Cuando decidió dar vida a la Fundación San José, Bernardita Egaña tenía en mente evitar que las padres adoptivos experimentaran procesos dolorosos que ella vivió en lo personal.
A los 58 años, pareciera que su energía es inagotable. Se ríe, se mueve, se expresa con libertad y tiene un sentido del humor que muchos se quisieran. Quizás la explicación está en la definición categórica que da de sí: “soy feliz y tengo una familia maravillosa”.
Casada hace 37 años tiene tres hijos varones biológicos y dos mujeres adoptadas que van de los 36 a los 15 años. Asistente social de profesión, sus primeros años los ejerció en el mundo privado; de hecho, a los 20 años ya había formado el departamento de Bienestar del Banco La Unión.
Cuenta que para compatibilizar sus roles de madre y de ejecutiva, trabajaba intensamente 5 años en una empresa y después de que tenía a un hijo se dejaba un año libre, oportunidad en que se dedicaba a otras cosas como a un taller de cerámica y de crecimiento personal. “Consideraba que era muy importante dedicarles un año intenso”, dice.
-¿Por qué volvías a trabajar?
“Porque soy una persona muy vital, no podría estar vitrineando, jugando bridge, pasarme todo el día en un gimnasio. A mí me gusta aportar, crear”.
Su tercer hijo la obligó a estar siete meses en cama y después del parto, le informaron que no podría tener más. “A los 27 años estaba partiendo; no estaba preparada psicológicamente para ello, es muy fuerte que te digan que no puedes tener más hijos. Pero te voy a ser muy honesta: si alguno de los tres hubiese sido mujer no estaríamos conversando de esto”.
-¿Por qué?
“Yo lloraba por una niña, no me imaginaba la vida sin una hija mujer. Uno se proyecta y me imaginaba que los nietos de una mujer iban a estar más cerca.
“Nos llevo 11 años estar listos, no es fácil adoptar cuando tienes hijos biológicos y todo el mundo nos decía pero para qué, viajen, aprovechen”.
Cuando el hijo mayor tenía 18 años llegó a la casa María José con sólo 14 días y después, Javiera de 4 meses de edad. “No elegimos nada y si los ves a los cinco juntos ellas no parecen adoptadas”, cuenta.
Cuando la Coté tenía dos meses de vida, Bernardita empezó a soñar con crear la fundación, se puso a estudiar y leer y se convenció de que no debía volver a trabajar, sino que tenía que hacer algo, que tenía que cambiar a la sociedad en su forma de mirar la adopción.
Vinculada a la Iglesia -porque con su marido preparaban a novios para el matrimonio- pensó que la fundación que quería levantar tenía que estar ligada al Arzobispado de manera que los católicos no sólo dijeran no al aborto, sino que dieran una respuesta a la madre con un embarazo no deseado. “Era un simple sueño, pero me sentía llamada; ahí entendí por qué no tuve una hija mujer”.
En noviembre de 1994 salió el decreto canónigo que le dio vida a la Fundación San José, que lleva el nombre del primer padre adoptivo de la historia cristiana.
-¿Cómo fue tu proceso?
“A la María José la tramité en la Fundación Chilena de la Adopción y a la Javiera directamente en tribunales; quería saber, conocer personalmente cómo los padres vivían el proceso.
“Uno se impacta, es increíble cuando te llaman por teléfono y te dicen que tienes que ir a buscar a tu hija. Hay un dolor de guata que no se olvida”.
En medio de la vorágine, Bernardita cuenta que sus mayores placeres están en salir con sus niñitas –“lo paso chancho”- y leer, a Sandor Marai por el momento, en el tiempo que le queda libre. También le dedica tiempo a sus seis nietos donde hay una sola mujer.
-Hoy tienes jornada completa.
“Cuando tenía a los niños chicos trabajaba hasta las cuatro y ahora con las niñitas lo hago hasta las 10. Tengo un sentimiento de culpa terrible.
“Hay que dedicarles tiempo, las voy a buscar cuando oscurece”.
Bernardita no puede evitar la chochera que siente por cada uno de sus hijos. Por el mayor que es médico o por María José, que va a ser la artista o deportista de la familia, o Javiera, la social.
“Mi familia es normal, pero hasta el día de hoy a ellos les preguntan cómo es tener un hermano adoptado. Miro para atrás y no puedo creer que la Coté va a dar la PSU”, confiesa.
Entre sus secretos guarda su deseo de ver publicado el libro que escribe con toda la experiencia vivida al frente de la Fundación. Afirma que le ha sido súper difícil porque, si bien lleva un diario de vida, ha vuelto a experimentar, a revolver, todas las emociones desde un principio. “Es un libro lento”, explica.
-¿Qué más te mueve?
“Tengo dos preocupaciones. En esta fundación se ha trabajado tanto que no puede morir y mi sueño es que el próximo directorio sean hijos adoptivos de ella. También me duelen las mujeres que dan sus hijos porque son injustamente criticadas y ellas son tremendamente generosas.
“Y quiero que mis hijas sean felices”.
-¿No es eso algo que quieren todos los padres para sus hijos?
“Sí, pero con mis hijos hombres no es tema, ellas tienen un handicap en contra porque en esta sociedad todavía hay discriminación frente a los niños adoptados. Tengo esa angustia, pero nunca me he arrepentido”.
Y se ve que es verdad; optimista, Bernardita dice que cuando llora lo hace a concho –“el mejor lugar es manejando, con anteojos”- y que cuando la supera el estrés no hay nada mejor que irse a la casa Belén y tomar una guagua en brazos.