La mirada que tiene sobre el borrador de nueva Constitución el abogado argentino, sociólogo y doctor en derecho Roberto Gargarella no pasó desapercibida estos últimos días, cuando los convencionales Hernán Larraín Matte (Evópoli), Patricia Politzer (INN), y diversos académicos iniciaron una discusión en redes sociales sobre sus palabras.
En una entrevista con CNN planteó -y ahondó en esta conversación con Emol- que el borrador de Carta Magna que preparó la Convención es "un paso muy importante", pero fue crítico sobre la forma de plantear la organización del poder, en detrimento de la declaración extensa de derechos que hicieron los constituyentes.
—A grandes rasgos, ¿cómo evaluaría esta Constitución en el marco latinoamericano?
"Me parece que, contra lo que muchos esperaron, para bien o para mal, lo que hace Chile es acercarse a un modelo que es predominante en el constitucionalismo occidental y en el constitucionalismo regional".
"Para quienes quisieron identificar o en un punto acusar a la iniciativa como disparatada, enloquecida, o un salto al vacío, bueno, lo primero que diría es: en absoluto. El producto final, más allá de que sin duda ha habido durante la Convención iniciativas insólitas, es un proyecto bastante convencional con algunos rasgos particulares y algunos avances interesantes, sobre todo a la luz del tipo de constitucionalismo que estaba vigente".
"Lo que ha habido es un proceso que lleva a Chile a, entre comillas, la normalización de su organización constitucional. Ponerla más en línea con lo que es el modelo predominante en toda América Latina desde hace más de un siglo".
—Usted mencionaba que este proyecto de Constitución también replica lo que otras constituciones latinoamericanas plantean sobre la organización del poder. ¿Qué es lo que vio en particular sobre este texto?
"Ha habido un modelo latinoamericano, creo que desde comienzos del siglo XX, que ha insistido sobre todo en dos criterios vinculados con las dos partes de la Constitución: una es la organización del poder y otra es la declaración de derechos. (En este texto) se retoma lo que podríamos llamar, entre comillas, el modelo latinoamericano, que creo que rige desde México 1917, que es un modelo muy fuerte y muy robusto en materia de derechos".
"Chile era el único país de América, con Estados Unidos, que mantenía una línea de derechos muy espartana, extremadamente limitativa. Eso es un problema: impacta negativamente en la vida pública, en lo que pueden asumirse los jueces como capacitados para hacer, incluso en las directivas que recibe el Legislativo sobre cuáles son sus mandatos o los objetivos a llevar a cabo".
"Esa reconstrucción del área de los derechos la considero importante. Por otro lado, la contracara de esa operación ha sido que la organización del poder, en toda la región se mantuvo básicamente intocada. No hubo allí tampoco una revolución. Yo echo en falta, y soy crítico de muchos aspectos del constitucionalismo latinoamericano y en especial este punto, el no haber sabido ajustar de manera acorde a lo que se hacía en el área de los derechos, la organización del poder".
—¿Por qué cree que ocurrió aquello?
"Si en materia de derechos se iba a una orientación más democrática, uno podría esperar o debía exigir una organización del poder que también fuera modificada y que siguiera aquellas pautas. Eso no se hizo y es un problema y no es una cuestión de olvido, sino que ha tenido que ver con las demandas del poder establecido. Que no es solo el gobierno de turno, pero muchas veces es el gobierno de turno. Es que los poderes establecidos, constitucionales y extraconstitucionales, no quieren cambios en cómo se organiza y distribuye el poder".
"Entonces, a veces ha ocurrido esto de "la extorsión de los derechos", muy típico, de que los poderes establecidos aceptaban la concesión de derechos pero no modificación en la organización del poder".
"Aquí en Chile creo que hubo muchas iniciativas y algunas muy interesantes e importantes de un cambio en la organización del poder, pero lamentablemente termina ocurriendo lo mismo que ocurre por distintas razones en la región y es que termina siendo bastante parecida a la que había".
—¿Pero considera que hubo avances?
"Dado que, como en el caso de Chile, se venía del constitucionalismo de Jaime Guzmán y era un constitucionalismo lleno de trabas y obstáculos para la apertura democrática, creo que solamente terminar con esas trabas es un paso adelante muy importante y es un cambio relevante en materia de organización del poder".
