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“La gente se pone ropa con brillos y plumas en Chile, creyendo que es glamour”

Uno de los diseñadores de vestuario más famosos de Chile, hace una evaluación del buen gusto nacional y critica la falta de apoyo y la frivolización con que se trata al mundo de la moda.

12 de Noviembre de 2008 | 10:26 |
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Luciano Brancoli, un ícono del diseño de vestuario chileno, es uno de los pocos que pueden decir que han marcado pautas en la manera de vestir del país.

Se le atribuye la creación del transgresor y siempre recordado vestido metálico de Raquel Argandoña, además de los trajes de novia de los matrimonios más mediatizados por las revistas de papel cuché nacionales, como el de Cecilia Bolocco, que usó en su unión nupcial con Michael Young; el de la misma Argandoña, cuando se casó con Eliseo Salazar y el Marlen Olivari, entre otros.

El llamado “diseñador de la alta sociedad chilena”, ha mantenido una larga carrera de creación, en un mercado nacional poco acostumbrado a los trabajos de alta costura, un término que, como él mismo explica, ha ido desapareciendo en la actualidad, para dar paso a una masificación que permita hacer de las prendas un objeto más asequible al ciudadano común.

“Se puede hablar de una masificación, pero siempre manteniendo el diseño, que es lo que más importa en Europa, además de la personalización de cada individuo. No sacan nada con hacer un vestido que vale 60 mil dólares y que nadie compra. La alta costura es solamente una forma de mostrar una postura más refinada en los show, pero no en la realidad. No se vende la alta costura, como antes que había clientes para comprarla”.

¿Y qué pasa en Chile?
“Nosotros no hacemos alta costura con los precios que tienen en Europa, pero sí hacemos un trabajo de mano de obra igual como se hace allá. Entonces, si queremos llamar alta costura al trabajo hecho con mano de obra, acá sí la hacemos. Lo que no se hace es la prenda tan exclusiva… Si no, tendríamos que cobrar muy caro. Pero el mercado funciona en la medida en que es más personalizada la ropa. La gente no quiere andar vestida igual que otras veinte personas”.

-¿El que no exista tanta exclusividad aquí, es por falta de recursos de los clientes o porque somos un país sin glamour?
“Somos muy poca gente la que compra, pero yo creo que está empezando a aparecer el glamour, aunque lo mal interpretan. El glamour es una actitud, más que una forma de vestirse. No hay para qué andar con ropa carísima, se puede ir con ropa de supermercado e ir elegante.
“El glamour empieza tarde, cuando se sale de trabajar. Durante el día, la mujer que trabaja está en competencia con hombres, por eso va con pantalones o con chaqueta, porque no quiere exhibir tanto su cuerpo y todavía no la toman en serio si va muy escotada. Pero a las 5 de la tarde, cuando termina de trabajar, la mujer debe entender que tiene un cuerpo. Tiene que dejar ese personaje de mujer de trabajo para ser una mujer atractiva para ella misma y para los demás, sacarse partido. Ése es el glamour: ir dichosa, ir bonita, contenta, porque la ropa te queda bien, marca tu cintura, te ves más alta y el color te ayuda. Pero la gente se pone ropa con brillos y plumas en Chile, creyendo que es glamour”.

-¿Y qué pasa en eventos como las galas del Festival de Viña? ¿Crees que ahí se demuestra el glamour?
“Eso es, en el fondo, un desfile que lo hacen para un grupo de elite. Generalmente, son caras de televisión o de cine y teatro. No es gente común y corriente. Le hacemos o le prestamos ropa para que luzcan más divertidas en una pasarela, porque eso es lo que es. Son un grupito muy chico. No representan a Chile y el glamour de la chilena no está ahí. Cuando me preguntan quién es la mujer mejor vestida, siempre se refieren a la Raquel (Argandoña) o a la Cecilia (Bolocco) y no, esas son caras de televisión que se visten así, porque tienen la opción de tener diseñadores que le pasamos ropa. La mejor vestida puede estar en una mujer que va en la calle, pero que no es pública, que tiene su clóset bien organizado, como ordena uno su computador”.

Algo que le falta a muchas chilenas.
“Hoy está lleno de los clósets ‘no tengo qué ponerme’, porque la mujer en Chile es muy emocional para comprar ropa. Van a una liquidación y compran y compran poleras. Han llegado personas aquí a comprarse una pollera, porque tienen 4 blusas iguales y se terminan comprando la quinta blusa… ¡Y siguen en pelota para abajo! Todo por una cosa emocional”.

-A veces también se emocionan mucho con una prenda cara, de marca, en vez de priorizar el clóset organizado.
“Exacto. Yo conocí a una de las mujeres más elegantes que hay en Bélgica, un país bastante austero, y un día ella me dijo: ‘¿Quieres ver mi clóset?’ Y cuando lo vi, tenía siete trajes. Eso era todo. Me dijo: ‘Yo no tengo más. Se los compré a los mejores diseñadores, están bien hechos y me quedan bien’. Eso lo iba combinando y siempre era una de las mujeres mejor vestidas.
“La ropa buena puede ser incluso usada. Se pueden encontrar prendas preciosas, bien hechas y todo. Si no tienes plata, vas a la ropa usada y te compras una chaqueta buena, en vez de una rasca, que no te va a servir para nada más que para una temporada”.

-¿Nos hacen falta buenos referentes para saber qué comprar, qué ponernos?
“No, porque se meten a internet y tienen en Style.com todas las colecciones, con desfiles de afuera y con los que nosotros hacemos. El problema está en que no se atreven. Siguen siendo un poco oveja, más de rebaño que oveja negra… Y yo prefiero la oveja negra, porque destaca. La de rebaño pasa desapercibida, tiene miedo, porque creen que los maridos o su pareja, si van muy llamativas, no van a salir con ellas. Hay un miedo al enfrentamiento, por una actitud machista”.

-Otro de nuestros eternos problemas es el de las tallas. ¿Estás de acuerdo con que se establezcan unas más grandes, como lo han estado haciendo en Europa?
“La mujer tan delgada no sirve ni para la pasarela ahora. En Chile también estamos aumentando las tallas de 36 a 38-40. Primero, porque la ropa de pasarela no se puede vender después. Segundo, porque sí, tal vez a la mujer extremadamente delgada cualquier cosa le queda bien, pero yo necesito el cuerpo de una mujer, no un maniquí o un gancho. Necesito la estructura de una cadera, formas, curvas… Una mujer-mujer. No mujeres laucha, como digo yo, que son mujeres de colgadores”.

-Pero pareciera que la delgadez nunca va a pasar de moda. Aún mueren modelos obsesionadas por bajar de peso.
“Es que hay diseñadores que no las contratan si tienen un kilo más, pero ellos no venden a una mujer, sino que venden a un colgador. Hay que pensar más en la mujer. Yo hago ropa para la mujer, desde el punto de vista del hombre, como él la ve. Ahora, si hay una mujer con talla 46-48, mucho mejor, porque para mí es mayor el desafío para sacarle partido. Es mucho más interesante”.

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