Cada día, madres y padres dudan sobre cómo poner límites a sus hijos y qué hacer cuando éstos los vulneran. El paso siguiente parece ser el castigo, aunque tanto la decisión de aplicarlo así como el tipo de sanción son materias ampliamente debatidas.
Esta duda es confirmada por los resultados de la Encuesta Bicentenario 2007 de la Universidad Católica y Adimark. El 41% de los encuestados cree que las sanciones son parte de cualquier aprendizaje, versus un 35% que cree que éstas "no conducen a nada, y que sólo se aprende dialogando". Mientras tanto, un importante 25% duda entre ambas opciones.
Para Eduardo Valenzuela, coordinador de la Encuesta y director del Instituto de Sociología UC, esta dificultad que enfrentan los padres tiene sus raíces en la sociedad chilena.
"Vivimos en un clima cultural en el que la autoridad se identifica con la sanción negativa y eventualmente con el castigo. Y esa forma de aprender, por la vía de las sanciones, está muy desacreditada, entonces los padres y los profesores vacilan a la hora de aplicarlas, de manera muy frecuente", precisa.
El sociólogo explica que hoy el castigo "ha sido muy desacreditado y, en cambio, la sanción positiva, el incentivo, la recompensa, el elogio, ha sido muy realzado", por lo que "se han colocado muchas cortapisas a la sanción negativa".
Tras este malentendido habría un mito. "Ha calado muy profundamente en el clima cultural esa idea de que uno puede dañar algo muy importante al sancionar negativamente al niño, como, por ejemplo, su autoestima. Por lo tanto, y con razón, se ha desacreditado el castigo físico, por lo que hoy, levantarle la mano a un niño está completamente fuera de las posibilidades", explica.
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| EL 25% de quienes tienen entre 18 y 34 años y el 34% de los mayores de 66 dicen haber sido castigados por sus padres. Encuesta Bicentenario 2007. |
A este panorama se suma un rasgo cultural. "En general, en Chile la capacidad que tenemos todos de sancionar respecto del comportamiento de otro, la ejercemos poco y mal, y toleramos demasiada conducta impropia en la casa, en la calle o en el colegio", explica.
Sí a la disciplina
Francisca Velasco, psicóloga infantil y terapeuta familiar del servicio Fonoinfancia, explica que el castigo debería ser el último recurso para disciplinar o enseñar normas de comportamiento, esenciales en la formación de un niño. La fijación de límites o las expectativas de comportamiento que los padres esperan de los hijos es algo que ellos deben enseñar antes del minuto crítico. Sólo así tiene sentido para el niño que le quiten lo que más le gusta, como ver televisión para los niños pequeños y los videojuegos o los permisos para fiestas en el caso de los adolescentes.
"Antes que el castigo, es recomendable dialogar con los niños y utilizar otras estrategias, como el refuerzo positivo o el premio a la conducta que se acerque a lo esperado", dice. Según la profesional, cada vez hay más conciencia entre los padres de que parte importante del castigo es reflejo de la rabia que ellos mismos sienten cuando se ven desobedecidos por los hijos. "Finalmente, el castigo es consecuencia de la falta de autoridad de los padres, mas que de la falta en sí", reconoce.
Al respecto, Valenzuela señala que muchas familias chilenas optan por traspasar a la escuela la responsabilidad que a éstas les cabe en disciplinar a los hijos, entendida como una forma de comportarse según límites que no pueden ser vulnerados. "La queja de los colegios hoy es que ellos tienen que hacerse cargo de un problema que no les corresponde", explica.
Para la psicóloga Ana Vergara, coordinadora del magíster en Sicología Social de la Universidad Diego Portales, la ambigüedad que sufren los padres chilenos frente al castigo es propia de una sociedad en cambio. "Padres y educadores están enfrentando una exigencia contradictoria entre una imagen muy apocalíptica que señala que, si no controlamos a los niños, sufrirán problemas de drogas, alcohol o falta de planes vitales versus la exigencia cultural de darles autonomía".
Todos viven esa tensión. Incluso los mismos niños, que se debaten entre su necesidad de autonomía y la nostalgia de un mandato firme de parte de los padres.
Para la especialista, la situación no es tan dramática. "Todos los estudios demuestran que el niño hace caso cuando se siente comprometido con el adulto, y obedece porque elige hacerlo. Y si no obedece es porque no considera legítima la autoridad en cuestión, porque no se siente escuchado ni respetado", explica.