Ernesto Mosso Pérez Videla derrocha energía. Saluda a todos, se preocupa de los más mínimos detalles, contesta todos los llamados al celular y trata de resolver mil cosas a la vez, sin perder, por ello, el encanto.
Se presenta como una persona hiperkinética y reconoce que de pequeño habría sido candidato seguro al Ritalín. “Tengo un grave problema de concentración. Para mi madre fue muy difícil criarme y así que como le di satisfacciones, también muchos dolores de cabeza”, confiesa.
Nació el año del dragón. En diciembre próximo cumple 40 años y aunque no es un experto en la materia, cree que algunas características de los sagitarios lo definen: “eterno optimista, hacedor e inquieto”.
Mantiene ese acento “che” que a las chilenas trastorna, pero que, claramente en él no va ligado a los calificativos prepotente y sobrado que los machos nacionales invocan ante el reto que, en esas lides, los trasandinos representan.
El mayor de tres hermanos, el entorno familiar lo llevó a estudiar leyes en su ciudad natal, Mendoza. Su abuelo materno fue un destacado juez, su padrino y varios tíos también eran abogados, por lo que se vio obligado a seguir ese camino.
Como es muy intenso (según propia definición), dio exámenes libres para no tener que ir a clases y, pese a las dificultades que los profesores le pusieron, sólo le faltó un año para recibirse. Abandonó al final de la recta porque la venta y compra de joyas antiguas -trabajo que partió como entretención de verano para juntar dinero y viajar- resultó conveniente y muy prometedor.
- A los 19 años ¿sabías poco de joyas?
“¡¿Qué poco?! ¡Nada, cero! No entendía que alguien se ganara la vida sentado en una oficina, con una luz, comprando esas porquerías chiquititas de colores. Si había algo que jamás pensé que estaba en mi destino era eso.
“Me pusieron en la cancha a jugar y me obligaron a tomar decisiones con escaso conocimiento; que las azules eran zafiros; las blancas, diamantes, y las rojas, rubíes. Habían asesores a los que recurría ante la duda, pero igual me la hicieron difícil”.
- ¿Te pasaron gato por liebre?
“Por supuesto y hoy también”.
- ¿Queeé?
“Ohhh…acá nunca se termina de aprender. Como dice un amigo hasta Gardel se quedó ronco alguna vez. Acá hay que saber ganar y perder; si no, no salgas a jugar”.
De simple empleado pasó a socio y después, dueño. Cuando el mercado de Mendoza se saturó, exploró expandirse a Buenos Aires o Santiago y ganó esta última. No sólo le quedaba a 4 horas, sino que conocía muy bien a Chile pues uno de sus abuelos tenía propiedades en Curacautín y había pasado algunas temporadas acá con sus primos chilenos.
En 1988 ya tenía un local “chiquitito” en General Holley y viajaba semana por medio, hasta que en 1997 se radicó, definitivamente, en la capital. Hoy tiene cuatro grandes tiendas en el sector oriente y es considerado uno de los ocho principales joyeros de América Latina.
- ¡Mosso, una multinacional!
“Y…viste (dice con el típico sonsonete che), para mí era un pasito importante, imaginate”.
- Te iniciaste como autodidacta, después ¿estudiaste?
“Claro, la cosa me empezó a gustar, comencé a viajar, me atrapó la historia, el arte; que las cosas tuvieran un valor por lo que representaban en un momento del hombre. Me suscribí a todos las revistas especializadas, hice cursos de gemología, recorrí todos los museos”.
- ¿Cuándo resolviste comenzar a diseñar?
“Era 1991, había un broche de época en la tienda que compraron y otra clienta me pidió que le hiciera una réplica”.
- ¿Y diste el paso?
“Me pareció espantoso, una atrocidad. No soporto las réplicas, jamás me vas a ver con algo que no sea original. Si no tengo plata para un reloj caro ando con uno japonés de un dólar, lo que es súper digno. Ahora, era una clienta; diseñé algo similar y con artesanos especialistas lo hice. Como la pieza gustó, seguramente por el ego, me sentí bien y… ¡pucha!, me di cuenta que tenía algo importante que aportar”.
Así, a comienzos de los ´90, instaló su primer taller, creció hasta necesitar varios turnos y probó suerte con diseños que al principio no gustaron y luego arrasaron, como los anillos de caucho. “Estaba focalizado en desarrollarme profesionalmente, me daba lo mismo tener mucha o poca plata”.
- ¿Un “self made man”?
“Absolutamente. He tenido ayuda... padrinos; buena educación, pero estoy aquí porque soy súper testarudo. No me gusta que me la cuenten y cuando hay algo que me interesa, voy a la fuente y lo investigo”.
- ¿Eres desconfiado? ¿Es una característica del joyero?
“Lamentablemente yo no la tengo. Soy una persona absolutamente confiada, creo muchísimo en la gente y por definición, creo que todos son buenos hasta que me demuestren lo contrario. Y tengo un problema: cuando me hacen una macana tampoco quedo con rencor; sí corto la relación, pero me olvido rápidamente”.
- ¿Este mundo es muy competitivo?
“Como cualquier actividad, ganarse la vida no es fácil y Chile es un mercado con un consumidor muy exigente”.
Nunca se ha sentido rechazado por ser argentino y asegura: “quiero más a Chile que muchos chilenos”. Aunque no pretende pedir la nacionalidad, pues su identidad no la puede cambiar y parte de su familia sigue al otro lado de la cordillera, resolvió quedarse aquí porque se siente en casa.
- ¿Percibes cierta rivalidad hacia los argentinos?
“Algunas veces he notado un clima hostil, pero depende de uno si le da pie al otro para que te haga daño. Además, no pongo mi energía en eso; me concentro en mis proyectos, mi familia y mis amigos y no en el qué dirán. Me importa cómo duermo y tengo la conciencia tranquila, no me he ganado la vida haciendo mal a los demás”.
- ¿Y con tus colegas?
“Existe competencia, pero tenemos una relación cordial, no tengo problemas y me siento respetado”.
- El temor del joyero es ser asaltado y tú lo has sido. ¿Cómo lo vives?
“Lo vivo en paz; no puedo permitir que me quite calidad de vida, de ser feliz. Si estuviera aterrorizado con el tema, cambiaría de actividad. Lo asumo; todo en la vida tiene cosas buenas y malas, pero hay que tomar el paquete entero y eso, hace años lo aprendí. Trato de que me no me ocurra, me importa que no vayan haber tragedias de vida”.
- Incursionaste en las carteras ¿Cuál es tu próximo paso?
Duda y, pícaramente, guarda silencio. “Me sobran ideas, me falta tiempo y mercado”.
En eso saca de su maletín de cuero un turro de papeles, muchos manuscritos y arrugados, que confirman su propia definición: ¡es hiperkinético!
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