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Joaquín Fermandois, historiador: "Para Allende era muy importante que los cubanos lo aprobaran"

"No solamente en términos políticos. Yo creo que había algo personal también: la idea de 'yo soy tan revolucionario como ustedes'", dice el académico, autor de "La revolución inconclusa".

19 de Mayo de 2023 | 05:43 | Por Álvaro Valenzuela Mangini, Chile 1973-2023
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El Mercurio
¿Dónde está el futuro? ¿Hacia dónde va el mundo? En preguntas como esas se resumen, según el historiador Joaquín Fermandois, los dilemas que planteaba la Guerra Fría a comienzos de la década de 1970. Porque, advierte, no debe entenderse ese enfrentamiento como la mera rivalidad entre dos países poderosos, sino como algo de alcance mucho más vasto: la "personalización en dos grandes superpotencias de tendencias ideológicas o de visión de mundo". Y si de eso se trataba, su incidencia en Chile fue máxima. "Un factor absoluto", dice.

Fermandois, especialista en historia contemporánea, es uno de los académicos que con mayor profundidad han investigado lo ocurrido en esos años. Autor de “La revolución inconclusa”, un volumen de más de 800 páginas que se acaba de reeditar y que aborda la experiencia de la Unidad Popular y la izquierda, ya mucho antes, en la década de 1980, publicó "Chile y el mundo 1970-1973", extenso trabajo que se ha vuelto referencial cuando se discute la política exterior de la UP.

Para armarse una idea de lo que era el escenario mundial, recuerda cómo Estados Unidos, la principal potencia del siglo XX, encarnaba el modelo occidental, no solo por su poder económico o militar, sino incluso en el ámbito cultural, con su influencia en la cultura popular y en la proyección del modo de vida americano. Pero por aquellos días todo eso estaba desafiado. Es cierto que la Unión Soviética, la personificación del modelo alternativo, ya no despertaba los entusiasmos de antaño y su economía era más débil de lo que se pensaba, pero seguía siendo una potencia militar y las ideas marxistas conservaban vigencia, con partidos comunistas fuertes en Europa y la toma del poder en países del tercer mundo. Incluso China, el Estado más antiguo y el más poblado de la tierra, había seguido ese camino.
"Por un momento, parecía que para allá iba al mundo. ¿Qué país pasa del socialismo el capitalismo?, era la pregunta. Ninguno".

¿Dónde entraba Chile? Para explicarlo, Fermandois se detiene en una característica nacional: el modo en que los grandes "terremotos mundiales" —desde la expansión europea, hace 500 años, hasta la creación de la política moderna, en el siglo 19— han definido nuestra evolución. Ello, que podría ser un rasgo compartido en Latinoamérica, se ha expresado acá de un modo mucho más marcado. "Chile tiene un elemento más universal. En la década de 1930, por ejemplo, había acá desde comunistas hasta nazis. Y en el período de 1931 hacia adelante hay una izquierda marxista instalada que tiene un fin antisistema, pero sigue las huellas del sistema".

"En ese sentido es que en Chile todo lo que pasó es hijo de la Guerra Fría. Aunque en todas partes había tensiones ideológicas, en Chile la polaridad marxismo/antimarxismo era como el corazón del sistema político y con profundas raíces en la sociedad, en las universidades, en la academia".

En ese contexto, Allende es bastante explícito en que quiere reorientar a Chile en sus relaciones con el mundo...

—Él cree en los sistemas marxistas. Jamás hay crítica a ellos y los pone como ejemplo. Defiende el Muro de Berlín, defiende la Cuba de Castro.

Con ese antecedente, llama la atención que a Estados Unidos, que se había jugado fuerte por incidir en la política chilena en la década de 1960, la elección de Allende lo pilla por sorpresa. Incluso gastó más plata en 1964, apoyando a Eduardo Frei, que en la de 1970. ¿Qué pasó ahí?

