta con que parte la ópera es una extrapolación de aquello que vive el Otello de Kaufmann puertas adentro. La afirmación de los demás no le alcanza a su moro para aniquilar el monstruo que tiene en su interior y que no lo deja vivir. Es sintomática —y brillante— la idea del director de escena Keith Warner cuando hace emerger a Otello desde el fondo de la tierra para proclamar su victoria justo en el momento en que aparece desde arriba, como una luz, la figura de Desdémona: es a ella a quien él canta su victoria y no al pueblo. Le está diciendo "Yo puedo", en suma.

El dúo con Desdémona fue magistral en la voz oscura y aterciopelada de Kaufmann, incluido el La en pianissimo en "Verene splende". Su actuación fue un continuo avance que hizo cumbres en el terrible dúo con Desdémona y la insistencia contumaz en la búsqueda del pañuelo; en el monólogo "Dio! mi potevi scagliar", un prodigio de fraseo y construcción durante el cual su creciente rabia es penetrada por una autoridad aristocrática que se acentúa con la magnífica presencia física del tenor, y en la escena del asesinato y el posterior suicidio, donde su fina musicalidad (sin igual en la actualidad en el mundo de la ópera), su capacidad para matizar, la riqueza de su media voz y su entrega se tradujeron en un estado de emoción que raptó a toda la sala.

Estuvo bien María Agresta, cuya voz ha crecido y que al parecer aún no puede controlar del todo su volumen vocal para abordar las líneas más íntimas. Su Desdémona es inocente, pero no frágil. Lamentablemente, Ludovic Tézier canceló su debut como Yago, porque habría sido un complemento perfecto para el complejo diseño del Otello de Kaufmann; se contó con el italiano Marco Vratogna, que es un cantante más que eficiente pero que no alcanza a exponer las mil caras de este demonio que dice estar constituido por el mal. Rutinaria la Emilia de Kai Rüütel y muy bien Frédéric Antoun como Cassio, In Sung Sim como Lodovico y Thomas Atkins como Roderigo.

La producción de Keith Warner resultó un deleite por inteligencia e inquietante belleza. El escenario fue entendido como una suerte de caja negra que, en cierta medida, "encarna" la oscuridad de la mente del protagonista, con la luz entrando apenas a través de pequeñas ventanas y colándose por murallas de arabescos metálicos. Con virtual austeridad, Warner construyó un cuadro de penetración psicológica, acentuando los claroscuros y un mundo de sombras donde predomina el negro y el azul crepúsculo; el cielo del dúo de amor del primer acto tiene una nueva oportunidad expresiva en la bata de noche que lleva Otello en la escena del asesinato (sugerente idea, hay que decirlo).

Con recuerdos a las imágenes del cine de Murnau y referencias al teatro expresionista alemán y al mundo mental del "Othello" de Orson Welles, la puesta utiliza el blanco sólo para Desdémona y para la corte veneciana. La misma que hace su entrada en el momento más inapropiado, aplastando con su opulencia antropológica y estatuaria —de gobierno, de clase— lo poco que ya quedaba del aplaudido moro. Shakespeare, Verdi y Boito habrían estado felices con esta mirada a su drama.

Qué grandioso fue contar en esta noche histórica con el maestro Antonio Pappano. Desde su tormenta inicial hasta los acordes morendo de los últimos compases, la orquesta permitió escuchar las mil capas de esta obra maestra y cientos de detalles en general inadvertidos —como esos contrabajos en solitario durante el último acto— que dan cuenta de un espeso bullir de almas que caminan hacia la condena de manera inevitable.
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