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Pionera del caviar en Chile

Esta historia es de a dos, aunque la entrevistada sea sólo una de las socias de Southwind, una empresa que hoy es líder en los subproductos de salmón. La razón es que ellas son como el ying y el yang, una es “el show” -como se autodefine- y la otra, la más callada, la más metódica.

19 de Mayo de 2005 | 09:49 |
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Valeria Auda es “la Negra”, como casi todo el mundo la conoce, y su socia, Soledad Parot, “la Rucia”; y es que no sólo se diferencian y complementan en personalidad, sino también son muy distintas de aspecto y estilo.

Por supuesto, la que aceptó ser entrevistada fue Valeria, que le encanta contar cómo se convirtieron de inseparables compañeras de universidad, en prósperas empresarias.

Ambas son ingenieras en alimentos y estudiaron en la Universidad de Chile. Se conocen desde 1983, cuando Soledad entró con cara de perdida a clases –venía de Talca- vio a Valeria, se sentó a su lado y desde ese día jamás se separaron.

Al poco tiempo de salir de la universidad, en el bautizo del hijo mayor de Soledad, “que es mi ahijado”, se sentaron a conversar la posibilidad de hacer algo propio.

Hasta ese momento habían intentado diferentes cosas: la Sol, clases y un Magíster en la facultad de ingeniería de la Chile y la Vale, un año sabático en EEUU. “Después me puse a trabajar en una empresa de envases flexibles, duré tres meses y me echaron, por problemas de carácter… ¡Me dolió!, porque no cumplía el perfil”.

Entonces, se preguntaron qué hacer y, teniendo plena conciencia que no se quedarían en las casas cuidando niños, empezaron a estudiar sobre medioambiente e incluso llegaron a tener la representación de empresas que proveen equipos al rubro.

Un día, se miraron y dijeron “tú te veís con un maletín lleno de herramientas, instalando una máquina, apretando tuercas y casi con overall. Porque eso era, para allá íbamos. ¡No!, no era lo que queríamos”.

-¿Entonces decidieron dedicarse a procesar el descarte del salmón?
“Tomamos la decisión en un día. Dijimos la cosa no va por aquí, no me veo, no me siento cómoda y botamos todo. Así de simple, fue radical, en una tarde.
“Salvamos el procesamiento de las aguas de sangre con los salmoneros”.

-¿Qué se propusieron?
“Empezamos con los huevos y todos los subproductos del salmón. Nos colgamos a una industria con un potencial enorme, en la que se veía que se estaba invirtiendo mucha plata. Además Chile estaba dando condiciones óptimas para el engorde de salmón.
“¿Por qué nos podría ir mal, si por ahí iba el asunto?”

-¿Se tiraron a la piscina, así no más?
“Tenía relación con alimentos, con desarrollo de producto, con todo lo que nosotras buscábamos. Cambiamos el rumbo y partimos trabajando con ovas de truchas pansize que se producían en Malloco y en Peñaflor. Nos quedaba cerca, había cultivos y reproductores, y nos regalaban los huevos”.

-¿Eran de descarte?
“Absolutamente. El primer año las ovas nos costaron cero, no tenían valor”.

-¿Empezaron con la planta inmediatamente?
“¿¡Cómo se te ocurre!? El desarrollo lo hicimos con la ova de trucha, que era más pequeña; después –por desconocimiento- empezamos a trabajar el salmón del pacífico (Coho). Estuvimos como cinco meses separando las ovas una a una con cuchara, hasta que nos dimos cuenta que lo máximo que podíamos producir por día eran 12 kilos; decidimos ir a Puerto Montt a buscar otras alternativas: el salmón del Atlántico (Salar).
“Allá me encontré con un huevo mecánicamente mucho más resistente a la separación, con mayor volumen y madurez sexual, mejor para trabajar”.

En Chile se trabajan tres variedades: salmón del Pacífico, del Atlántico y trucha salmonídea. Partieron con esas y montaron una maquila en Puerto Montt - un espacio arrendado en una planta en la que pusieron operarias a trabajar en el primer paso del proceso. Las entrenaron, porque tenían que ser altamente calificadas para separar las ovas y mandar la materia prima a Santiago.

El costo fue alto, porque durante dos años, cada una de las socias permanecía una semana en Puerto Montt, controlando el proceso. “Dos meses al año, nos íbamos una semana cada una a trabajar allá hasta que lográbamos el stock que necesitabámos para el año”.

