Cuando alcanzó la cumbre del Everest, Patricia Soto aseguró que lo único que quería era llorar, pero no lo hizo porque sabía que se le iba a dificultar la respiración a esos más de 8 mil 800 metros de altura.
Razones tenía, pero es por sobre todo una profesional. Empezó a practicar andinismo cuando estaba en la UC, y fue tanto lo que se entusiasmó que a fines de los ’90 resolvió iniciar el desafío de llegar al Everest.
Después de lograrlo siguió: a pesar de que sus demás compañeras de grupo tenían la misma aspiración, Patricia fue la única que logró hacer las 7 cumbres: el Aconcagua de América del Sur; el Denali en América del Norte; el Kilimanjaro en África; el Elbrus de Europa; el Vinson de la Antártica y el Carstensz de Oceanía, convirtiéndose, de paso, en la segunda latinoamericana en lograrlo, la primera sudamericana.
- En una definición de tu persona dicen que eres la que aporta la tranquilidad a los equipos. ¿Es así?
“Quien hace esa descripción, porque yo siento que soy el demonio de Tazmania, rrrrrrrr” (se larga a reír).
-A lo mejor eres controlada.
(Duda) “Sí, soy muy tranquila, pero cuando me encuentran, revuelvo todo en el entorno”.
-¿Pero algo debe explicar que definiéndote llorona, no lo hagas?
“Sí, soy súper llorona, veo Gasparín o el rey León y me pongo a llorar. Y cuando hago cumbres, aunque las hayas hecho por tercera o cuarta vez, lloro en todas porque es un esfuerzo. Hay un sacrificio; lo disfruto, pero a lo mejor la ascensión estuvo difícil. A veces lloro por los clientes que llevo, por su emoción, por el hecho de que estoy segura de que muchos no harían cumbre si nosotros no estuviéramos ahí”.
Aunque ejerció trabajo social varios años, igual que ciencia política; dice que ha tratado de regresar a sus profesiones tradicionales, pero no es fácil porque como que se salió de los cánones normales y ven en ella mucha más expertise. “Además, la gente no me cree que me voy a quedar en Santiago y yo sí me quiero quedar”, asegura.
-Tú cambiaste tus profesiones por el andinismo…
“Sí, pero hoy estoy viendo, tanteando el mercado para ver dónde me puedo reinsertar y ver cuáles son mis fortalezas y debilidades. Quiero seguir trabajando en la montaña, pero no con la intensidad de hasta ahora; necesito hacer cosas distintas; además no me gusta la rutina y en relación a la montaña también quiero cosas distintas. No quiero irme en expediciones de 3 meses, ya no me llama tanto la atención”.
-Pero supongo que cada subida, aunque sea la misma montaña, es diferente.
“Sí, es diferente, pero quiero hacer otras cosas que no he podido desarrollar como la escalda en roca. Es un mundo vertical, no tengo habilidades y me cuesta mucho; me da miedo, entonces tengo ganas de enfrentarlo, de desafiarme. Sé que si tengo que subir de nuevo el Everest lo voy a subir, por eso quiero hacer otras cosas”.
-A ti te gustaba la gimnasia, de hecho eso era lo que querías hacer en la UC. ¿Por qué terminaste en andinismo?
“Sí, es verdad, pero me gustaban todos los deportes, en el que cayera. Me gusta la bicicleta, trotar, el paracaidismo… el andinismo no fue por descarte, aunque no sabía que era un deporte. Entré y me fascinó y hoy doy charlas en colegios para que los niños sepan que existe esta posibilidad”.
Recuerda que el primer cerro que subió fue uno de Melipilla, pero de manera más profesional escaló el Provincia que queda en Farellones, un clásico.
-¿Esa experiencia hizo que cambiaran tus prioridades?
“Es que fue tan fuerte; me gusta mucho caminar, ver los cóndores volando.
“No sé qué pasó. Creo que la vida me fue empujando”.
-¿Hay mucha adrenalina?
“Hay gente que le gusta. Creo que coincidió con que me casara con un montañista, que después tuviera la posibilidad de trabajar en eso; me sentía cómoda y mis primeras experiencias laborales como trabajadora social no fueron buenas, choqué con el estilo y las presiones políticas y me anduve desilusionando; también influyó que me faltaba experiencia para poder ayudar a la gente, estaba muy verde, en cambio, ahora he compartido, vivido más”.
-¿En qué momento se instaló en ti la meta del Everest?
“El Everest es el sueño de todos los montañistas cuando se empiezan a subir cerros. Cuando empecé a trabajar como guía había un grupo de mujeres, muy amigas, que pensábamos en los Himalayas y por supuesto nos interesó el más grande, hablábamos de los ‘ocho ochomiles’. El Everest fue más bien una condición que nos puso el auspiciador, no conseguimos plata para hacer otros”.
Tiene una explicación para aclarar por qué sus compañeras del Everest no siguieron el camino de ella tras el éxito de 2001. Una se casó, la otra puso una tienda de ropa deportiva, en cambio, ella permaneció ligada a la montaña con su actividad de guía. Aún así, hay algo en su estructura que la lleva a ponerse metas; de hecho, a la primera expedición del grupo no se sumó porque no hablaba inglés y consideraba que eso la ponía en riesgo; hoy lo habla, pero sigue perfeccionándose con cursos.
-¿Eres perseverante o terca?
“Las dos cosas (se ríe). Creo que todo lo que se empieza en la vida hay que terminarlo, estudié trabajo social y lo terminé y creo que mañana voy a cerrar el capítulo de guía, pero quiero hacerlo bien. Todo termina en la vida, pero hay que dejar siempre las puertas abiertas porque el mundo es muy chico.
“Sin querer me metí en un ambiente donde somos muy pocas y quiero abrirles las puertas a otras de buena forma; que alguna postule a ser guía en la Antártica y quiera otra chilena; es una responsabilidad”.
-¿Qué desafío te queda?
“Mi mundo familiar. Estoy en el desafío de buscar los equilibrios, porque sin querer siento que me he desequilibrado, que me he desarrollado más en unas áreas que otras”.