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Los primeros cien días del Gobierno de Lula: Un periodo con altibajos y marcado por la sombra de Bolsonaro

Trece años después de haber dejado el poder con una popularidad récord, el líder izquierdista regresó al Palacio de Planalto, aunque esta vez no hubo "luna de miel" con los brasileños.

10 de Abril de 2023 | 08:04 | Redactado por Ramón Jara A., Emol/AFP
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AFP
Han pasado cien días desde que Luiz Inácio Lula da Silva asumió, por tercera vez, la Presidencia de Brasil. A diferencia de las ocasiones anteriores, el líder izquierdista tomó las riendas de un país completamente polarizado, con la figura del ex Mandatario Jair Bolsonaro -derrotado en las últimas elecciones- más que presente en la sociedad. La "luna de miel", esta vez, no fue tal.

Trece años después de haber dejado el poder con una popularidad récord, Lula regresó al Palacio de Planalto tras un largo periodo que incluyó una condena por corrupción, una mediática estadía en la cárcel y una posterior absolución por parte de la justicia brasileña. Los cuestionamientos, esta vez, eran más.

Pero el Mandatario, sabiendo del complicado escenario, se puso de inmediato manos a la obra: restableció programas sociales y de preservación ambiental, impulsó políticas para proteger a los indígenas, combatir la discriminación racial y normalizar las relaciones diplomáticas tras el periodo de aislamiento internacional promovido por su antecesor.

No obstante, el inicio de su tercer mandato también se vio empañado por declaraciones polémicas y un enfrentamiento con el Banco Central que aumentó la desconfianza del mercado y el sector empresarial.

Poco más de tres meses después de su investidura, Lula tiene 38% de aprobación, un desempeño peor que al iniciar sus primeros mandatos (43% en 2002 y 48% en 2007), según una encuesta del Instituto Datafolha.

Si bien su popularidad es mejor que la de Bolsonaro al cabo de tres meses en el poder (32%), sus índices de rechazo están prácticamente empatados: 29% reprueban a Lula y 30% no simpatizaban con Bolsonaro.

La sombra de Bolsonaro

En este escenario ultra polarizado, y después de que adherentes de Bolsonaro bloquearan las carreteras para expresar su descontento por los resultados del 30 de octubre, no extrañó que el líder derechista -que nunca reconoció su derrota- no asistiera al cambio de mando y viajara a Estados Unidos dos días antes de la ceremonia.

Con Bolsonaro ya fuera de Brasil, y apenas una semana después de que Lula asumiera la Presidencia, la democracia brasileña era puesta a prueba: miles de seguidores del ex Mandatario, inconformes con los resultados electorales, atacaron e ingresaron violentamente a las sedes de la Presidencia, el Congreso y la Corte Suprema en Brasilia.

El episodio hizo recordar el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021 por parte de los seguidores de Donald Trump en Washington. Esta vez, los adherentes del ex Mandatario brasileño reclamaron y exigieron la salida de Lula del poder, en un hecho que fue repudiado tanto a nivel nacional como internacional.

Y desde ese momento hasta ahora, al Gobierno de Lula se le ha complicado dejar en el olvido a Bolsonaro. El líder derechista seguía haciendo noticia aún estando a miles de kilómetros de distancia. Y si bien desde el oficialismo se le ha sindicado como el responsable de los ataques del 8 de enero y también ha debido enfrentar polémicas como la investigación de las joyas regaladas por Arabia Saudita, su figura sigue aglutinando.

Ahora, con el ex Presidente derechista de vuelta en Brasil, habrá que ver si la contienda que vimos en las elecciones continuará o emergerán nuevos rostros desde la oposición.

Piedras contra su propio tejado

Para Denilde Holzhacker, politóloga de la escuela de marketing ESPM, Lula da Silva no supo aprovechar el sentimiento de unión suscitado por el ataque a los poderes del Estado, cuando recibió un amplio apoyo de los miembros del Congreso, de perfil predominantemente conservador.

"El espíritu de esa segunda semana de gobierno se perdió, y las divergencias aumentaron todavía más", dijo Holzhacker a la AFP.

Y Lula arrojó piedras contra su propio tejado al encadenar una serie de declaraciones polémicas.

Por ejemplo, insinuó que una operación de la Policía Federal contra un grupo narcotraficante acusado de planear el asesinato del senador y ex juez Sergio Moro -que condenó a Lula en 2017 en el caso de corrupción Lava Jato-, podía tratarse de un "montaje".

Esto reanimó a una oposición que estaba "desmovilizada después de los ataques del 8 de enero", y que se fortaleció aún más con el regreso la semana pasada a Brasil de Bolsonaro.

Lula multiplicó además sus ataques al presidente del Banco Central, al exigir -hasta ahora sin éxito- la reducción de la tasa de interés de referencia del país, hoy entre las más altas del mundo (13,75%).

"Lula tiene su manera de hablar y el mercado le tiene mucha desconfianza. Pero en los hechos ha reforzado posiciones (económicas) más austeras", pondera André Perfeito, economista de la consultora Necton.

Un ejemplo de ello es el nuevo régimen fiscal que será presentado al Congreso la próxima semana, que permitirá financiar el gasto social sin aumentar excesivamente el déficit público.

Los logros

Entre los principales logros de los primeros cien días de Lula está el relanzamiento del programa Bolsa Familia, con un aumento del valor mínimo de las ayudas sociales a los más desfavorecidos.

También se ha mostrado firme al desplegar las Fuerzas Armadas para iniciar el desalojo de miles de mineros instalados ilegalmente en la tierra indígena Yanomami, en la Amazonía.

En materia de política exterior, los cien primeros días trajeron un balance "en general positivo", según Oliver Stuenkel, profesor de Relaciones Internacionales en la Fundación Getulio Vargas.

Lula logró "normalizar las relaciones de Brasil" con ciertos países, que se habían degradado durante la gestión de Bolsonaro.

El izquierdista visitó a sus pares en Argentina y Estados Unidos, y la próxima semana viajará a China, tras reponerse de una neumonía que le obligó a postergar su visita oficial.

Pero con el regreso del país sudamericano al multilateralismo, "le será difícil mantener un equilibrio entre Occidente de un lado y China y Rusia del otro", advierte Stuenkel, quien recuerda la "poca disposición de Brasil para adoptar un tono más crítico en relación a Rusia" por la guerra en Ucrania.

Lula, en tanto, busca el reposicionamiento internacional de Brasil, todo esto, sin dejar de vista los problemas internos.
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