-¿Fue un crecimiento rápido?
“Le vimos futuro al negocio: ya no hacíamos diez kilos diarios, sino 300; así que montamos una planta aquí en Santiago, pero como teníamos pocos recursos y necesitábamos un lugar no muy grande, arrendamos una carnicería de barrio en La Legua. Tenía todo a pequeña escala, definitivamente era lo nuestro.
“La Rucia sacó los permisos del Sesma en tiempo récord y la dejamos funcionando legalmente. Compramos un par de mesones, hicimos todo lo necesario hasta que la aprobaron para exportar a Argentina y Brasil”.

En esa planta se optimizaba el proceso, llegaba la ova ya limpia de Puerto Montt, la volvían a salar, se le agregaban los preservantes, se envasaban en frasco de vidrio y, se modificaba la atmósfera, se etiquetaba y embalaba.

Exactamente el mismo proceso que se hace hoy en la planta de Américo Vespucio, excepto, porque ahora envasan al vacío y una cantidad mucho mayor. Además de haber agregado otros productos y no sólo caviar como antes.

-¿Cómo se financiaron?
“Sacamos plata del bolsillo, incluso para los viajes. Felizmente al mismo tiempo que empezamos a producir, también a vender en el mercado nacional, al Hotel Carrera.
"Tenía tal valor agregado que era fantástico. Vendíamos una caja y ya teníamos plata para reinvertir. Además las exportaciones se dieron casi simultáneamente a Perú, Ecuador y Brasil; nos costó menos que el mercado nacional.
“A partir del tercer año, la antigua carnicería producía no te explico cuanto…¡Yo creo que eran los metros cuadrados más productivos de Chile!”.

-¿Influyó tener detrás el apoyo de los maridos?
“Sin duda, sabíamos que si nos iba mal, ellos estaban ahí y la familia no se vería involucrada. Pero además, los dos pertenecen al área de los alimentos, por lo que hay entendimiento de los horarios y un constante apoyo y consejo profesional y, a veces, también financiero. Nos dio la posibilidad de jugárnosla sin la presión de resultados inmediatos.”

-¿Cuándo se diversificaron?
“Le ofrecimos el caviar al Jumbo y lo aceptaron, pero querían algo más, porque no podían tener una marca con un solo producto. Importamos, entonces, caviar de lumpo rojo y negro desde Dinamarca y arenque de Alemania, para hacer un paquete más atractivo para los supermercados, pero todo era para posicionar el caviar de salmón”.

- Y lo lograron.
“Hasta el 2000 vendíamos cinco veces más lumpo que salmón en el mercado nacional. A partir de esa fecha se venden en cantidades iguales”.

-¿Qué productos comercializan?
“Con las crisis, se nos cayeron los mercados de Argentina y Brasil. Empezamos a sacar productos en la línea gourmet, de delicatessen: salmón ahumado, con fuerte presencia en Latinoamérica; el marinado y el bocado, y hamburguesa de salmón. Dejamos de ser importadoras de caviar de lumpo y trajimos el huevo directamente desde Islandia, para trabajarlo aquí y abastecer a toda América Latina de caviar de lumpo rojo y negro”.

-¿A qué otros mercados llegan?
“Para Europa no tenemos buenas ventajas comparativas. Elaboramos hamburguesas de salmón para una de las cinco cadenas de supermercados más grande norteamericana, con marca de ellos. En Asia tenemos nichos de mercado ya que, después de 10 años de trabajar en esto, tenemos la posibilidad de mandar buenos volúmenes a China y Korea.

-¿Cómo evalúas estos diez años?
“La empresa ha crecido a razón de un 30% por año y nunca ha decaído, aunque no es una empresa grande. Subcontrata servicio a terceros para bajar costos, pero siempre los mejores para mantener los niveles de calidad. Y, siempre que sean productos del mar, podemos abastecer a nuestros clientes de lo que nos pidan.

-¿Posicionaron la marca Southwind?
“En Latinoamérica desde hace mucho tiempo; el mercado nacional fue más esquivo, pero ya estamos en prácticamente todas las grandes cadenas, aunque es más difícil porque el consumo no es muy alto y el paladar del chileno todavía no termina de acostumbrarse a estos sabores.
“La idea es tener una línea especial, distinta, que marque diferencia. Nuestros recibidores en el exterior están felices ¡Nadie más en Chile elabora caviar en frasco de vidrio!”

-¿Nunca han hecho publicidad?
“Nunca, no fue necesario. Sí fue importante el aporte de los banqueteros, empezaron a usar el caviar y el salmón en sus eventos y eso lo puso de moda.”


-¿El esfuerzo valió la pena?
“Por supuesto y estamos muy felices. Hoy tenemos ingresos que nos permiten vivir bien, aportar a la familia (podríamos mantenerla si fuera necesario), darnos nuestros gustos, viajar a las ferias internacionales y también por placer…Sí, yo te diría que sí, estamos muy contentas!”


"¡Paso más tiempo con la Sol que con mi familia!"




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