—Estados Unidos como que se despreocupó de la elección del 70. Al embajador Edward Korry no le gustaba Jorge Alessandri, entonces aconsejó no apoyarlo, y además había una inhibición, porque, por la experiencia de 1964, estaban conscientes de que al final la participación norteamericana sería conocida. Washington tenía entonces muchos problemas. La guerra de Vietnam concentraba su atención: Nixon había llegado a ser Presidente con la promesa de terminarla. La elección del 70 se da en ese contexto y le dan poca importancia. Lo único que aprueban es una campaña anticomunista, en realidad bien necia, infantil.

Dicen que Nixon reaccionó indignado al saber del triunfo de Allende.

—Completamente. Quedó fuera de sí: lo iban a acusar de haber creado una segunda Cuba. Esa es su preocupación. Porque su ascenso a la política fue en la época del macarthismo, cuando los republicanos acusaban a los demócratas de haber entregado a China al comunismo y después había venido la discusión de qué pasó en Cuba.

¿Esa indignación puede explicar la primera reacción tan torpe del gobierno norteamericano?

—Claro. Fue un poco como el imperialista que se cree la propaganda antiimperialista: que mandando plata y unos cuantos agentes pueden provocar un golpe.

Fermandois se refiere a las nerviosas operaciones que se desarrollaron desde el momento de la elección, el 4 de septiembre de 1970, hasta la sesión en que el Congreso Pleno votó y proclamó a Salvador Allende, el 24 de octubre, Presidente de la República. Las acciones corrieron por vías paralelas. Una apuntaba a conseguir que los parlamentarios no escogieran a Allende, pese a su primera mayoría relativa, y en cambio optaran por Alessandri, en la idea de que este renunciara y llamara a nuevas elecciones, donde —era la apuesta— se impondría Frei.

El otro camino era el de provocar una intervención militar. Las versiones al respecto son hasta hoy confusas. "Aparentemente, una parte del gabinete de Frei estaba dispuesto a participar en una especie de golpe blanco en el cual al final habría un régimen militar y Frei aceptaría que lo echaran. Más o menos esa es la sospecha que hay. Todas estas cosas las dice Korry. Él puede haberse confundido o que le dijeran cosas que no pensaban hacer, pero algo tiene que haber habido".

Pero además, y al margen de todo esto, la CIA se contactó con los grupos que el 22 de octubre intentaron secuestrar al comandante en jefe del Ejército, René Schneider, y por esa vía generar un golpe, operación que culminó trágicamente con la muerte del general. "Kissinger ha asegurado que ellos dejaron de actuar el 15 de octubre (cuando la Cámara de Diputados aprobó el Estatuto de Garantías que negociaron la DC y la UP, y que allanó la elección de Allende). Que cada uno juzgue", acota.

El historiador hace notar que, según todos los antecedentes, esos contactos de la CIA se realizaron a espaldas del embajador. Este permaneció en Chile hasta el año siguiente —lo reemplazó Nathaniel Davis—, pero su destino había quedado sellado por el enojo de Nixon tras la elección de septiembre. Durante los siguientes tres años, Estados Unidos entregó apoyo económico a la oposición y a medios de comunicación, una política esta última que el mismo Korry —a quien Fermandois junto con Arturo Fontaine entrevistaron en 1996 en el CEP— sugirió.

"Según él, ya antes de la elección él creía que iba a ganar Allende y frente a ello lo clave era mantener la prensa libre. Medios como "El Mercurio" sobrevivieron en parte gracias a ese apoyo. Fidelismo sin Fidel, era la forma en que él describía lo que iba a subir al poder en Chile, y por eso era importante la subsistencia de la prensa libre".

Ya asumido Salvador Allende, ¿cuál era el núcleo del conflicto entre la UP y Washington? El gobierno siempre insistió en que el problema eran los intereses de los capitalistas norteamericanos, pero ¿era efectivamente una cosa económica lo que los enfrentaba?

