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La madre Teresa de Calcuta en Chile

Durante sus 37 años en el país, la religiosa española se ha esmerado en sanar a los más pobres. Atiende a más de 200 pacientes y su obra es un modelo incluso para el las autoridades de Salud.

30 de Abril de 2008 | 17:04 |
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MOLINA.- Es considerada la madre Teresa de Calcuta de Chile. A 29 años de la fundación del Hogar de Las Hermanas del Buen Samaritano, son cientos los enfermos e indigentes que han sido sanados en la Región del Maule, provenientes de todo el país.

Con 80 años de edad y 67 consagrados a Dios, la madre Domnina Irene García de Prado, de aspecto frágil y baja estatura, transmite su experiencia en cada frase con voz dulce e inconfundible acento hispano.

Ha acogido a los más pobres y les ha entregado dignidad. Son más de 200 pacientes atendidos con esmero por 30 religiosas de esa congregación y 112 funcionarios de diversas áreas.

Con gran vitalidad, alegría y optimismo la madre superiora recorre los pasillos del pulcro y ordenado hogar policlínico, coordinando cada detalle de su funcionamiento, dialogando y acariciando a cada uno de los pacientes.

Nació el 5 de noviembre de 1927 en León, España. Sus padres fueron Cecilio García Fernández e Irene de Prado Tejerina. Fue la duodécima entre 14 hermanos. En Bilbao, se consagró a la fe el 2 de febrero de 1944, en la orden de Las Siervas de Jesús de la Caridad.

En 1970 arribó a Chile, liderando un grupo de religiosas en Talca. Ocho años después fundó la nueva congregación y hoy anhela acoger a más enfermos, siempre predicando la parábola del Buen Samaritano.

-¿Cómo surge su interés por los enfermos?
“Llegué en 1970 desde Bilbao con muchas ganas de hacer cosas por los pobres. En España terminé la carrera de enfermería en 1951, me designaron a una clínica particular que administraban Las Ciervas de Jesús con el doctor Eusebio García Alonso, el primero que operó en Europa el cáncer gástrico. Me convertí en su ayudante y administradora. Trabajé con él como una hija y un padre, aprendí muchísimo. Catorce años después murió. Entre 1966 y 1968 hicimos el Sanatorio Bilbaíno, de lujo, con seis pisos, sobre los mismos cimientos de esa clínica”.

-¿Por qué decidió a venir a Chile?
“Con la Clínica Bilbaína en marcha, yo le dije a la madre general si podía hacer una experiencia con la madre Teresa de Calcuta. Me respondió que si quería pobres, viniera a Chile. Llegué a Talca en 1970, con las Ciervas de Jesús de la Caridad. Les preguntaba por los pobres y ellas no los conocían. No estaban en ese tiempo en disposición de abrir la puerta a los más pobres, y tuve que luchar ocho años con lo que soñaba: un lugar para ellos. En abril de 1974 dejé esa comunidad.
“Fui donde monseñor Angelo Sodano, Nuncio Apostólico entonces. Me dijo que me animara y no tuviera miedo. Me dio 10 dólares. Monseñor Carlos González (obispo de Talca) me indicó que Molina era el lugar adecuado para empezar, porque el hospital se estaba casi cayendo y los campesinos no conocían ni la aspirina”.

-¿Cómo comenzó a financiar su obra?
“Ayudaba todo el mundo y nos empezaron a mandar recursos de Alemania, España y Estados Unidos. Vino un sacerdote a vernos y nos dijo que tenía amigos en Estados Unidos y pidió que nos mandaran a nosotras lo que a él le enviaban cada mes para sus misiones. “Seguimos recibiendo aportes; de Chile es muy poco. Pero el Ministerio de Salud se dio cuenta que este lugar es un modelo para otros establecimientos. Vino hace poco el doctor Ricardo Fábrega (subsecretario de Redes Asistenciales), vio esto y me dijo ”¿por qué no la nombramos ministra de Salud para que nos enseñe?””(ríe).

-¿Le hace falta un aporte del Ministerio de Salud?
“Están tratando de ver si nos dan una subvención, pero recién ahora, después de casi 30 años. No creo mucho en esas cosas, al igual que la madre Teresa de Calcuta, que decía que no le gustaba meterse con los gobiernos, que son muy burocráticos”.

