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Lecciones desde Medellín y cómo logró reducir en 90% su tasa de homicidios

Pasó de ser la 'capital del odio' y la ciudad más peligrosa del mundo a transformarse en un destino turístico que el año pasado recibió dos millones de visitantes. Milagro para unos, mito para otros, ¿qué se puede aprender de su experiencia?

10 de Diciembre de 2024 | 07:29 | Por Álvaro Valenzuela Mangini, Crónica para el Futuro
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AFP
El triste récord no ha sido hasta ahora igualado. En 1991, Medellín se coronó como la ciudad más violenta del mundo, con una tasa de 381 homicidios por cada 100 mil habitantes. Un número inverosímil, que duplica, por ejemplo, la tasa de 182 registrada por Colima (México), la urbe más peligrosa del planeta en 2022, o los 138 de Tijuana en 2018. Pero, a diferencia de ellas, la ciudad colombiana parece haber dejado atrás ese pasado tormentoso. Hoy se posiciona como un centro de innovación, un polo cultural y un destino turístico que recibió en 2023 unos dos millones de visitantes. En cuanto a los homicidios, se espera que este año bajen de 14/100 mil, cifra que puede parecer alta para los estándares de Chile, pero que hace 30 años, cuando en sus calles Pablo Escobar se batía en guerra contra el Estado colombiano y contra sus rivales del Cartel de Cali, era inimaginable.

Es por eso que muchos hablan del 'milagro de Medellín', la historia de cómo 'Medallo' dejó de ser la 'capital del odio', como la describiera el escritor Fernando Vallejo. Todo, gracias a un conjunto de políticas emprendidas por su municipio en la primera década de los 2000, tanto en materia de seguridad como en proyectos sociales. Pero esta es una historia que se cuenta en dos versiones. Está esa que habla del éxito logrado por una sucesión de alcaldes innovadores, pero también hay otra que relata cómo la paz solo habría sido el resultado de aceptar un orden impuesto por los grupos criminales, que ya no necesitaron matar, pero siguieron mandando.

Lo concreto es que el cambio efectivamente partió con el nuevo siglo. Los 90 habían sido años de terror. Al vacío dejado por la muerte de Escobar, siguieron las disputas entre 'combos', las pandillas que controlan las 'comunas' o barrios populares situados en los cerros que rodean la ciudad; también, la llegada de las guerrillas y el surgimiento de los grupos de autodefensa, ambos desarrollando estrechos lazos con las bandas y el narco. En 2002, el gobierno de Álvaro Uribe llevó a cabo la polémica Operación Orión, una intervención en la Comuna 13 cuestionada por organizaciones de derechos humanos, pero que significó la derrota de las guerrillas. Luego vendría la desmovilización de las autodefensas. A fines de 2003, en tanto, Sergio Fajardo, académico y líder de un movimiento que buscaba cambiar la ciudad, fue elegido alcalde e inició profundas transformaciones. Los números son elocuentes. Si ya en 2003 —antes de asumir Fajardo— la tasa de homicidios había bajado de 184/100 mil a 98,2/100 mil, en los siguientes años se movería en torno a 30/100 mil. Mientras, impresionantes proyectos arquitectónicos le iban cambiando el rostro a 'Medallo'.

Claro que ese mismo 2003 es también señalado como el momento en que Diego Fernando Murillo Bejarano, 'Don Berna', líder narco surgido de las autodefensas, se hizo con el poder dentro del mundo criminal. A partir de ese momento y hasta su extradición a Estados Unidos, en 2008, impuso un control férreo sobre los combos, instalando un particular orden. Tras su caída, regresaron las disputas por la hegemonía y otra vez los homicidios se dispararon, aunque sin volver a los niveles previos, para de nuevo bajar unos años después, al alcanzarse una tregua entre grupos rivales, un 'pacto de fusiles'.

Es en ello en lo que se basan los escépticos del milagro. Por ejemplo, Vanda Felbab-Brown, experta norteamericana de la Brookings Institution y quien ha escrito largo sobre el tema. En sus trabajos no deja de reconocer las políticas de los alcaldes, pero, agrega, 'más que reducir la violencia, estas fueron posibles porque la violencia había sido reducida antes' debido al control impuesto por 'Don Berna'.

Francis Fukuyama, en tanto, habló de un 'medio milagro', pues siendo notable la reducción de los homicidios, no se habían logrado desmontar las estructuras del narcotráfico. E incluso los economistas Christopher Blattman, Benjamin Lessing y Santiago Tobón han llegado a hablar, en un artículo de 2022, del 'terrible dilema' que plantearía el caso Medellín: el precio de reducir la violencia puede ser aceptar que haya bandas criminales más fuertes'. Para confirmarlo, preguntaron en terreno a los residentes de distintas 'comunas' a quién acudían, a los grupos armados o al Estado, para resolver problemas. Así constataron la existencia de un número relevante de zonas aún dominadas por el crimen.

¿Qué significa esto? ¿Existe milagro o todo ha sido un mito?

Ni tanto ni tan poco, responde Luis Felipe Dávila, investigador de la Universidad Católica de Colombia y exasesor de las alcaldías de Medellín. 'Yo me alejo de esa mirada optimista de que toda la reducción de la violencia se deba a los alcaldes, pero también me alejo de los que dicen que solo gobierna el crimen y que fue el crimen el que redujo los muertos', explica. 'Aquí sí hay presencia de actores criminales, pero también hay Estado. Se dio una combinación de factores. Hubo gobiernos locales que impulsaron una política distinta, pero a la vez lo ocurrido se enmarcó en el proceso histórico colombiano, con la llegada al poder de Uribe, y en la propia dinámica del conflicto en la ciudad, donde también actores criminales hacen sus cálculos de maximización y entienden que el homicidio tiene costos, y hay una suerte de 'civilización del crimen''.