—No, este no era un conflicto económico. Ellos se dieron cuenta rápidamente de que aquí había un tema político: que un país escogiera el marxismo era un golpe político para Estados Unidos en América Latina importante. Kissinger (entonces consejero de Seguridad Nacional), siempre pensando en lo que había sido Europa entre guerras, donde él se formó, decía: esto va a llevar a que en Europa se admita a los partidos comunistas en el gobierno.

"Por entonces, Nixon plantea una política de ayuda a la oposición y de ayuda a las Fuerzas Armadas. Porque bajan, de a poco, todos los préstamos hacia Chile, pero suben los préstamos o las donaciones a las FF.AA. Ese, por cierto, fue un mensaje: los apoyamos".

¿Qué tanto era el grado de influencia de Estados Unidos sobre las FF.AA.?

—Grande, pero no es que ordenaran golpes y estos ocurrieran. El 70 no tienen ningún éxito en ese sentido. Si iba a haber a un golpe, era porque los militares chilenos estaban preocupados. Claro, muchos de ellos se habían formado en la alianza con Estados Unidos y simpatizaban con eso. Pero el tema es otro: ningún ejército se hace portavoz y vanguardia de una revolución radical, con la única excepción de Etiopía en 1974.

Usted descarta la tesis del "bloqueo invisible" que denunciaba la UP como causa de la crisis económica, ¿pero no afectó acaso al gobierno de Allende la reducción de créditos?

—A mí no me convence que eso haya sido decisivo. Sí empeoró la situación. Con todo, Estados Unidos no tenía ninguna obligación de seguir ayudando a un país en cuyo gobierno había una estrategia antinorteamericana y que le echaba la culpa a Washington de todos los males. Esta idea no tenía racionalidad. Por otra parte, fue la política económica de la Unidad Popular la que inevitablemente llevó a una crisis. Fabricar billetes destruye la moneda; por esa vía se calentó la economía a finales de 1970 y comienzos del 71, y aumentaron las importaciones de alimentos, se gastaron las divisas que estaban en las reservas del Banco Central, y ahí siguió la crisis. ¿Por qué Estados Unidos iba a ayudar ante eso? Por cierto, los países europeos y algunos latinoamericanos sí ayudaron, pero no tenían la misma capacidad, y el interés era de la boca para afuera.

Igualmente, en EE.UU. hay todo un sector de la opinión pública convencido de que su país fue el autor del golpe...

—Los norteamericanos de alguna manera, semiconscientemente, creo, se tragan la propia propaganda antinorteamericana de que ellos causan todos los males del mundo. Están convencidos de que ellos provocaron eso. Ahora, sí son parte del escenario, como lo era Fidel Castro, como lo era Moscú o Alemania Oriental, que empezó a adquirir gran importancia. Pero tampoco podemos decir que el comunismo chileno haya sido creado por Moscú. La Unión Soviética era su gran utopía, pero esa orientación nacía de acá.

Vamos a esos otros actores. De alguna manera, frente a EE.UU., el polo opuesto lo representó Cuba, más que la URSS.

—Por la autoridad moral que tenía Fidel Castro en la izquierda chilena, en los partidos socialista y comunista. Más en el socialista; los comunistas eran menos entusiastas con la Cuba de Castro y más con la Unión Soviética, pero eso hacia el año 70 estaba medio diluido y había una alianza de intereses comunes. Entonces, el modelo castrista era una autoridad moral sobre Chile. De hecho, varias veces recurrieron a Castro para que dirimiera luchas internas, donde en general él ayudaba a Allende, pero con mucho escepticismo sobre la estrategia de la UP.

¿Cómo era la relación entre Allende y Castro?

—Él no cree en la vía chilena. Pero Castro era un buen animal político, en el sentido de que veía a alguien y entendía quién era. Y desde un comienzo consideró que Allende era alguien que le iba a ser leal. Pero él estaba en mucho contacto con la izquierda extrema, con el MIR, con gente tipo Altamirano y todos esos que querían exacerbar el asunto. Sí reparó relaciones con el comunismo chileno, con el que había tenido algunos roces.