-¿Cuántos recursos requiere para financiar este hogar?
“Sólo en sueldos necesitamos $20 millones mensuales y hay que pagar más de 5 millones en imposiciones. Yo creo que son 40 millones mensuales en total”.

-¿En Chile somos realmente solidarios con los más pobres?
“Yo creo que son solidarios, pero si no se ve, no lo hacemos. Si algo se ve, todo el mundo lleva. En el Hogar de Cristo pasa lo mismo. Hay algo ahí y lo publican. Entonces yo pienso que el Hogar de Cristo tiene muchísimas obras. Pienso que ha abarcado demasiado y no las tiene atendidas como debiera. Nosotros tenemos ahora por lo menos cinco personas que han estado durmiendo al alero del Hogar de Cristo en Curicó y ellos traen a otros.
“Siempre soñaba que los enfermos pisaran firme, que no se les hundieran las tablas. Los pobres en una casa vieja pisan y la tabla se hunde, ponen cartones en la pared. Yo dije que esto no puede ser, hagamos las cosas bien. Los alemanes me dijeron ”le mandamos dinero pero haga las cosas bien”. Por ejemplo, estas paredes nunca se han pintado en 23 años y lucen impecables”.

-¿Cuál ha sido su filosofía para el funcionamiento de este centro?
“Hay que hacer las cosas como para un rey, porque si las hacemos para rey, el vasallo, el criado, va a entrar a servirle, pero si la hacemos para el criado, nunca el rey va a entrar a servirle”.

-¿Su obra está inspirada en la parábola del Buen Samaritano?
“Sí. Hacer vida en nosotros la parábola del Buen Samaritano, que significa no pasar de largo nunca, y nunca decir no a nadie. Y si no hay una cama entonces al santo suelo, pero aquí no se le dice que no a nadie. Y eso es lo que estamos haciendo”.

-¿Cómo evalúa la salud en Chile?
“Yo creo que hacen lo que pueden, pero se puede hacer mucho más”.

-¿Alguna anécdota que recuerde?
“Una vez me encontré con el doctor Amesti, fue muy gracioso porque había una enferma de Talca que tenía un sarcoma en el vientre y yo la quería mucho porque me ayudó con los pobres en Talca. Fui a verla a la clínica Santa María, y ella le dijo al médico que no iría al quirófano si no entraba yo. El doctor me miró como se suele mirar a las monjitas. Para los intelectuales las monjitas no somos nada, como que somos tontitas, buenas, pero nada más. Me preguntó quién era y yo le dije “una monjita”. Me preguntó por mi jefe y luego se deshizo en alabanzas al doctor, que había estado en un congreso de operaciones gástricas. Al final le expliqué que con ese doctor operé 14 años. Casi se me arrodilló. Me preguntó si le quería ayudar y yo le dije que no, que cada maestrillo tiene su librillo”.

-¿Qué ha sido lo más difícil para ayudar a los enfermos más desvalidos?
“Creo que Dios nos la puso bastante fácil porque quería que fuera así, porque lo más difícil fue encontrar dónde y cómo. Pero se fue dando la cosa y desde luego automáticamente fue llegando el dinero para toda la primera parte”.

-¿Cuál es el mensaje que le dejaría al país?
“Que todos seamos buenos y no nos cansemos nunca de hacer el bien. Y me gustaría, si hubiera por ahí un multimillonario, que nos hiciera un nuevo pabellón porque tenemos a los enfermos demasiado juntos. El 3 de noviembre cumplí 80 años y ahí lancé esa idea. Con $600 millones me conformo” (ríe).

-¿De dónde surgió su inspiración por ayudar a los pobres?
“De mi casa. Éramos 14 hermanos. Mi madre murió muy joven, yo tenía cuatro años cuando murió ella. Recuerdan mis hermanas que le decían ”madre llegó el pobre” y ella decía ”ya hijos, dejarle sitio” y ella comía con ellos. Después me tocó estar con ese doctor que había hecho de su medicina un sacerdocio, pero además porque en el quirófano no hablábamos ni una palabra. Fui su mano derecha, ayudante, secretaria, era todo. Una vez en el quirófano me dijo que operar era como estar en misa. Yo estaba conversando con otra hermana y me tomó las manos y me pidió silencio, explicándome que el altar era la mesa, el enfermo era Cristo, y nosotros no éramos más que las manos para hacer el bien. Nadie hablaba una palabra. Después que murió me daba pena porque no había el mismo respeto en la clínica”.
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