"Termina siendo un modelo interesante, pero bastante similar al tradicional en la región"
Roberto Gargarella
"Ha habido otros cambios que tienen algún interés, pero me parece que el producto final, por distintas razones y por presiones de distintos grupos,
termina siendo un modelo interesante, por el cual yo votaría, pero es finalmente un modelo bastante similar al tradicional en la región, que no ha obstaculizado el crecimiento de ningún país, no ha implicado ninguna catástrofe y en todo caso ha ayudado a dar pasos adelante, pero podría haber sido distinto".
"Yo veo problemas en todo el constitucionalismo occidental. No es que Chile aquí quedó como la oveja negra que no hizo los deberes. Chile se ajustó al tipo de constitucionalismo que predomina en occidente y en la región, y eso es tan aceptable y criticable como casi todo el resto".
—¿Por qué era necesario adaptar la organización del poder a la declaración de derechos?
"La consecuencia es el statu quo, que la maquinaria democrática no ayude todo lo que debería a poner en marcha esos derechos. La visión que algunos han -erróneamente- adoptado en materia de derechos es que la inclusión de, por ejemplo salud, vivienda o educación, genera que mañana, pasado mañana o en 10 meses ya tengamos salud, vivienda y educación, y cuando eso no aparece, ah, qué desilusión. No. Eso es un error de concepción".
"La sola inclusión de derechos es importante por muchas razones, incluso simbólicas y de marcar objetivos hacia dónde uno quiere ir, pero en principio no puede pensarse que una vez que uno declara un derecho este quedó activado, por más que uno quiera pensar que el derecho tiene vida propia".
"Uno luego necesita la maquinaria del poder que ayude a activar estos derechos. Y nosotros tenemos maquinarias de poder, que por distintas razones, no han ayudado a la transformación o cambio social. Es más, han tendido a ayudar al statu quo. Por eso me causa gracia que muchos vean este tipo de constituciones como saltos al vacío. El riesgo es más bien al contrario, que la maquinaria que debería activar todo lo importante que hacemos declarando la sección de los derechos no vaya a tener la fuerza suficiente".
"Es un problema clásico en el constitucionalismo occidental, tal vez más agravado en el regional, y que Chile por ejemplo siempre padeció. No es que esta Constitución es la culpable de establecer una organización del poder inatractiva, es en todo caso responsable de no haberla modificado".
—¿De qué forma cree que se podría haber hecho? Porque lo que los convencionales intentaron instalar es una "democracia participativa", incorporar iniciativas populares de ley, de derogación, reformas a través de plebiscitos...
"Hay un rango de reformas imaginables que pueden ayudar, desde reducir los poderes presidenciales, moderar las capacidades coercitivas o establecer mayores controles, permitir la existencia de foros públicos en donde aseguremos que los temas constitucionales importantes, que nos preocupan a todos, estén más sujetos a procesos inclusivos a través de audiencias públicas en los tribunales, o audiencias en los órganos legislativos donde se escuchen voces diversas".
"Hay muchas cosas que se pueden hacer para salir de un esquema que es muy propio de América Latina y estuvo muy tradicionalmente girando en torno a un líder o caudillo. Esa ha sido la marca e identidad de América Latina en materia de organización del poder. Eso ha estallado ahora en Chile, pero lamentablemente esa ruptura no ha quedado claramente reflejada en el nuevo proyecto constitucional".
—A partir de sus declaraciones, en Twitter algunos interpretaron que usted estaba por el Rechazo...
"No, no. Yo estoy a favor de la aprobación. Enfáticamente insisto: creo que lo que se ha hecho está bien, incluye mejoras, implica romper trabas que habían sido impuestas con un criterio que explícitamente había sido en la dictadura de diseñar las reglas constitucionales para torcer la cancha, impedir ciertos cambios. Es muy importante terminar de salir de allí y dotar de legitimidad democrática el marco constitucional dentro del cual se vive".
"Es importante contar con reglas que carecen de algunas de las trabas, como el control preventivo, que existían antes. Es muy importante que haya reconocimientos a grupos indígenas que antes eran ignorados y es muy importante una orientación regionalista de la Constitución frente a la pretensión de mantener esquemas muy centralizados. También es muy importante haberse comprometido con derechos sociales y económicos. Eso está todo muy bien".