¿Allende nunca entendió a Castro como un problema? Por ejemplo, cuando alarga y alarga su visita.

—Sí. Me lo ha dicho gente de izquierda. Es lógico que Allende, como político experimentado, se haya dado cuenta del fenómeno. Si Castro se hubiera quedado una semana, el viaje hubiera sido un éxito político fenomenal, pero se quedó, se quedó y se empezó a enredar en disputas públicas con la oposición chilena. Él estaba acostumbrado a ser el gran jefe: el que sabe criticar y atacar. Pero el tirano no está acostumbrado a tener una oposición. Quedó muy impresionado por eso, con mucho odio.

¿Y Allende nunca intentó decirle: ya sería hora de que te volvieras?

—Es que Allende quería llegar a ese fin que representaba Castro. Allende les dice, por ejemplo, a los alemanes orientales: “Yo soy el Fidel Castro de Chile. Vamos a la misma meta. La única diferencia es que lo voy a hacer de manera pacífica”. Para Allende, Castro era una autoridad política y moral demasiado poderosa para desafiarla o llamarle la atención.

No lo conflictuaba entonces la relación con él.

—No. Pero Castro empujaba a Allende a una política más dura. La carta final que le manda, firmada el 29 de julio de 1973, es muy reveladora: yo supongo que esto que estás haciendo con la DC (el intento de diálogo con ese partido) es nada más que para ganar tiempo, le dice.
Porque la única transacción posible es eliminar la meta socialista radical y aceptar una meta intermedia, y eso no es socialismo para Castro... ni para Allende. Y le agrega: la principal fuerza que tienes es tu disposición a morir, que todos te sabemos capaz de cumplir. Le ordena ser un héroe, cosa que Allende no necesitaba que se lo dijeran.

En uno de sus libros, usted cuenta que se hablaba del "lobby cubano". ¿A qué aludía?

—A la importancia de los cubanos en La Moneda y frente a la izquierda chilena, porque esta los miraba como los verdaderos revolucionarios y para Allende era muy importante que lo aprobaran. No solamente en términos políticos. Yo creo que había algo personal también: la idea de ‘yo soy tan revolucionario como ustedes’. Ellos son la meta a la que se quiere llegar... En ningún momento hay en Allende ninguna crítica a los países socialistas. Lo único es que en uno de los mensajes dice: si es pacífico todo esto, vamos a evitar ciertas rigideces que hay en esos lados. Pero eso puede ser cualquier cosa. No es que se vaya a otro modelo. El camino es distinto, pero la meta es la misma.

Cuba ayudó a la formación del GAP, a su entrenamiento...

—Los entrenó, y había entrenado a miristas y a socialistas.

Pero también durante el gobierno de la UP Cuba siguió entrenando gente. ¿Eso era conocido por Allende?

—Completamente. Había un plan militar desde La Moneda para enfrentar un golpe. No resultó el plan, pero era conocido. Al respecto, en diciembre de 1973, Fidel Castro le dice a un dirigente del politburó de Alemania Oriental: nosotros teníamos armas para un batallón, pero si Allende lo pedía. Sin embargo, esa mañana Allende no lo pidió. ¿Por qué? ¿Por afán democrático? No lo creo en el sentido más tradicional del término. Quizá se dio cuenta de que no había mucho caso, y morir apoyado por tropas cubanas hubiese sido una lápida atroz. Prefirió morir él solo ahí y eso hizo de él un héroe.

¿Hay algún cálculo de cuántos cubanos había realmente?

—Un batallón, según Castro. ¿Eso cuántos son? ¿200 personas? Puede que hayan sido menos incluso, pero usados estratégicamente, como tropas especiales, valen mucho. Podrían, por ejemplo, haberse tomado el aeropuerto de Pudahuel. Las tropas de la FACh no tenían la experiencia de este cuerpo selecto.

