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El justiciero

El líder de la ONG Víctimas de la Delincuencia recuerda el episodio que cambió el rumbo de su vida, y no descarta postular a un cargo público si se presenta la oportunidad, porque, como asegura, le “pican las manos” por hacer sus cambios.

18 de Marzo de 2009 | 08:47 |
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“Si no estuviera enamorado de esto no lo haría, no me convendría”, dice Gonzalo Fuenzalida. Ha sido un largo camino el recorrido desde que partió alegando frente a las cámaras en contra de la delincuencia, las bajas penas, y el desamparo de las víctimas de robos con violencia y que sintió la necesidad de canalizar toda su rabia en la ONG Víctimas de la Delincuencia, creada en el año 2006 y que hasta diciembre del 2008 tenía 261 delitos denunciados en el mapa de la delincuencia de Santiago.

Asesoramiento judicial y apoyo psicológico, además de luchar para que el Estado establezca un plan de ayuda integral a las víctimas de la delincuencia, es lo que el organismo que dirige ofrece para quienes viven experiencias de delitos violentos y que sufren igual o más temor del que vivió Gonzalo, junto a su esposa Soledad Urzúa y una de sus dos hijas, Delia, que apenas tenía 8 meses cuando fue encañonada por uno de los 5 hombres que ingresaron a la casa de su familia, para presionar a sus padres, que se encontraban amarrados, a entregar todo lo que tuvieran.

Si bien los antisociales se llevaron recuerdos, entre ellos su notebook con el video del nacimiento de su segunda hija, y cosas de valor, todos, incluida su otra hija, Paloma, resultaron casi por completo sanos y salvos. Casi, si no fuera por las repercusiones psicológicas, el temor y la revictimización que sufren, en general, las víctimas de la delincuencia.

“Ese día salí a bloquear los cheques y volví como a las 9 de la mañana y estaba lleno de periodistas afuera de mi casa. Mi señora, que estaba en un estado bastante desconsolado, decidió salir y dio una declaración entre llorando y con rabia. (‘Cagaron una parte de mi vida. Yo vivía libre y feliz (...) Cualquiera puede sufrir esto, y nadie hace nada por la gente. Los políticos se dedican a mirar tonteras en sus computadoras y la población está siendo asaltada cada día más’). Yo miraba esto desde la vereda del frente y ahí me hizo clic y pensé: No. Ella está mucho más afectada que yo emocionalmente. Decidí que yo sería el que iba a hablar, porque no tenía por qué quedarme callado o esconderme. Al revés, esta cuestión no podía seguir pasando”.

-¿Por qué hablar? Muchos dicen después de vivir cosas así que quieren irse del país, que este es un problema sin solución...
“Es que cuando uno sufre este tipo de delitos, lo primero es el estado de shock, donde uno no entiende mucho y anda casi como drogado, las cosas suceden de una manera y en un espacio en que uno ni siquiera tiene noción, pero después viene un estado de rabia, en que busca culpables y también uno se hecha la culpa. Yo no me lo explico mucho, pero en mi caso fue al revés. Todas las palabras que recibí de mi entorno, de mis amigos y mi familia, eran ’enréjate, esta alarma es súper buena... Me tocaba el timbre una empresa de seguridad para ofrecerme el cerco eléctrico gratis –porque estaba apareciendo en la tele- y mi reacción fue un poco de rebeldía, de por qué me tengo que encerrar, por qué me tengo que esconder si no he hecho nada malo... Y frente a eso dije: por el contrario, no voy a tomar ninguna otra medida de seguridad que las que ya tenía en mi casa y que eran las suficientes para vivir”.

-¿Sintieron ese desamparo que sienten otras víctimas?
“El caso de nosotros no es un ejemplo, porque yo hablé demasiado y me llegó mucha ayuda, porque ‘el que no llora no mama’. Pero yo abrí un mail, justo en esa época, y me empezaron a llegar muchos testimonios de gente, contándome sus experiencias, que habían sido víctimas, que nadie los había ayudado... Me impresionó mucho una mujer que me escribió anónimamente y dijo que había sido víctima de una violación y me contó cómo había sido. Nadie en su casa sabía, pero ella sintió la confianza de decírmelo a mí, porque me vio, seguramente, en la tele y vio a alguien que estaba recogiendo toda esta falta de expresión. Ahí nos dimos cuenta de que había que hacer algo por esta gente”.

-¿Subestimamos las repercusiones psicológicas que quedan tras un hecho tan violento como el que viviste?
“En Chile no hay una cultura en ese punto. Es algo que recién está partiendo. La palabra víctima hace dos años no existía y sólo se refería al delincuente como víctima social que opta por delinquir porque no tiene oportunidades. Pero el sujeto víctima también es la persona que se vio afectada por la delincuencia. Es un ser humano que ha sido dañado por una inseguridad, que paga sus impuestos y que quiere vivir en un país seguro y que ve violados sus derechos más esenciales. Y esa persona queda con un daño, pero ¿quién lo repara? ¿Quién se hace cargo? Entiendo que las personas que nunca han vivido un hecho delictual, que cada día son menos en este país, no entienden el daño y los sentimientos que uno sufre, que es mucho más cuando hay niños menores de edad”.