"No puede derivarse de que, con el hecho de que uno mantenga la capacidad crítica, uno está diciendo 'esto que se hizo está mal, es absurdo, es un salto al vacío'".
—Menciona como puntos positivos la salida regionalista y el reconocimiento a los PP.OO, pero esos son precisamente las claves que utilizan los críticos de este borrador, por ejemplo la centroderecha, para decir que con estos cambios se fractura al país. ¿Es posible dividir un país a partir de su Constitución?
"No. A ver, podría ser imaginable, pero no es el caso, en el sentido de que lo que hace la Constitución es actualizar, ir en una dirección completamente digna, decente, yo diría también moderada. Obviamente que cuando el constitucionalismo latinoamericano le daba la espalda a la sola existencia de los pueblos indígenas o avanzaba y se organizaba como si la nación no fuera multicultural, eso es una negación de la realidad que obviamente es un problema. Es un problema que nace y vive por fuera de la Constitución, extraconstitucional".
"La Constitución qué puede hacer frente a eso: hace algo negativo si cierra los ojos ante el problema. Como la Constitución norteamericana, que fue escrita cerrando los ojos al tema de la esclavitud, y bueno, obviamente luego estalló en una guerra civil. Es un problema negar la realidad y la Constitución no ayuda, sino que es parte del problema, si esconde ese ese elefante debajo de la alfombra. Eso termina explotando".
"No está bien, por mil razones, de principios, simbólicas y de paz social, negar la realidad multicultural de un país. La derecha podría tranquilizarse porque lo que se hace es tratar de comprometer al constitucionalismo con formas que tienen que ver con abordar el racismo y discriminación".
—La propuesta de la centroderecha era precisamente la "multiculturalidad" y no la "plurinacionalidad", como quedó en el borrador…
"¿Pero cree que, si hay tensiones sociales en Bolivia o Ecuador, eso tiene que ver con que la Constitución reconoció algo? No, tiene que haber con que hay pueblos sojuzgados, o que hay maltrato del Estado, o ejercicios indebidos del poder coercitivo".
"Pero la Constitución no tiene nada que ver con eso. Cuando reconoce la realidad que existe, no es que por poner una palabra en lugar de otra va a estallar la sociedad. Si hay problemas sociales, seguirán estando cualquiera sea la redacción de la Constitución. Es ridículo querer atribuirle a la Constitución un problema que, si existe, trasciende largamente".
—En las últimas semanas tuvimos una discusión muy intensa sobre la manera de reformar esta próxima Constitución. Hay quienes están muy preocupados de que se flexibilicen las formas de modificarla en el futuro. ¿Se contrapone eso con la estabilidad que debería tener un texto constitucional?
"No, en general se asume que la Constitución no es una ley más, sería un problema si se pudiera modificar por mayoría simple en cualquier momento, bajo cualquier condición. Todas las constituciones del mundo establecen cláusulas que hacen que la Constitución mantenga una diferencia, que requiera acuerdos y consensos especiales".
"En la medida en que el procedimiento de reforma que dé incentivos para el acuerdo, en principio está bien, porque hay dos principios en tensión: por un lado queremos una Constitución que permanezca en el tiempo, pero no queremos que se convierta en una prisión".
—¿Pero de qué forma se puede medir entonces el "éxito" de una Constitución? Porque algunos plantean que se trata de su estabilidad.
"Algunos miden éxito con estabilidad, yo no suscribo esa idea. Una Constitución puede ser estable por malas razones, porque es simplemente muy difícil de modificar, entonces se mantiene allí pero no porque la gente esté identificada con ella, sino porque las cláusulas de reforma son extremadamente complicadas".
"Ese es un modelo que tiene mucha fuerza en el mundo pero no es para nada interesante. El modelo alternativo, extremo, contrario, tampoco es bueno, que es el modelo de la Constitución como una ley cualquiera. En el medio tenemos que ver qué calibrar".
"Yo entiendo eso: que la Constitución debe tener cláusulas de reforma que no conviertan la reforma en una utopía, pero al mismo tiempo que nos den incentivos, que necesitemos mayorías importantes para modificarla, que necesitemos encontrarnos con la gente que piensa distinto, tender puentes, tender la mano, conversar con quienes no piensan como uno".