¿En el fondo este plan apostaba a que los militares se iban a dividir?

—Claro. Tomarse Pudahuel paraliza mucho Chile. Y esto, pensando en la división de los militares, que habría regimientos que no actuarían en el golpe, indecisos.

¿Y la Unión Soviética? ¿Siempre miró con escepticismo la experiencia chilena?

—Sí. Calificó a Chile de transición al socialismo y no de socialista, por lo cual no tenía la misma obligación hacia nuestro país. Para entender esto, hay que mirar el mundo desde Moscú. Toda su concentración estaba en su periferia. En Vietnam, donde gastaron una barbaridad. Lo del apoyo a Cuba fue una excepción y les costó muy, muy caro, aunque como sistema les convino mucho, pues, en un momento en que la revolución estaba ya desgastada, aliarse con una revolución joven fue muy popular internamente. Y además se molestó a Estados Unidos en su patio trasero.

Pero no los entusiasmó tanto eso mismo en el caso de Chile.

—No tenían recursos. Entonces a Chile no podían ayudarlo más. E insisto: este era un país “en transición al socialismo”. Tampoco se iban a arriesgar a una confrontación con Estados Unidos. Podían hacerlo en Medio Oriente, quizás en Vietnam, pero no más. Y aun así, ayudaron bastante a Chile.

"Los europeos creían que era el sucesor de Dubcek"


¿Por qué a Allende, pese a ser marxista y tener como meta el socialismo, le va tan bien en Europa Occidental?

—Allá me explicaban que los europeos, o más bien la izquierda europea no comunista, se había encantado con (el líder checo) Alexander Dubcek y después quedaron muy desilusionados con el fin de la Primavera de Praga, y encontraron en Allende el sucesor de Dubcek. Estaban muy equivocados, pero ese fue un factor. Y el otro está en que hay una tradición muy fuerte en la cultura europea y moderna, que es este endiosamiento del primitivo, en el sentido del buen salvaje. Esto de ver que la revolución es mala para Europa pero está bien para los países pobres, porque son países explotados, y "miren lo que han hecho allá nuestras empresas". Y después, claro, fue el impacto ante la violencia del golpe.

¿No hubo también demasiada rigidez e ideologismo de los militares chilenos?

—Un desconocimiento completo del mundo de la diplomacia, de las relaciones internacionales, de qué pensaban en Europa. Como que no entendían el mundo. La gente de la antigua derecha, la nueva derecha, la junta... Bastaba leer un diario extranjero para darse cuenta de que la atmósfera era distinta de lo que ellos imaginaban. O saber lo que pasaba en Washington, donde ya durante la Unidad Popular había un lobby pro-Allende. Y todo esto combinado además con la crítica a Nixon por el asunto de Watergate, Vietnam, etc.

Los militares argentinos, en cambio, mantuvieron una relación incluso con la URSS.

—Es como preguntar por qué no hay la misma imagen acerca del Gulag que sobre Auschwitz. No, porque demonio hay uno. Si hay dos demonios, ya no son demonios. Chile fue de alguna manera el "elegido". Y además, un poco se los dio a pedir de boca... "Allende era tan simpático, ¿mató a alguien? ¿Perseguía a alguien? ¿A cuántos llevó a la cárcel?", era lo que planteaban. Y empezó a conocerse todo lo de la tortura, los ejecutados... Esto, cuando ya las penas de muerte estaban siendo abolidas en Europa, entonces estas cosas parecían de locos, como arrojar el cadáver con signos de tortura de una joven dirigente del MIR en la Embajada de Italia: la imagen consistía en que se trataba de gente pacífica que tenían un gobierno que había sido elegido y los están fusilando por eso. También cosas anecdóticas como la foto de Pinochet con los anteojos oscuros o hasta la forma en que hablaban los militares... como militares, no como políticos. Se escogió a Chile.
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