Un padre entusiasta se sienta cada noche a leerle un cuento a su hijo. Termina la historia y, para chequear que el niño entendió, le pregunta: "¿Cómo se llamaba el personaje más importante? ¿Qué le pasó al comienzo? ¿Qué hizo después?".
Un esfuerzo muy loable, pero que podría tener mucho mejores frutos si las preguntas no apuntaran sólo a la memorización de la historia, sino también a que el niño pueda pensar a partir de ella. Por ejemplo: "¿Qué te pareció lo que hizo el personaje? ¿Crees que podría haber hecho otra cosa? ¿Te acuerdas que a nosotros nos pasó algo parecido?".
"Si la información del cuento se conecta con la vida real, se le da un sentido y puede servir para reflexionar. Es el tipo de aprendizaje que requiere la educación de hoy: se espera que el niño comprenda en profundidad lo que lee, y no que memorice", afirma Silvia Romero, doctora en educación y académica de la Universidad de San Luis Potosí (México).
El tipo de charla
Silvia Romero realizó un estudio con familias costarricenses en que revela que las expectativas de los padres con respecto a la educación de sus hijos no van aparejadas con lo que ellos hacen para apoyarlos. El 96% de ellos quiere que sus hijos lleguen a la educación superior. Pero sólo el 15% les lee cuentos en su tiempo libre, y sólo el 11% les proporciona libros.
Y cuando se produce la lectura en casa, una minoría de los padres estimula una conversación con el niño a partir de ella.
| Contraste |
Un niño de una familia de profesionales ha escuchado tres veces más palabras que uno de una familia pobre, según un estudio de Hart y Risley.
|
Diversos estudios han mostrado que uno de los factores que más inciden en la comprensión lectora de los escolares y, por ende, en su capacidad de aprendizaje, es lo que ocurre al interior de las familias. "Cuando los padres son más educados les hablan mucho más a sus hijos desde pequeños; por eso, cuando éstos llegan a kínder manejan un vocabulario más amplio", precisa Donna LeGrand, investigadora norteamericana que también participa en el congreso.
Entre los estudios que ella cita está el de Catherine Snow, de la Universidad de Harvard, que muestra que no es sólo la cantidad de palabras y de conversaciones que se comparten con los hijos la que influyen, sino también el tipo de charla que se tenga.
"Conversaciones más extendidas y elaboradas, que no hablan sólo de lo que está pasando aquí y ahora sino que obligan a imaginar, llevarán a que el niño llegue a tener una mejor comprensión de lectura", agrega Donna LeGrand.
Estos hallazgos, entre otros, motivaron a la investigadora Gail Jordan -también presente en el congreso- a desarrollar un programa para trabajar con los padres de niños de kínder. Éste contempla cinco sesiones durante el año escolar y muchas de las actividades se hacen en conjunto con los hijos.
"Entre sesión y sesión, los padres deben llevarse libros a la casa, con una pauta escrita para trabajar la lectura con los niños", explica la propia Gail Jordan.
| Investigadoras |
Gail Jordan "No importa la educación o la clase social: todos los padres quieren lo mejor para sus hijos. Y si creen que pueden aprender a ayudarlos, van a llegar a la escuela para participar de talleres".
Donna Legrand "Desarrollamos un programa para párvulos porque nos planteamos cómo poder ayudar a los padres y a los niños lo antes posible, antes de que haya tantas diferencias de vocabulario entre unos niños y otros".
Silvia Romero "Padres que terminaron una carrera o que hicieron un posgrado lo van a hacer mejor porque saben cuáles son las demandas académicas del mundo actual. Ahora no se requiere memorizar, sino comprender en profundidad para poder estar abiertos a nueva información".
|
El programa se aplicó primero en White Bear Lake (Minnesota), donde más tarde se midió qué ocurrió con los niños que habían participado en relación con los que no lo habían hecho. "El grupo del taller aumentó en forma importante su nivel de vocabulario, de comprensión de lectura y de capacidad de relatar una historia", relata Gail.
Y el factor que mejor predijo los buenos resultados fue el haber hecho las actividades que se dieron para realizar en la casa.
Después del éxito del programa, que fue tomado por la U. de Harvard y replicado en otros lugares, Gail Jordan y Donna LeGrand se unieron para crear otro dirigido a los párvulos. Similar al anterior, este programa busca, a través de juegos y actividades con padres e hijos, que éstos amplíen su vocabulario y que desarrollen un tipo de lenguaje que les permita describir lo que observan.
Por ejemplo, se les pide que jueguen a clasificar distintos peluches, según el tipo de animales que sea, y que los niños puedan explicar por qué los agruparon de uno u otro modo.
Donna y Gail relatan que los padres se las arreglan para asistir y que la asistencia nunca ha bajado del 90%. "Son los propios niños los que les piden que vayan porque no hay cosa que les guste más que jugar y conversar con su papá y su mamá".
El factor escuela
Para la investigadora mexicana Silvia Romero, las escuelas son las principales responsables de capacitar a los padres en cómo apoyar a sus hijos ante las actuales necesidades educativas. "La educación que recibieron ellos, hace 15 o 20 años, es muy distinta a la actual. Y no tienen por qué saber de qué modo cambió".
Ella está impulsando diversos talleres para padres en México y ha recibido reacciones muy positivas. "Ellos pueden ver el avance de sus hijos y dicen que por primera vez sienten que saben lo que tienen que hacer con ellos".