-¿Cuánto puede tardar alguien en recuperarse de un hecho así?
“Depende del tipo de delito y el daño sufrido. Los casos de homicidio son bien difíciles de reparar. Nosotros tenemos acá personas que las han traído en andas porque no pueden salir de su cama, porque han vivido un homicidio de un hijo. Pero han salido caminando de acá. Cuando son personas arriba de 70 años es difícil que vuelvan a recuperarse, pero se puede reparar el daño. Lo importante es vivir el proceso, enfrentarlo y no se esconderse, porque hay dos caminos: o te quedas en tu casa y te haces preso de este miedo o das el paso para repararte para salir de esto, porque no quieres vivir con miedo y quieres recuperar tu libertad”.

-¿Ustedes tuvieron que asistir a una terapia?
“No. Lo reparamos con mi señora de tanto contarlo, soltarlo, revisarlo y de ver a otras víctimas que empezaron a llegar y que vivieron dramas peores que los que a nosotros, como casos de homicidios u otras cosas fuertes. Eso, de alguna manera, te va reparando y dices: chuta, soy un privilegiado dentro de. Porque no solamente viví una cosa desagradable sino que hemos sido capaces de transformar algo tan negativo en algo positivo; algo tan feo y oscuro, en algo con cierta belleza”.

-¿Se vuelve a dormir tranquilo?
“Sí, totalmente. No es de la noche a la mañana, pero me acuerdo de que ese mismo día que me asaltaron, como a las 6 de la mañana me fui a acostar un rato y pensaba en que me iba a cambiar de casa, que me iba a un departamento mañana mismo. Son cosas que uno piensa y es normal, pero después el tiempo va ayudando y uno se va recobrando poco a poco. Nosotros, como nos dedicamos a este trabajo, nos fuimos nutriendo y reparando y hoy día no tengo ningún susto de que me vuelvan a asaltar. No dejo la casa abierta, tomo los resguardos, pero no vivo con miedo ni paranoico. Creo que esa situación que nos sucedió es parte de nuestra historia familiar y está asumida y lo mejor de todo es que hemos podido ayudar a otras personas y hemos puesto todo el esfuerzo... Eso vale mucho más que el asalto.
“Al final uno ve tanto drama en esto que se empieza a abandonar con lo que le pasó. He visto tantos casos de víctimas, he ido a tantos juicios, me lo he llorado todo escuchando los testimonios, lo violento y lo fuerte que ha sido, que uno al final dice: ¿sabes qué? en realidad a mí me pasó una cosa terrible, pero hay otras peores”.

-Como padre, ¿que pensaste después, al recordar que estabas amarrado, mientras veías a toda tu familia en peligro sin poder defenderla?
“Para el hombre, en una sociedad tan machista como esta es terrible. Yo me lo lloré, por lo menos, dos semanas, por la impotencia de no poder haber hecho nada, de ver a mi familia y yo amarrado... Eso es lo que más me afectó y creo que le afecta a cualquier hombre que le toca vivirlo. Incluso me ha pasado conocer algunos que no han estado en la casa cuando ocurre el asalto y después no quieren ir a trabajar porque no quieren dejar a la familia sola y sienten una culpabilidad terrible. Por otro lado, ocupé mis propias herramientas y me puse a hablar en la tele. Mi herramienta no era una pistola ni pegarles un mahuachi a los asaltantes para que se fueran, sino que era la palabra, que podía hablar de corrido, cosas lógicas, mi formación de abogado... Así empecé a representar a algunas personas y gracias a eso logramos una condena alta y los gallos están hoy en la cárcel. En el fondo, no les salió gratis. Se equivocaron de casa. Ésa es la verdad”.

De los cinco hombres que ingresaron a la casa de Gonzalo en mayo del 2006, cuatro fueron sentenciados en febrero del 2007 a penas de hasta 12 años, luego de asaltar a otras 4 familias.

A pesar de las amenazas -entre ellas una polera de la campaña de Joaquín Lavín, con el slogan “Ahora te toca a ti”, manchada de sangre y arrojada en el jardín del hogar- las víctimas se organizaron para que el último de los delincuentes que quedaba por encerrar, apodado el “Banano”, cumpliera su castigo por el horror que les había hecho sufrir.

“Lo condenamos. Nosotros ayudamos a las otras víctimas, hicimos un trabajo psicológico con ellas, y nos hicimos parte del proceso. Lo condenaron a 12 años... La vueltas de la vida…. El tipo había salido sin polvo ni paja, pero todos sabíamos que había sido. Lo que pasó es que nadie pudo atestiguar en contra de él, porque nadie lo vio tan nítidamente, sólo uno. Se veía el más pollo, pero resultó ser el jefe de la banda, el más violento... Fue justicia divina”.

-Enfrentaste a los hombres en el juicio?
“Sí. No me acuerdo qué les dije. Es que ese proceso es casi como vivir el delito de nuevo. Es tal la cantidad de recuerdos que te pide el fiscal y después está el bombardeo del defensor, cuestionando tus testimonios que tienes que revivirlo todo. Incluso algunos fiscales muestran fotos del día del asalto para recordar cómo quedaron las cosas. Y todo eso teniendo a los gallos al frente... Por eso es que es tan importante recuperar a las víctimas, porque en este proceso es inevitable que se las revictimice. La idea es que sea lo menos doloroso posible”.

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