Pero, insiste, reconocer este factor no significa menospreciar la obra de Fajardo y sus sucesores. 'Sí fue muy importante el hecho de pensar una ciudad de modo más técnico, de darle una mirada distinta a la seguridad, priorizando e invirtiendo en ella, así como en obras de urbanismo social, que permitieron que zonas controladas hasta entonces por el delito tuvieran una suerte de acupuntura', recuperando la presencia del Estado y generando oportunidades.

Las políticas que cambiaron la ciudad


Hasta la elección de Sergio Fajardo —explica Dávila— los alcaldes habían entendido que la seguridad pública era tarea del gobierno central. Fajardo inauguró un nuevo enfoque, donde el tema pasó a ser una prioridad municipal. Ello significó multiplicar los recursos para la policía, mejorar sus instalaciones y ampliar el número de efectivos. ¿La idea? 'Que la estatalidad llegara a todos los barrios de Medellín', dice el académico. Y es que las 'comunas' en los cerros se habían formado en muchos casos a partir de tomas, al margen de la legalidad, con habitantes que, por lo mismo, no recurrían a las autoridades sino a los líderes de las bandas. El alcalde quiso terminar con eso y conseguir que la policía llegara a barrios en los que hasta entonces no podía entrar.

Pero se buscó también que el Estado penetrara de otras maneras. Políticas sociales más vigorosas (especialmente en educación) fueron parte de la ecuación, pero el elemento más espectacular fue lo que se llamó el 'urbanismo social': obras públicas de alto impacto destinadas, según Fajardo, a 'cambiarle la piel a la ciudad'. Una de las más emblemáticas, el 'metrocable', red de funiculares que funcionan en conexión con el metro y que permitieron comunicar la urbe con los barrios de los cerros. Según Dávila, estudios han mostrado que, en una de las zonas más peligrosas, tras la instalación del metrocable, los homicidios se redujeron en 10%.

Otro emblema han sido las bibliotecas-parque, proyectos de alta calidad arquitectónica que, instalados en el corazón de barrios conflictivos, se transforman en el epicentro de la vida comunitaria, con actividades culturales, entretención y áreas verdes. Y junto con ello, un símbolo más del Medellín moderno: las escaleras eléctricas en las laderas, otra forma de terminar con el aislamiento... y de que los ciudadanos perciban un Estado cercano.

Para ejecutar todo esto, jugó a favor al buen momento que vivían las empresas municipales, al generar importantes ganancias. Clave fue también la articulación del municipio con la empresa privada y el mundo universitario. La primera aportó recursos, capacidad de gestión y oportunidades de trabajo para los jóvenes. En cuanto al mundo universitario, su capacidad técnica sirvió para el diseño y monitoreo de las políticas.

Otros dos elementos jugaron un papel crítico. Uno, la coordinación que se logró con el gobierno de Uribe, pese a ser de signo ideológico distinto. El otro, la continuidad del proyecto de ciudad: a Fajardo lo siguieron Alonso Salazar y Aníbal Gaviria, comprometidos con las mismas políticas. Varias fueron también mantenidas por Federico Gutiérrez. La ruptura la marcó Daniel Quintero, de mala relación con los privados y polémico desempeño, pero en 2024 Gutiérrez asumió por un nuevo período y la reducción de los homicidios ha sido una de sus marcas.

Los peligros del homicidiocentrismo


Es el delito que más impacta y el que más contribuye a la percepción de inseguridad. Por eso, reducir el número de homicidios debe ser siempre un objetivo central. Pero, precisamente a partir del trabajo desarrollado en Medellín, Dávila advierte contra el 'homicidiocentrismo', esto es, el considerar ese como indicador único del éxito o fracaso en las políticas de seguridad pública.

'Yo recuerdo que mirábamos mucho las estadísticas y en un barrio de repente el homicidio bajaba. Entonces decíamos, acá mejoramos, premio para el policía... ¡Mentiras! En cierta comuna o en cierto barrio tal vez se redujo el homicidio porque hay un grupo criminal tan fuerte que ya nadie se atreve a retar su poderío. Y este grupo pone sus reglas y dice 'nadie sale del barrio después de las 10 de la noche' y les dice a las tiendas 'ustedes tienen que darme tanto'. Entonces se implanta un orden que no es justo ni legal. Allí la violencia sigue presente y la gente está toda extorsionada y atemorizada'.

'O también ocurre que en cierto lugar aumentan los homicidios y la prensa dice todo va mal... Puede que no. Puede que lo que nos esté diciendo ese indicador es que el territorio está en disputa. O que la policía está siendo tan eficiente que está llegando, pero al llegar a realizar sus procedimientos, puede que se presenten tiroteos'.

¿Cómo se evita entonces el 'homicidiocentrismo'? El consejo del especialista colombiano es 'hacer mucho trabajo de campo, ensuciarse los zapatos', concurriendo a los barrios, hablar con la gente y tratar de identificar lo que en realidad está pasando: qué grupos pueden haber llegado a la zona, qué pasa con las extorsiones o con actividades como los tragamonedas ilegales, la prostitución o los préstamos gota a gota. Y, claro, cuando hay homicidios, analizar sus modalidades, pues 'muchas veces la forma en que se le da muerte a alguien es un mensaje que se está mandando'.

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