El Mercurio (imagen referencial)
SANTIAGO.- Los trabajos científicos no siempre resultan de la manera en que son ideados, algunos no entregan resultados y otros llegan a soluciones a problemas que ni siquiera se habían planteado. Algo así fue lo que le ocurrió a un equipo de innovadores chilenos llegaron a una fuente de bajo costo en las cubas donde se fermenta el vino.
En medio de la búsqueda de formas para reducir la huella de carbono en la industria del vino, dieron con un prodecidimiento de bajo costo que captura y filtra los gases surgidos en la fermentación de los mostos, a fin de reutilizarlos en otras etapas de la elaboración de vino, como la limpieza de barricas.
El desafío era importante, ya que sólo considerando el en vino embotellado, la industria nacional emite a la atmósfera 250 mil toneladas anuales de gases de efecto invernadero, según los datos entregados el año pasado. Esta cantidad de emisiones equivale a lo que se contamina para producir unas 25 mil toneladas de carne de vacuno.
"Esto va a generar una mejor imagen para la industria, porque ellos están muy preocupados por disminuir todas las emisiones", explica Margarita Sepúlveda, gerenta del Instituto de Transferencia de Tecnología y Emprendimiento (ITE), que desarrolla el proyecto.
Con el uso de esta innovación -que aún no es patentada- se espera que la industria logre la reducción entre 12% y 15% de las emisiones totales actuales de la producción de vino nacional.
Por su parte, Tomás Saieg, ejecutivo de Corfo, comenta que "esto es muy circular. El proceso del vino genera CO2, pero además lo necesita en algunas de sus etapas".
Esta iniciativa, que comenzó con la aceleración del cultivo de microalgas utilizando el CO2 podría ser aplicado, además, en otras áreas como la elaboración de alimentos para la acuicultura e, incluso, en la fabricación de suplementos energéticos de consumo humano.
De acuerdo a las últimas cifras entregadas por la Organización Internacional de la Viña y el Vino (OIV), se calcula que la producción mundial de esta bebida fue de 246,7 millones de hectolitros en 2017. Y cada botella emite una huella de carbono del rango de 1,2 a 1,5 kilos de CO2, tomando en cuenta todos los procesos de elaboración.