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“Mi madre me enseñó a no quedarme con la expresión obvia de la vida”

01 de Abril de 2009 | 12:04 |
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La crítica literaria de la Revista de Libros de El Mercurio cuando salió “Madre que estás en los cielos”, primera novela de Pablo Simonetti, decía que la prosa de este escritor era “refinada y minuciosa”. Estas características, que tanto le sirven para describir el mundo interior de sus personajes, la sutileza con la que se desarrollan las historias y los vívidos desenlaces son elementos comúnmente alabados por quienes leen sus obras.

Estas características se las debe en parte a su madre, quien dejó infinitas huellas en su literatura y en su vida, como aclara, “esa capacidad de estar siempre atento a la vida la heredé de ella y, luego, en la novela, estar atento a los personajes”.

Se declara un amante de la naturaleza. Gusto que también heredó de su madre que era paisajista. En los cerros aledaños a Zapallar encontró el sitio perfecto para armar su jardín y su refugio donde escribir, porque “ese lugar me acompaña y me arropa, me siento bien y tranquilo”, dice.

Hace cuatro años hace talleres literarios para todos aquellos que, con conocimientos sobre literatura, tengan la idea de escribir, de convertirse en escritores. Los resultados han sido muy gratificantes, ya que encontró el lugar perfecto para hablar de lo que más le apasiona: los libros.

-Tienes una gran conexión con Zapallar. ¿Por qué?
“Es un lugar que está en los cerros, yo no voy al Zapallar social ni a la playa. Ese lugar para mí significa un contacto con la naturaleza. Se van a dar cuenta en la nueva novela, que está totalmente volcada a la naturaleza.
“Me gusta mucho el jardín, soy un hombre que tiene una gran conexión con las plantas y últimamente también he descubierto mi conexión con los animales. Ese lugar me acompaña, me arropa, me siento bien y tranquilo”.

-Haces talleres literarios, ¿tienes vocación de enseñar?
“Sí, hay un poco de eso. Mis hermanas se reían de mí cuando chico porque me encerraba en el baño y ellas me escuchaban decir ‘tú, Pérez, tienes un 6,5’, jugaba a ser profesor. También hice un tiempo clases en ingeniería.
“Pero el taller me entusiasma, el mayor beneficio, siendo egoísta, es que me permite pensar acerca de lo que hago, articularlo para poder transmitírselo a mis talleristas. Otro beneficio que viene de ellos hacia mí es que se crea una oportunidad para hablar de literatura y muchas veces son ellos los que me alimentan a mí. Son tan pocos los lugares donde se puede hablar de literatura hoy en día, los escritores están todos ocupados, porque ya no sólo tenemos que ser escritores sino que también una especie de vendedores ambulantes. Y también, como escritores, tenemos una tendencia a la soledad, la buscamos. Entonces yo converso con mis escritores favoritos, con mis hermanos de espíritu leyendo sus libros, pero también me estimula conversar con otros seres que están ahí, desarrollándose. Me encanta percibir, además, los espacios imaginarios y culturales de la juventud, no me gusta perderme del mundo en que estoy viviendo, entonces ellos son un feedback súper poderoso”.

-¿Tus alumnos llenan tus expectativas?
“Me ha ido muy bien, tengo talleristas que, creo, van a llegar a ser buenos escritores y estoy muy orgulloso de ellos. Uno de ellos ganó un premio importante del Consejo de la Cultura y de las Artes. El Roberto Bolaño. Y todo el mérito es de ellos. Se puede enseñar algo de técnica, pero el talento y la imaginación son sólo susceptibles de ser estimulados”.

-¿Hace cuánto tiempo haces este taller?
“Hace cuatro años. Me atreví a hacerlo cuando publiqué “Madre que estás en los cielos". Cuando terminan los talleres quedo con la cabeza a mil, inspirado, con ganas de seguir hablando. Echo de menos participar en una buena tertulia literaria”.

-Te han catalogado como un ícono de la literatura gay. ¿Qué piensas de eso?
“Que entonces vivimos en el país más gay del mundo. Es una ridiculez, no tiene ningún sentido. En cuanto al debate público, voy a participar en pos de alcanzar plenos derechos para las minorías, pero ese lugar me lo gano por escribir buenas novelas, despertando el respeto de la gente, y no por escribir novelas panfletarias”.

-Tú tenías una relación muy fuerte con tu mamá. ¿Qué hay de ella en tu vida?
“Ella era paisajista, de ahí viene mi conexión con la naturaleza. Además ella tenía una muy buena conexión con su cuerpo, ella era una mujer que no negaba su cuerpo, aun siendo una mujer católica fervorosa”.

-¿Qué huellas dejó ella en tus novelas?
“Ella me enseñó a no quedarme con la expresión más obvia de la vida, con lo evidente. Me hizo ahondar en los matices de una situación, de una frase, de cómo decirla, de cómo se concatenaba una acción con otra, me educó en la ciencia de lo humano.
“Cuando comencé a escribir, después de tantos años de estudiar y ejercer la ingeniería, la dimensión íntima de los conflictos humanos no me era extraña, no tenía rigideces a pesar de la creencia de que los ingenieros son cuadrados y que se olvidan de una parte de la vida. Yo no soy así y creo que es gracias a ella. Esa capacidad de estar atento a la vida y luego, en la novela, estar atento a tus personajes.
“Ella no perdía el sentido de cada pensamiento, de cada acción. A veces este ‘control’ puede desencadenar en una neurosis galopante y, claro, yo también puedo caer en el mismo pecado, pero lo prefiero a ser indolente. Si algo me enseñó fue a huir de la indolencia”.

-¿Cuál es tu vicio privado?
“A mí me gusta mucho el sexo, aunque no me parece un vicio. Tiene que ver también con mi novela actual. En ella se habla sobre la insatisfacción sexual dentro de la pareja. Me parece que mantener esa conexión con el cuerpo ayuda a mantenerse sano mentalmente. Es un sostén para la mente que hace que la vida sea menos ominosa, que uno sienta que completa su lugar y que no estás rodeado por un aura fantasmal. Hace que vivas mucho más en el presente, te aleja del futuro, de esa idea peligrosa del futuro.
“Le rebaja la algidez tanto a las cosas malas como a las buenas de la vida, te hace moverte en un rango de emociones y experiencias más centrado, con la cabeza entre los hombros, la cabeza como parte de ese cuerpo. El cuerpo es una dimensión de la realidad tan potente que, si tú lo ignoras, tu cabeza empieza a derivar, a perderse. El contacto físico con otras personas, no sólo el sexo, sino que también el cariño, me parece una forma de amor que no hay que olvidar”.
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