A pesar de una ventaja tecnológica, la débil resistencia de las fuerzas afganas ante la ofensiva relámpago de los talibanes en Afganistán desde mediados de mayo provoca preocupación sobre su capacidad de impedir que los insurgentes recuperen el poder.
Sin embargo, a primera vista el combate parece desigual: de un lado un ejército al que Estados Unidos y sus aliados han formado y dotado de material moderno a fuerza de miles de millones de dólares, y del otro una guerrilla equipada de manera mucho más modesta.
A los aviones, helicópteros, drones, vehículos blindados o gafas de visión nocturna del ejército afgano, los insurgentes -sin aviación ni verdadero arsenal antiaéreo- oponen
soldados en zapatillas, esencialmente armados con fusiles de asalto Kalashnikov y lanzacohetes, además de material occidental recuperado en los combates.
Frente a los 300.000 hombres de las fuerzas afganas de seguridad -Ejército y policía-, los talibanes cuentan con entre 55.000 y 85.000 combatientes, según los expertos de la ONU.
Sin embargo, como en todas las guerras llamadas "asimétricas" -que oponen a dos fuerzas desiguales- como en el conflicto afgano, la realidad es mucho más complicada que la apariencia.
"El método de combate" de los talibanes
"es menos pesado en términos de logística", explica Jonathan Schroden, experto en antiterrorismo en el centro de reflexión CNA, con sede en Estados Unidos.
También es menos costoso financieramente y los insurgentes pueden sostenerlo.
Según los expertos de la ONU, los talibanes gastaron el año pasado entre 300 millones y 1.500 millones de dólares obtenidos de impuestos recaudados en los territorios bajo su control, así como del tráfico de droga -Afganistán es el primer productor mundial de opio y de heroína- y de otras actividades criminales.
"Armadura en una vitrina"
Enfrente, las fuerzas afganas consumen de manera anual entre 5.000 y 6.000 millones de dólares, aportados totalmente por sus socios extranjeros, principalmente Estados Unidos. Es una carga potencialmente insoportable si la ayuda internacional se retira.
Brian Michael Jenkins, analista del centro de reflexión estadounidense Rand Corporation, compara el Ejército afgano con una armadura en una vitrina: "Es una armadura de acero, un casco, guantes, un peto, pero está vacía y apoyada en un palo (...) Si la pateas, todo se desploma".
A partir de ahora, sin el apoyo aéreo estadounidense,
el Ejército afgano dispone de su propia aviación, arma potencialmente decisiva contra los talibanes.
Pero carece de personal para su mantenimiento, efectuado principalmente por empresas subcontratadas estadounidenses, también en retirada.
Por ello es posible que los aviones y helicópteros queden paralizados en tierra en unos meses, estimaba en enero un informe militar estadounidense.
Consciente del riesgo, el general Kenneth McKenzie, jefe del Comando Central del Ejército estadounidense(Centcom) que supervisa las actividades militares de su país en la región, garantizó el 25 de julio que Washington continuaría "brindando un apoyo logístico importante a las fuerzas afganas" luego del 31 de agosto, fecha límite para el final de la retirada de las tropas de Estados Unidos.
El Ejército estadounidense seguirá por ejemplo garantizando el mantenimiento de los aviones afganos, en Afganistán "pero también en las bases del Centcom", agregó.
También prometió continuar los ataques aéreos contra los talibanes, sin precisar de todos modos por cuánto tiempo.
"Sentimiento de abandono"
Sin embargo, no todos los analistas prevén un rápido derrumbe del Ejército afgano.
Muchos territorios conquistados recientemente por los talibanes no estaban bajo control efectivo de las autoridades, subrayan, y la retirada de las fuerzas afganas hacia las ciudades podría permitirles consolidar la defensa de las zonas urbanas.
No es seguro además, según esos expertos, que la táctica de los insurgentes, que comenzaron a atacar algunas grandes ciudades, sea igual de eficaz frente a líneas de defensa urbanas reforzadas que como lo fue en las zonas rurales.
La moral de las tropas, de ambos lados, podría ser decisiva.
La ofensiva relámpago de los talibanes, que mostraron hasta ahora una fuerte cohesión, ha tenido un impacto psicológico desastroso sobre un ejército afgano debilitado desde hace mucho tiempo por la corrupción, un mando poco competente y pérdidas importantes.
"El sentimiento de abandono" provocado por la súbita partida de las fuerzas estadounidenses podría conducir también a algunos militares afganos desmoralizados a preguntarse sobre su propia supervivencia, estima Brian Michael Jenkins.
"'¿Cómo voy a salir de todo esto? ¿Es lo mejor para mí ser el último en interponerme entre los talibanes y el palacio (presidencial) en Kabul?'", se van a preguntar esos soldados, piensa Jenkins.